“La Ogresa” de La Roma
Una personalidad neurótica que alimentó su actividad que le resultó atractiva y disfrutaba hacerlo. Luego manteniendo una relación amorosa con Carlos Conde un hombre de poco carácter, dependiente y sumiso –un patrón que repetirÃa en sus futuras parejas.
En el año de 1910 FelÃcitas, tras su separación de su esposo, se trasladó a la Ciudad de México en donde rentó una habitación a una mujer que ocupaba un departamento en calle Salamanca No. 9, en aquella época ocupado por un edificio de departamentos. Su casera y compañera de departamento laboraba todo el dÃa y solo iba utilizaba el departamento para pernoctar, lo cual dejaba a FelÃcitas el tiempo y el espacio para darle riendas sueltas a su aberrante oficio.
FelÃcitas estableció asà su negocio en el lugar "atendiendo partos", a la casera no le molestaba mientras el sitio estuviera limpio. El negocio comenzó a destacar y en especial cuando mujeres adineradas acudÃan a consulta con la mujer. Evento por lo más extraño, porque era extraño que una mujer con alta capacidad adquisitiva atender su embarazo con una partera en un barrio marginal.
Empezó a vender a los niños recién nacidos que sobrevivÃan o le encargaban, pronto empezó a traficar también con niños que adquirÃa de madres que por alguna razón le entregaban a sus hijos, bajo la promesa de que los colocarÃa en una "buena" casa. Durante la década de 1910's, todavÃa en el perÃodo del México porfirista, la partera fue detenida en por lo menos en dos ocasiones por tratar de vender a un bebé; la mujer salió libre tras pagar una simple multa.
Los vecinos pronto empezaron a percatarse de eventos extraños: El drenaje del edificio se tapaba con frecuencia, sin embargo para arreglar este contratiempo FelÃcitas contaba con la complicidad de su plomero “de confianza”, Salvador MartÃnez Nieves. En otras los vecinos podÃan percatarse de un extraño humo negro y pestilente que salÃa del departamento.
No pasó mucho tiempo para que FelÃcitas evolucionara de la práctica de abortos al asesinato; los niños que no lograba vender terminaban muertos sin mencionar que muchos infantes murieron bajo su cuidado. La macabra asesina pronto recaudó dinero suficiente para montar un negocio, abrió una tienda de abarrotes que también fungió como clÃnica clandestina, ubicada en la calle Guadalajara No. 69, en la Ciudad de México, a la cual llamó "La Quebrada".
El 8 de abril de 1941, la alcantarilla del edificio de Salamanca donde vivÃa la partera se tapó, se encontraba congestionada desde la toma domiciliaria. En el primer piso del edificio se disponÃa una tienda de abarrotes, el dueño, llamado Francisco Páez, mandó a llamar a un plomero y a un par de albañiles. Los albañiles levantaron el piso del negocio para poder acceder a la cloaca, cuando llegaron a ella la sorpresa y las náuseas fueron generales. El drenaje se encontraba atascado por un enorme tapón de carne putrefacta, gasas y algodones ensangrentados, que despedÃan un olor nauseabundo. Indagando en la repugnante masa se encontraron con algo que despejó todas las dudas, entre ellos un pequeño cráneo humano.
Rápidamente, la prensa y la policÃa se hicieron presentes. Las autoridades llamaron a la puerta de la la casera que no sabÃa nada y compartÃa su departamento con la siniestra mujer. Los dejó pasar hasta la habitación de su inquilina, a la cual ella nunca habÃa entrado. Lo primero que resaltó a vista dentro del cuarto, fue un altar con velas, agujas, ropa de bebé, un cráneo humano y una gran cantidad de fotografÃas de niños a manera de trofeos, que según los expertos, determinaron que era un comportamiento tÃpico de los asesinos seriales, puesto que coleccionan fetiches que se relacionan con su vÃctima. Tras ese hallazgo, las autoridades determinaron catear "La Quebrada", sin la presencia de Felicitas que tras el escándalo se habÃa dado a la fuga.
Aunque en esa época no existÃa la noción del asesino en serie, el infanticidio ya era considerado un crimen altamente condenado. La investigación cayó en manos del detective José Acosta Suárez.
El señor Acosta era un hombre práctico y poco impresionable, dedicado a su trabajo, quien en breve tiempo logró recopilar la información con ayuda de un niño de 14 años que habÃa fungido como ayudante de FelÃcitas, lo que permitió su detención.

La prensa pronto dio rienda suelta a infinidad de historias de terror, en su mayorÃa basadas en hechos reales que involucraba a la siniestra mujer, a la que llamaron de diversas formas; "La Ogresa de la Roma", "la Trituradora de angelitos”, “la Descuartizadora de la Colonia Roma" o "la Espanta-cigüeñas" y habrÃa sido responsable de infinidad de abortos y al menos medio centenar de infanticidios durante la década de 1930's en su mayorÃa para encubrir la honra de mujeres de “buena reputación”. Las notas periodÃsticas colocaron especial énfasis en su fealdad y basándose en el retrato que tenÃa de ella sus vecinos, influenciados en forma negativa por sus arteros crÃmenes afirmaban; "Parece bruja, con los ojos saltones, gorda, fea, más bien repugnante..."
El marido de “La Ogresa”, Carlos Conde, de quien se habÃa separado, confirmó que habÃa procreado varios hijos, entre ellos; dos niñas gemelas que tan pronto nacieron fueron vendidas, pero otros alumbramientos varones no corrieron la misma suerte, porque fueron asesinados por su propia madre tan pronto nacieron. Carlos que ya no vivÃa junto a la diabólica mujer, llegó a conocer el oficio de su esposa y jamás la denunció.


La siniestra mujer confesó:
–Efectivamente, atendà muchas veces a mujeres que llegaban a mi casa... Me encargaba de las personas que requerÃan mis servicios y una vez que cumplÃa con mis trabajos de obstetricia, arrojaba los fetos al WC.
Pero el frágil estado mental de FelÃcitas iba más allá, tenÃa ideas delirantes en donde creÃa realmente que hacia un bien con sus atroces crÃmenes, esto la acercaba más al perfil de un asesino misionero, pero lo cierto es que su principal motivación siempre habÃa sido monetaria, por lo que entraba más bien en la categorÃa de asesina hedonista, incluso les asignaba una cualidad mÃstica, ejemplo de esto es el altar que fue encontrado en su habitación, conducta relacionada con los asesinos visionarios, como ella misma afirmó:
–Una mujer me dijo que habÃa soñado que su hijo iba a nacer muy feo, que por favor le hiciera una operación para arrojarlo. En efecto, aquella criatura era un monstruo: tenÃa cara de animal, en lugar de ojos unas cuencas espantosas y en la cabeza una especie de cucurucho. A la hora de nacer, el niño no lloraba, sino bufaba. Le pedà al señor Roberto que lo echara al canal, y él le amarró un alambre al cuello.
Sus declaraciones reflejaron el terrible grado de cosificación que la homicida mantenÃa hacia sus vÃctimas, las repudiaba a tal grado que las visualizaba de esta manera.
El abogado defensor de FelÃcitas, tenÃa experiencia en asuntos difÃciles, pero la mujer con sus declaraciones y la de los testigos, parecÃa hundirla cada dÃa más, entonces deberÃa encontrar una mejor lÃnea de defensa, buscando entre otras estrategias la de locura.
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Las más fuertes pruebas de la fiscalÃa que conectaban a FelÃcitas con los cargos de asesinato eran los restos encontrados en la cañerÃa de Salamanca No. 9, entre los que se encontraban un cráneo y un par de piernas que correspondÃan a un niño de por lo menos un año de edad.
El abogado continuó la defensa y la búsqueda de algún artilugio legal, la mujer en semejante posición serÃa sentencia a 20 años de cárcel, la máxima pena que se aplicaba en aquella época. Sin embargo, el resultado de la sentencia fue distinto. El abogado habÃa encontrado la mejor defensa y era el ataque.
Inexplicablemente los restos encontrados en la cañerÃa y que eran la principal prueba, habÃan desaparecido y la partera asesina fue sentenciada el 26 de abril de 1941, por los cargos de aborto, inhumación ilegal de restos humanos, delitos contra la salud pública y responsabilidad clÃnica y médica; ninguno de estos crÃmenes era considerado como grave por lo que la mujer alcanzó fianza para recobrar su libertad.
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El mayor problema del escándalo no eran los infantes asesinados ni los abortos clandestinos practicados, sino que el abogado defensor habÃa amenazado con publicar una larga lista de “clientas” que involucraba presumiblemente a poderosos polÃticos y funcionarios públicos.
Los periódicos publicaron una nota que causó revuelo: “'La Ogresa de la Colonia Roma' denunciará a todas las señoras que fueron a solicitarla”. FelÃcitas ingresó en prisión el 26 de abril de 1941 por los delitos de asociación delictuosa, aborto, violación a las leyes de inhumación y responsabilidad clÃnica y médica.
Los abogados de FelÃcitas se habÃan aprovechado de vacÃos legales “para exigir que se comprobara el cuerpo de sus delitos”. Pero el cuerpo de sus delitos no estaba en ningún lado: habÃan desaparecido “las piernitas de niño”, no habÃa acusaciones, todo se fundaba en dichos.
El exesposo, Carlos Conde, a pesar de todo, incluso a pesar de que FelÃcitas ya mantuviera otra relación sentimental, fue quien pagó dicha fianza, lo que evidenciaba una relación enfermiza entre ambos. El monto de la fianza fue fijada en $600.00 pesos y en junio de 1941 la asesina quedó libre.
No obstante que la homicida recobró su libertad y habÃa burlado la ley, su vida se convirtió en un infierno, puesto que la opinión pública se habÃa encargado de señalarla y finalmente la prensa informó que el 16 de junio de 1941, FelÃcitas se suicidó con una sobredosis de Nembutal, durante la madrugada en la casa que ahora compartÃa con su concubino mientras éste dormÃa. La homicida habrÃa dejado tres cartas póstumas: una dirigida a su ex-abogado, otra a su actual abogado y una última a su pareja. En ellas no habÃa ninguna expresión sentimental, sin culpa, sin dolor, sin tristeza y sin lazos afectivos de ningún tipo, en ningún momento menciona a su hija. Al final de cuentas parecÃa haberse cosificado a sà misma, su propia muerte no pareció producirle ningún sentimiento.
Su hija pasó a la tutela del Estado, fue llevada a un hospicio, creció hasta convertirse, hasta donde se sabe, en un miembro "funcional" de la sociedad.
Se dijo que con la muerte de “La Ogresa” fue un asesinato premeditado y mandado a ejecutar por quien se sintió chantajeado durante el proceso legal. Sà asà fue, un homicidio más quedó impune.
Palabra referida:
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Fuentes consultadas:
Lazo, Norma (2007) (en español). Sin clemencia. Inglés (1ª edición). México: Random House. ISBN 0-307-39173-6 / 978-0-307-39173-5.
Información y recopilación de Rodolfo Herrera Charolet, publicada en el periódico electrónico Eprensa.Info, el 21 de diciembre de 2012.
Con información publicada en La Prensa; 9 y 29 de abril, 17 de junio de 1941.
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