Los Alegres del Barranco: narcoestética, karaoke criminal y el show del horror judicial en Jalisco
Por José Herrera
En este país donde los muertos se cuentan como si fueran estadística y la sangre se barre al ritmo del corrido, el espectáculo tiene un nuevo acto: el proceso judicial contra Los Alegres del Barranco, agrupación sinaloense acusada de apología del delito luego de cantar narcocorridos en pleno Auditorio Telmex de Zapopan, bajo el resplandor de una pantalla que proyectaba la imagen de Nemesio Oseguera Cervantes, alias El Mencho, el patriarca violento del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG).
La escena no necesita guionistas. Los videos mostraron lo suficiente: la euforia, la pleitesía, el rostro del criminal convertido en ídolo pop y el coro de un público que, entre cerveza y gritos, aplaudía la miseria. Era un karaoke criminal, una misa laica de la narcoestética donde la devoción era para el poder sangriento y no para la ley.
El juez, rodeado de pruebas –fotografías, grabaciones, entrevistas– dictó su veredicto: vinculación a proceso para José Pavel Moreno, Armando Moreno, Cristóbal Reyes, y su representante. Delitos: apología del delito. Medidas cautelares: firma semanal, garantía de 300 mil pesos, arraigo en el estado. Libertad condicional para quienes le cantaron al infierno.
Uno podría pensar que es un mal chiste, pero no. Es México. Aquí donde un concierto puede ser más provocador que un levantón. Aquí donde una banda se convierte en imputada no por traficar, sino por entonar melodías que glorifican a quien sí lo hace. Aquí donde las balas a veces matan menos que las palabras, pero duelen igual.
Los alegres, dicen, pidieron permiso para ir a Durango, a Michoacán, a seguir tocando. A seguir cobrando. Porque la música sigue, aunque el proceso avance. Porque mientras el sistema simula justicia, los narcocorridos llenan plazas. Porque este país tiene memoria corta y oído largo para la lírica criminal.
No es el primer expediente. Ni será el último. La fiscalía de Jalisco les abrió cuatro carpetas de investigación. Una ya los tiene bajo proceso. Las otras vienen por detrás, como la resaca tras la borrachera moral. Cihuatlán, Villa Purificación, Tequila: nombres de pueblos convertidos en estribillo de impunidad. En esos conciertos, la estrategia fue más cínica: pantalla karaoke para que el público, no ellos, entonara las loas al capo. El crimen se volvió interactivo. La apología se democratizó.
Es grotesco. Pero también es real.
Y aquí estamos. En un país donde el crimen organizado tiene himnos, managers y fanáticos. Donde el juicio no es contra la violencia, sino contra su representación musical. Donde se persigue a los trovadores del narco, pero se protege a quienes financian sus escenarios. El espectáculo continúa. Las fechas siguen agendadas. Y el país, como siempre, se desangra al ritmo del aplauso.
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