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El agua diamantina y los fantasmas del Paseo Bravo

 

El agua diamantina y los fantasmas del Paseo Bravo

Por Carlos Charis
30 de mayo de 2025

Antes, el Paseo Bravo tenía jaulas. Fieras en cautiverio. Tigres famélicos y leones aburridos que rugían como el bostezo de un borracho. Luego llegaron los chicos de la noche: homosexuales sin disfraz, con zapatos gastados y carteras vacías, que ofrecían placer en las bancas frías de concreto. Hoy, el Paseo es un hospital de almas rotas. Un consultorio sin muros. Un hervidero de curanderos que prometen alivio, o al menos un poco de atención.

Mircea Gabriel, el curandero rumano, le salió competencia. Se llama Elizabeth Ponce, aunque todos le dicen Liza, y asegura que cura con algo llamado agua diamantina. Dice que no cobra. Dice que canaliza energía. Dice que no busca fama. Solo ayudar.

Liza llegó temprano, con su silla plegable, su mirada serena y una bolsa cargada de botellitas brillantes. Se instaló a unos metros del rumano, como quien pone su puesto de nieves junto al de los tacos de su compadre. Dice que no le molesta compartir espacio con otro sanador. Lo ve como una extensión de su propósito: sanar sin ego, sin envidia, sin interés.

La lista de espera con Mircea ya está llena hasta agosto. Y los desesperados no entienden de agendas. Por eso, Liza se instaló ahí. Para atender a los que se quedaron sin turno, a los que ya no pueden pagar una terapia de 600 pesos ni esperar tres meses por alguien que los escuche.

Ella tampoco parece querer ser un milagro. Tiene 11 años en esto. Dice que estudia medicina alternativa, que aprendió a leer las emociones, a entender lo que duele sin bisturí ni resonancia magnética. “La energía lo dice todo”, asegura con la calma de quien ya ha visto llorar a muchos.

El Paseo Bravo ya no ruge. Tampoco seduce. Ahora sus árboles escuchan confesiones y las bancas sirven de diván. Algunos llegan con dolores de espalda, otros con angustias que ni siquiera saben nombrar. Y ahí están Mircea y Liza, uno con su acento europeo y la otra con su agua luminosa, prometiendo alivio sin anestesia.

Los miércoles no viene, porque estudia. Así que si usted va a buscarla, evite ese día. El resto de la semana está ahí, entre risas nerviosas, botellas transparentes y una fe que no cabe en las iglesias.

Liza no parece una estafadora, ni una iluminada. Solo otra curandera urbana que entendió que la ciudad necesita a alguien que escuche sin burlarse. Alguien que diga “yo te ayudo” sin pedir nada a cambio.

Y mientras siga habiendo tanto dolor suelto, no faltará quién busque agua diamantina en lugar de una pastilla.

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