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Se acaba la pastura para las vacas sagradas

Se acaba la pastura para las vacas sagradas


El foro de la Reforma Electoral un destello de esperanza

Rodolfo Herrera Charolet

El foro de la Reforma Electoral en Puebla, celebrado en el Museo Internacional del Barroco, es sin duda un destello de esperanza en el pantano político mexicano. Llevar el debate de dicha reforma fuera de la CDMX es un acierto que rompe el centralismo y las viejas prácticas de imaginar un país desde las cúpulas.

Este evento, entre otros, abre la puerta a la participación plural de un proyecto incluyente, donde las voces de la ciudadanía pueden, al menos en teoría, empezar a tomarse en cuenta. Este espacio, aunque imperfecto, planta la semilla de un diálogo que podría desmantelar las estructuras que han permitido y sostenido a las "vacas sagradas".

Coloquialmente se llaman así —esas élites intocables que manipulan candidaturas y recursos públicos— y construir un sistema más justo.

Las propuestas presentadas en el foro tienen filo. La idea de anular elecciones por violencia política de género ataca un problema estructural que ha corrompido la democracia. La demanda de plataformas para transparentar gastos de campaña, con plazos cortos para resolver querellas, apunta a cerrar las rendijas por donde se cuela la opacidad.

La educación cívica para jóvenes no es un adorno, es un cimiento para una ciudadanía que exija y no que suplique. Incluso la solicitud de más recursos para partidos locales, aunque arriesgada, busca equilibrar un tablero donde las cúpulas nacionales siempre han dictado las reglas, aunque ciertamente obedece más a heredades locales.

El contexto histórico de los plurinominales, sin embargo, recuerda el tamaño del desafío. Nacidos en 1977 para dar voz a minorías, su número creció en 1986 (de 100 a 200) y se ajustó en 1994 con umbrales que, en lugar de democratizar, blindaron a los dueños de partido. Cada pluri federal cuesta 75,763 pesos mensuales brutos, más aguinaldo y prestaciones, sumando miles de millones anuales a un Congreso que, con 13.4 millones por legislador, es uno de los más caros del mundo (9.07 dólares por votante). Y su productividad es decepcionante, aunque los pluris presentan un 35% más de iniciativas, muchas son leyes de nicho que no transforman, atascando el debate en un sistema que beneficia a los mismos parásitos de siempre.

La reelección, aprobada en 2014, agrava el problema. Lejos de fomentar la rendición de cuentas, ha eternizado a políticos que priorizan su supervivencia sobre el interés público, tejiendo redes clientelares para asegurarse un regreso. Es un mecanismo que, en lugar de fortalecer la democracia, da más oxígeno a las vacas sagradas, permitiéndoles rumiar en el poder sin enfrentar el desgaste real de la búsqueda del cargo por el voto popular directo.

La oposición, por su parte, es un eslabón roto. En el foro, su desempeño fue lamentable: no articuló propuestas audaces ni desafió el statu quo. Se limitó a pedir migajas, como más presupuesto para sus feudos, sin ofrecer una visión que sacuda el tablero. Es una sombra de lo que debería ser, un contrapeso crítico, no un convidado que responde en silencio.

Aun así, el foro es una oportunidad dorada. Es un espacio donde la ciudadanía puede empezar a dibujar un sistema electoral que no siga siendo rehén de cúpulas y burocracias partidistas. Las propuestas, aunque no perfectas, son un paso hacia la transparencia y la inclusión.

De hacer lo correcto, podrían recortarse los 200 pluris federales, reducir su número, ahorrando 32 mil millones en cinco años, y poner candados a los excesos de las vacas sagradas, no pueden ocupar otro cargo plurinominal en la elección siguiente, cualquiera que sea, en su caso establecer el acceso de listas de primera mayoría en orden descendente de los candidatos uninominales que no lograron el triunfo por mayoría relativa.  

En la reforma electoral rumbo al 2030, es necesario que el diálogo no se quede en lo barroco. Es necesario que progrese, que invite a más voces y que no tema señalar a los intocables, no importando si además de ocupar el curul, son príncipes o reyes en el partido.

México no necesita más museos de buenas intenciones, sino un proyecto incluyente que, de una vez por todas, desarme el viejo juego del poder, aquel que han mantenido las cúpulas y que disfrazan a conveniencia.

¿O no lo cree usted?

 

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