Eva Eros
La esclava de Sullivan
Rodolfo Herrera Charolet
Mónica ya tenía seis
años de ser prostituta, fue iniciada en el arte amatorio desde sus quince. Su
novio la trajo de un pueblo de Veracruz. Primero le dijo que la quería para
hacer toda una vida juntos, luego que sus padres se oponían y que deberían irse
lejos de ellos. La verdadera historia es que cuando llegó al Distrito Federal,
su novio llamado Pancho cambió, lo primero que hizo fue propinarle una golpiza
y luego mantenerla toda una semana hambreada y encerrada en un cuartucho de una
vivienda perdida entre la inmundicia, en donde lo más cercano a una calle era
el camino encharcado, entre lodo putrefacto y la basura que se acumulaba a sus
lados.
Una semana después ya
estaba en las calles de Sullivan, fue obligada a prostituirse, con la amenaza
de que matarían a su familia si se comunicaba con ellos o acudía a las
autoridades. El día que se inició en el negocio estaba menstruando, así que una
mujer le metió en la vagina una esponja con vinagre para detener el sangrado,
pero esa mecánica no le sirvió de mucho. Poco tiempo después estaba en la calle
y fue un hombre gordo y feo su primer cliente, la llevó al lugar que tenía
asignado y ahí le hizo el sexo, se manchó de sangre y se levantó enojado, ella
le dio una toalla para que se limpiara. Después de él, otros catorce clientes
fueron llevados al catre, pero para evitarse problemas les dijo que era su
primera vez. Como aún era muy chica, se lo creyeron o fingieron hacerlo,
algunos asqueados que no se tragaron el cuento la obligaron a hacerlo con la
boca y se vinieron dentro. Esa noche Pancho estuvo muy contento, le entregó los
tres mil pesos que logró acumular.
---¡Sigue trabajando así y no tendrás
problemas! --- Le dijo.
La esquina en la que la
“sembraron”, fue por mucho tiempo su lugar de trabajo, el mismo en donde se
encontró con sus “carnalas”, como ellas les decía y que eran compañeras de
vivienda y también eran explotadas por la misma pareja; Pancho y
Cleotilde. Así que a pesar de conocerse,
ella como sus “carnalas” no cruzaban palabra por estar atentas a pescar el
cliente y porque si eran sorprendidas “pendejeando” los golpes a la altura de
las costillas serían en parte su castigo.
En la calle de Sullivan
había otras mujeres, algunas con huellas de haber sido golpeadas con el ojo
morado que ocultaban con gafas negras o con una mano vendada, “pero ellas
tenían otro dueño” confesó Mónica: También dijo que no tenía tanto temor a los
golpes, sino a que esas “chavas” eran afectas a inventar chismes, que le
causaban problemas con Pancho.
Mónica tenía dos hijos,
los dos de padres desconocidos, de algún cliente que la embarazó y que quiso tener
sexo sin condón. Cuando estaba amamantando tenía que aguantar las mordidas en
sus pezones, clientes eufóricos que pasados de copas daban rienda suelta a su
desenfreno. Algunos vomitaban sobre ella, otros la llegaron a golpear por no
dejarse tener sexo por el ano, otros más, porque le echaban la culpa de no
poder hacerlo. Dos o tres cada mes los clientes no le pagaban, porque eran
policías o inspectores y pasaban a cobrar la cuota. Los problemas se agravaron
cuando alguien le pegó el herpes y eran tales los ardores, que sentía quemarse
por dentro. La primera vez le tardó más de una semana, luego con el
tratamiento, a lo mucho el ardor era de tres días. Cuando el herpes aparecía y
tenía sexo, el dolor se hacía insoportable, así que únicamente atendía a cinco
o seis clientes por día.
Un día Mónica supo que
su familia había muerto, que habían perecido en un accidente de carretera,
cuando el camión con 40 a bordo se despeñó en una curva. Así que abandonó la
esquina y huyó con el dinero que había juntado ese día, pero el amor a sus
hijos la hizo arrepentirse y regresó a la esquina para encontrarse con un
Pancho que parecía echar fuego por los ojos. Tan pronto la vio se acercó a
ella, la tomó del cabello y jalándola la metió a la camioneta, dentro de ella
le dio varios golpes que se hundieron en su estómago. Otra golpiza mayor la
recibió en la vivienda y hasta que recobró el conocimiento supo que se
encontraba en una sala de urgencias, en donde narró su historia.
Una dependencia de la
Procuraduría la ayudó a recuperar a sus hijos, pero los responsables no fueron
asegurados, se dice que lograron huir o el agente que debió ejecutar la orden
tenía arreglo. Lo cierto es que nadie sabía nada del paradero de los
delincuentes, así que Mónica decidió irse a otro lugar, en donde nunca fuera
encontrada. Se fue a Puebla y voluntariamente se fue a refundir a un antro para
desnudarse sobre la pasarela, cambiándose el nombre y vivir en un cuarto de la
barranca, en donde sus hijos tienen oportunidad de una vida, la misma pero en
otra parte, en donde los años se acumularon como también se multiplicaron los
hijos.
Mónica sabía que seguía
siendo una puta, pero ya no era la misma, había dejado de ser una esclava de Sullivan.
A la puta y al barbero nadie los
quiere viejos