Huachicol y cadáveres: la Policía de Ahuazotepec arde entre traiciones
En la Sierra Norte de Puebla, la muerte no necesita permiso. Se abre paso a tiros, con las luces apagadas y la sangre como testigo. Dos policías municipales de Ahuazotepec fueron ejecutados en Huauchinango el fin de semana del 21 y 22 de junio. No hubo persecución, ni operativo, ni enfrentamiento. Fue un ajuste de cuentas, una limpia dentro del lodazal que el narco llama “estructura”.
El viernes 21, en plena colonia Miguel Hidalgo, dos hombres fueron acribillados dentro de un Jetta blanco. Uno de ellos era policía municipal. Viajaban tranquilos, tal vez creyéndose intocables, hasta que una camioneta los interceptó. Les llovieron balas y los cuerpos quedaron ahí, desfigurados, entre los asientos. Los vecinos escucharon las detonaciones. Llamaron a emergencias. Llegó la Cruz Roja. Llegó la Policía. Pero ya era tarde: lo único que quedaba era el eco de los disparos y el olor metálico del miedo.
No fue el único ataque.
Al día siguiente, sábado 22, apareció una camioneta abandonada. Adentro, más cadáveres. Uno era Marco Antonio, de 27 años, jefe de la Policía Municipal de Ahuazotepec. Tenía nombre de autoridad pero fama de cómplice: versiones apuntan a que pactaba con los huachicoleros de la zona. No lo mataron por casualidad. Lo mataron por saber demasiado, o por deber algo.
Desde el palacio municipal de Ahuazotepec, el presidente César Ramírez Hernández ha optado por el silencio. No hay declaraciones, no hay condolencias. Hay, eso sí, acusaciones: se le vincula con el saqueo de combustible en la región. Dicen que su gobierno permitió el paso libre a los grupos que perforan ductos y controlan rutas con fusiles. Dicen que él mismo impulsó a su hermano Alfredo —alias La Hierba— como candidato de la alianza PRI-PAN-PRD-PSI.
Pero La Hierba no es un político: es operador. Tiene vínculos con El Moco, Juan Lira Maldonado, ex candidato de Fuerza por México, y presunto aliado de El Loco Téllez, el capo que convirtió los ductos de PEMEX en venas abiertas para el crimen.
Lo que pasa en Ahuazotepec es lo de siempre en México: una policía pobre atrapada entre obedecer la ley o pactar con los que la escriben con sangre. Y si eliges mal —o si dejas de ser útil— te matan.
Los narcos no mandan comunicados. No dan ruedas de prensa. Dejan cuerpos.
Y la sierra, silenciosa, lo entiende.
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