León XIV: el Papa que vino del polvo
Por Carlos Charis
Había humo blanco, sí, pero olía a gasolina vieja, a incienso quemado sobre las cenizas de siglos podridos. A las 6:07 de la tarde del 8 de mayo de 2025 (horario del otro lado del mundo), las sotanas (sin mujeres) del Vaticano anunciaron al mundo: Habemus Papam. Lo dijeron con esa entonación gangosa de quien ha vendido ya todo lo que tenía para vender, incluyendo el alma, y aún sigue de pie. El elegido —dicen que, por el Espíritu Santo, pero más bien por intrigas y votos templados por el miedo al caos— fue Robert Francis Prevost Martínez.
Toda una sorpresa: nació en Chicago. El nuevo Papa es americano. No italiano, no africano, no asiático. Un gringo con nombre de patrón ferroviario y acento de catequista globalizado. Un tipo que te saluda con una mano mientras la otra escribe en latín eclesiástico. León XIV, lo llamaron. Como si aún quedaran leones en las ruinas de Roma. Como si el rugido del Vaticano no se hubiera convertido en un murmullo culpable, apenas audible bajo el peso de los escándalos.
Prevost nació en Chicago, Illinois, el 14 de septiembre de 1955. Su sangre es mezcla de continente: madre hispana, padre con raíces francesas e italianas. En 1977 entró al noviciado de la Orden de San Agustín. Cuatro años después, profesó sus votos solemnes, esos que suenan a poesía mística cuando se escriben, pero huelen a encierro cuando se viven. Se hizo sacerdote en 1982 y lo mandaron a Perú como si el infierno quedara en Sudamérica. Fundó parroquias en Trujillo, sudó en Chulucanas, aprendió español con los campesinos y las beatas.
Y aunque digan que es peruano desde 2015, lo cierto es que su pasaporte estadounidense pesa más que sus huaraches misioneros. Tiene doctorado en Derecho Canónico, dirigió la orden agustina, trepó por los pasillos vaticanos sin levantar mucho polvo. De esos que callan más de lo que predican, pero cuando predican, todos toman nota.
La tercera votación del cónclave bastó. Había prisa. La Iglesia ya no espera milagros: necesita gerentes. Y León XIV llegó como quien entra a limpiar una casa infestada de cucarachas, sabiendo que el veneno también huele.
VATICANO. El nuevo Papa es americano. León Catorce tiene la nacionalidad peruana. Pero sus zapatos siguen oliendo a asfalto norteamericano, a biblioteca de seminario jesuita, a diplomacia de sacristía. No es carismático, pero tampoco tibio. No es radical, pero conoce el filo de las fracturas. Lo quieren para administrar lo inadministrable: una Iglesia rota, saqueada, envejecida, culpable.
Dicen que tiene fe. Que cree en la sinodalidad. Que sonríe con ternura. Pero nadie sabe aún qué hará cuando los lobos salgan de nuevo: cuando las víctimas hablen, cuando los documentos filtren, cuando las estatuas de santos escondan más cadáveres que bendiciones.
Y aun así, mientras se asomaba desde el balcón de San Pedro con esa mirada que mezcla agotamiento y revelación, algo en su voz tembló. Como si supiera —como lo saben los viejos curas de provincia— que ya no queda más que administrar la ruina con dignidad. Que Dios hace rato dejó de contestar las llamadas. Que ser Papa en 2025 es como ser el último DJ en una fiesta que ya se incendió.
0 Comentarios