Por José Herrera
La mañana del 17 de mayo, la violencia volvió a tomar cuerpo en la periferia de San Pedro Cholula. Una mujer, maniatada, amordazada y con visibles signos de violencia, fue hallada sin vida entre los surcos de cultivo de la comunidad de San Francisco Cuapan. Otro expediente más que engrosará las estadísticas, mientras la impunidad avanza con la misma rutina con la que se labran las tierras.
El hallazgo fue realizado por campesinos que, como cada día, acudían a trabajar la parcela. Pero esta vez no era la tierra lo que reclamaba atención, sino el cuerpo de una mujer abandonado entre los sembradíos, despojado de humanidad y expuesto al silencio de una comunidad que, como muchas otras, se ha acostumbrado a que la muerte violenta de una mujer no detenga la vida colectiva.
Al llamado de auxilio acudieron elementos de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC) y paramédicos. No hubo nada que hacer. La víctima ya no presentaba signos vitales. Los oficiales acordonaron el área mientras personal forense de la Fiscalía General del Estado realizaba el levantamiento del cadáver. No hubo detenciones, no se revelaron detalles sobre la identidad de la mujer, y tampoco se proporcionaron características físicas. Solo una cifra más. Solo un cuerpo más.
En Cuapan, como en tantos otros puntos de la geografía poblana, la muerte femenina ocurre en espacios públicos, rurales, transitados. No hay horario, ni lugar sagrado. Ni siquiera el campo, espacio simbólico de fertilidad y sustento, se libra de convertirse en escenario de violencia feminicida. El asesinato ocurrió con saña. Maniatada. Amordazada. Tirada como despojo.
Hasta el cierre de esta edición, ninguna autoridad estatal ha emitido una postura firme. No se ha activado protocolo alguno que permita hablar de una investigación bajo la perspectiva de género. La fiscalía ha optado por la cautela institucional, esa que calla en lugar de incomodar.
Lo cierto es que Puebla continúa sumando nombres, rostros y cuerpos a una estadística que, para las instituciones, es solo eso: un dato. Para las comunidades, en cambio, se trata de una herida abierta, una que no cierra porque no se nombra, no se indaga, no se sanciona. En Cholula. En un México donde ser mujer, aún hoy, sigue siendo un riesgo de muerte.
El operativo en la zona continúa, pero la experiencia dicta que pronto quedará atrás. Como tantos otros. Como ella.



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