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Crónica de un informe desangelado

 


Ah, el humo de las copas ya se disipó, dejando ese resabio amargo en la lengua, como si el licor barato le hubiera prometido una noche eterna y lo despertara con la resaca de siempre. Mier Velazco, ahí está, solo en su informe, con Adán Augusto como un eco lejano, dos tipos cargando el fracaso como un saco de piedras en la espalda, el desprestigio colgando del hombro como una vieja gabardina raída. 

El Centro Expositor de Puebla, ese salón con menos de doscientos fantasmas sentados, oliendo a café frío y promesas incumplidas. 18 meses después las bardas se han despintado y los empresarios patrocinadores ocultado.

No hay estridencias, no hay aplausos que retumben como truenos falsos; solo un murmullo de leales obligados, diputados locales que llegan por inercia, un subsecretario estatal que parece perdido en su propio discurso, y Robledo Ruiz, el federal de turno, como un cameo olvidado en una mala película.

Mier se para frente al micrófono, las manos quietas, sin el fuego de antaño. Habla de la Cuarta Transformación como si recitara un rosario gastado, menciona a Sheinbaum y a AMLO con esa reverencia que huele a súplica, pero no dice una palabra de sí mismo, de esa ambición que alguna vez lo tuvo como titiritero en San Lázaro, aprobando reformas con el pulso firme de quien cree que el poder es eterno. 
Nada de aspiraciones para 2030, nada de ese relámpago que ilumina el camino a la gubernatura. Solo un repaso seco de logros colectivos, programas sociales que suenan a letanía, reformas que ya nadie recuerda quién empujó. El salón, semivacío, traga sus palabras como un trago tibio que no quema.
Y Adán Augusto, el tabasqueño con los ojos de quien ha visto demasiadas sombras, llega como salvavidas a un naufragio que nadie vio venir. Habla de cabildeos pasados, de visitas a Tabasco, de lealtades forjadas en humo y café. Es un gesto de hermanos en el exilio, dos que alguna vez fueron los reyes del tablero y ahora juegan con peones rotos. 
Pero hasta su voz se pierde en el aire, sin dirigentes nacionales, sin alcaldes que llenen las sillas, sin el rugido federal que hace temblar las tribunas. Solo un puñado de acarreo, simpatizantes que lanzan consignas como ecos en una botella vacía, y el silencio que cae pesado después.
En el fondo, es el viejo cuento: el poder te besa en la boca una vez, te deja la marca, y luego te escupe a la calle con el bolsillo vacío y el corazón hecho trizas. Mier y Adán, solos en su "morenachismo", un movimiento que prometía multitudes y entrega salones con sillas plegables. 
El informe termina, las luces se apagan, y Puebla se va a casa con la mismo hambre de siempre, preguntándose si estos dos, con su soledad a cuestas, aún creen en el guion que les escribieron. O si, como yo después de la última copa, solo buscan un rincón para dormir la cruda.
¿O no lo cree usted?A finales de septiembre de 205

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