San Andrés Cholula, Puebla | 5 de mayo de 2025
Dicen que en San Antonio Cacalotepec las noches son tranquilas, que el aire huele a agua purificada y a tortillas que descansan del día. Pero el 4 de mayo, esa calma se rompió a tiros. Una ráfaga de balas reescribió la calle Iturbide con sangre, gritos y silencio.
Frente a la purificadora “La Sirena”, esa que hasta hace unas horas sólo era punto de reunión de vecinos con garrafón en mano, quedó tendido el cuerpo de un hombre que ya no respiraba. Lo mataron en seco, sin advertencia, con precisión de mensaje. Los disparos fueron pocos pero certeros. Y los responsables... ni la sombra. Se esfumaron, como siempre, en la neblina de impunidad que cubre los municipios con promesa de desarrollo, pero con el alma atrapada en las fauces de la violencia.
Los vecinos salieron primero por curiosidad, después por miedo. Algunos alcanzaron a ver al hombre caer. Otros sólo escucharon el tableteo que rebotó en las bardas y en los oídos. Las madres corrieron por los niños. Los negocios cerraron sus cortinas con temblor en las manos. Un domingo por la noche se convirtió en el retrato perfecto de un país donde la muerte llega sin preguntar.
La policía llegó tarde, como siempre. Con sirenas, con cinta amarilla, con caras largas. Pero sin respuestas. El Servicio Médico Forense levantó el cuerpo con guantes blancos y miradas opacas. El expediente aún no tiene nombre, pero el pueblo ya lo cuenta como uno más.
Y mientras tanto, nadie dice nada. Las autoridades callan. No hay comunicado. No hay detenidos. Sólo hay un hombre menos en la colonia y una certeza más en el aire: que la paz aquí es frágil, que los balazos no distinguen entre purificadora y calle, entre domingo y funeral.
Porque en San Andrés Cholula ya no basta con cerrar la puerta con llave. Hay que cerrar los ojos... y rezar.
Foto: Diseño para ilustración
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