Eva de Noche


Fauna Política

Pasos perdidos
Por Rodolfo Herrera Charolet
En 1958 a pesar de que en Estados Unidos, desde el primero de octubre la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio, más conocida como NASA (por sus siglas en inglés, National Aeronautics and Space Administration), iniciaba operaciones con 4 laboratorios y más de 8 mil empleados, entre ellos mujeres “calculadoras”, que de haber nacido hombres hubieran sido consideradas genios y de haber nacido con piel blanca, hubieran tenido mejores oportunidades. Las mujeres en México de cualquier raza o credo, seguían siendo; amas de casa, madres, hijas, esposas, en otros de los casos un objeto, adornos, sin poder ni beneficio. Las mujeres no tenían derecho a realizar sus sueños, ni a tener ambiciones, sin voz ni voto. Cinco años antes (17 de octubre de 1953) constitucionalmente se les había otorgado dicha garantía. El domingo 6 de julio sería la primera elección en el que el voto femenino tendría la posibilidad de opinión política.
Para buscarse un futuro, muchas mujeres tenían que marcharse lejos de casa, lejos de sus seres queridos, tenían que enfrentarse a una sociedad formada bajo el yugo del machismo, en donde los padres amenazaban a sus hijas en desconocerlas, cerrarles la opción de su retorno a casa, de enterrarlas en vida y en el olvido. Las madres de esas chicas, simplemente lloraban, impotentes y acostumbradas a repetir el sometimiento que les imponía el marido. Así que cuando se casó María Elena, mi madre, las hijas de don Felipe siguieron su ejemplo, otras se animaron a la búsqueda de su libertad y a pesar de que el machismo del cacique de la región de Palos Caídos y Mujeres Tristes se imponía. Su mujer agarró valor para enfrentar al macho de la casa y dejó que su niña buscará una mejor vida.
—¡Verás cómo esto no se queda así! ¡Pobre de ti si no la dejas ir! —amenazó la mujer, dirigiéndose a la salida tomando a Gloria de un brazo, a quien levantó pasmada, imposibilitada de llorar más.
—Ya mamita, ¡Déjelo! ¡Ya sabe cómo se pone!
—¡No mija! A otro perro con ese cuento. Hora me cumple ¡Mija! ¡Ándele! A buscar su sueño. ¡Dígale a su tía que va de encargo!
Don Felipe seguía siendo el mismo macho de siempre, pero su mujer era de armas tomar. Todo el pueblo sabía que doña Eduviges fue la que heredó tierras y dinero. Así que gran parte de la riqueza familiar se debía a la mujer y no al marido. Ella había nacido y crecido en el caserío de Mujeres Tristes, él en el de Palos Caídos, así que cuando unieron sus vidas, también lo hicieron sus propiedades que llegaban de un lado con los límites de Maquixtla y del otro hasta las propiedades del General Gabriel Barrios en Piedras Encimadas.
—¡Antes de irse mija tráiganle a su padre un sotol y un bolillo seco pal coraje! — Gritó Eduviges —¡Que parece muerto de tan blanco que está! —. Una parte de ella reconocía la influencia que ejercía en don Felipe; aunque respetaba la tradición de los machos de la región, en la misma que entre neblina y la llovizna fina, las veredas que suben y bajan serpenteando entre barrancas y cerros, son testigos mudos de la pobreza de sus pobladores.
Gloria tomó una vieja valija de su madre y con ella se fue a la ciudad de México, no importando si debería entregarse a los brazos de algún desconocido o quebrantar la ley. Su deseo de ser una mujer libre, porque sabía que únicamente las que luchan por sus sueños pueden alcanzar las estrellas. Bueno… eso creía. Lo que no sabía es que el destino, muchas veces tiene caminos torcidos, esperando que algún alma solitaria los transite.
Así entre recuerdos y esperanza, Gloria llegó a la casa de su tía, quien también se llamaba Gloria, la recibió de muy buena gana desde el primer día, luego se enroló en el oficio y negocio familiar, una casa de prostitutas de clientes selectos, que se anunciaba como tienda de camisas finas, pero al  llegar al lugar parecía más una posada.
Los clientes de doña Gloria, la madrona del prostíbulo, no debían hacer nada de mal gusto, advertía a sus clientes nuevos, cuando Gabriel Herrera llevó a su sobrino. La anciana, mujer entrada en años pero fuerte como un roble, le dijo que no debía golpear a las chicas, no dejar marcas, ni tratarlas de mal modo o intentar algo parecido. Había habitaciones en la planta alta, con acceso con dos escaleras en ambos extremos del pasillo. Al parecer fue una finca de hombre rico que con el paso del tiempo o por boda doña Gloria la hizo propia. Al fondo en la planta baja, un cuarto de unos veinte metros cuadrados y una pequeña habitación contigua de unos cuatro. Al parecer no había más habitaciones en la planta baja, por si acaso un sanitario, una barra con sus bancos y una gran sala en donde las mujeres agasajaban a los clientes. Como la planta baja, era el área que a la vista parecía de una gran fiesta, en la planta alta la zona íntima, pero tan pocos los cuartos que debían esperar turno. Así que entre la espera y el juego de cartas, que se realizaba en el cuarto del fondo, los clientes socializan, unos con otros, en un bar instalado en lo que fue la cocina y comedor de la casa.
El lugar de doña Gloria no era ni una tienda de ropa, ni una posada, probablemente porque el oficio no permitía anunciarse con franqueza, así que ni en el quicio de la puerta se informaba. Sin letrero, en silencio, tras entrar el cliente y cerrar la puerta, tras un pequeño pórtico se llegaba a la gran sala. Gloria la vieja, con una sonrisa de oreja a oreja daba la bienvenida al cliente conocido y por si acaso al acompañante recomendado, quien debía de haberse anunciado en visitas anteriores... 

Esta historia continúa en mi libro Biográfico - Pasos perdidos