Máximo no volvió a casa
Por Carlos Charis
5 de mayo de 2025
Máximo MartÃnez tenÃa 20 años. TenÃa un hermano, una madre, y un paÃs que no le ofrecÃa ni para comer. Por eso cruzó la lÃnea. Porque aquà ya estaba muerto y allá al menos pagaban por cargar cajas.
En Filadelfia encontró trabajo. No el sueño americano. Trabajo. De esos que revientan la espalda y vacÃan el alma. Y una noche, saliendo de la chamba, pensó que ya estaba más cerca de su cama que del peligro. Pero la muerte no se guÃa por relojes.
En la estación del tren, unos tipos lo encañonaron. QuerÃan su teléfono, su cartera, su historia entera en 30 segundos. Él dio lo que pudo. No fue suficiente. Le dispararon. Cayó. Solo. En un paÃs que no entendÃa su nombre ni su miedo.
Máximo sangró sobre el concreto como si no importara. Y, en cierto modo, no importó. No salió en CNN. No hubo velas en las calles. Solo un número más para las estadÃsticas.
Su hermano, VÃctor Hugo, de 19, ahora busca juntar dinero para regresarlo a casa. San Diego Cuachayotla, Cholula. No es mucho pedir. Solo quiere que su madre lo llore con los pies en la tierra que lo vio nacer.
Pero repatriar un cadáver cuesta más que mantenerlo vivo. Y los muertos migrantes no votan, no protestan, no importan.
Máximo cruzó la frontera para vivir. Y terminó muerto en la estación de un paÃs que se traga a los pobres sin masticarlos.
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