Cruz del Pilar: 22 años, madre, trabajadora, víctima número 21 de feminicidio en Puebla
San Francisco Ocotlán, Coronango — A los pies de una caja blanca, entre rosas y gladiolas, se despide a Cruz del Pilar Baltazar Coyotecatl, una joven madre de 22 años que fue asesinada y arrojada en un campo de cultivo en San Pedro Cholula. Hoy, su nombre ocupa el número 21 en el conteo hemerográfico de feminicidios registrados en Puebla en lo que va del año.
En su comunidad natal, San Francisco Ocotlán, municipio de Coronango, se escuchan rezos entrecortados por el llanto. Tres niños —de cinco, tres y un año y medio— caminan sin comprender del todo la ausencia definitiva de su madre. Alrededor, familiares, amigas, vecinos y vecinas han colocado veladoras, flores y retratos de una joven que trabajaba en una taquería y que, según todos los testimonios, vivía para sus hijos.
“La quiero mucho. Que descanse en paz. Siempre vamos a cuidar de sus niñas”, dijo su hermana Monserrat, con la voz quebrada, ante los medios locales que cubrían discretamente el velorio.
Desaparición y hallazgo: un patrón de impunidad
Cruz del Pilar desapareció la noche del viernes 16 de mayo, al salir de su domicilio en la cabecera municipal de Coronango. Su familia, preocupada por la falta de contacto, difundió su foto en redes sociales, pero no fue sino hasta el sábado 17 cuando la tragedia se confirmó: su cuerpo fue localizado amordazado y con huellas de violencia, abandonado en un terreno agrícola de San Francisco Cuapan, junta auxiliar de San Pedro Cholula.
De inmediato, la Fiscalía General del Estado de Puebla abrió una carpeta de investigación por feminicidio, aunque hasta ahora no se ha reportado ninguna persona detenida ni avances significativos en el caso. Los familiares fueron quienes reconocieron el cuerpo, al recibir la notificación oficial de su muerte.
“No se dejaba de nadie”
A la distancia, desde el dolor, su hermana Monserrat recordó a Cruz como una mujer “fuerte, valiente y trabajadora”, una joven alegre que "no se dejaba de nadie", una descripción que choca de frente con la realidad de cientos de mujeres que, aun con determinación, son asesinadas por razones de género en contextos donde el Estado llega siempre tarde.
Marco Antonio, amigo cercano de la familia, la describió como una chica “feliz”, comprometida con su familia y con ganas de salir adelante. Su caso, sin embargo, no ha generado ninguna respuesta oficial pública del Ayuntamiento de Coronango ni del Gobierno del Estado.
Violencia feminicida en Puebla: una crisis sostenida
El feminicidio de Cruz del Pilar no es un caso aislado, sino parte de una escalada de violencia que ha normalizado la muerte violenta de mujeres en Puebla. Tan solo en lo que va del año, el monitoreo hemerográfico de Diario Cambio registra 21 feminicidios, una cifra que contrasta con las estadísticas oficiales, generalmente más bajas por razones de tipificación penal.
En muchos de estos casos, los cuerpos de las mujeres han sido hallados en zonas de cultivo, barrancas, lotes baldíos o carreteras, con signos de tortura, violación o estrangulamiento, y con un común denominador: la ausencia de justicia inmediata.
Organizaciones feministas y colectivos han señalado reiteradamente que los protocolos de búsqueda y prevención son ineficientes, que las medidas de protección fallan y que el sistema judicial reproduce estigmas de género que retrasan el acceso a la verdad y la reparación del daño.
Una despedida que no debió ocurrir
Mientras en San Francisco Ocotlán se despide a Cruz con flores y oraciones, su familia —compuesta por su madre, dos hermanas y sus tres pequeños— enfrenta no solo el duelo, sino también la incertidumbre jurídica y económica. La ausencia de apoyos institucionales hace que, como en muchos otros casos, sean las redes comunitarias y la solidaridad popular las que sostienen a las víctimas indirectas del feminicidio.
“Ella era la mayor, nos cuidó siempre. Ahora nos toca a nosotras cuidar de sus hijos”, dicen sus hermanas, como una promesa contra el olvido.
El feminicidio de Cruz del Pilar debe investigarse con perspectiva de género y diligencia reforzada, como mandata la ley, pero también exige una reflexión colectiva sobre el abandono institucional y la creciente precariedad que enfrentan miles de mujeres jóvenes trabajadoras, madres, sin redes de protección reales.
Cruz del Pilar no es un número más. Era hija, madre, hermana, amiga, trabajadora. Su nombre, hoy repetido en los rezos de su comunidad, debe convertirse también en una bandera de exigencia para que su muerte no quede impune.
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