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YESENIA LARA NO VOLVERÁ A HABLAR

 YESENIA LARA NO VOLVERÁ A HABLAR


Por José Herrera / Carlos Charis

Texistepec, Veracruz | 12 de mayo de 2025

Yesenia Lara Gutiérrez murió de pie, como mueren los que todavía creen en la política como herramienta para sanar. La noche del 11 de mayo, mientras encabezaba un mitin en una comunidad desbordada de calor y mosquitos, pero también de esperanza, las balas la silenciaron frente a su gente. Tenía 49 años, tres décadas de experiencia entre aulas y oficinas, una biografía tejida con esmero, y un sueño que se pagó caro: Texistepec.

A esa hora, los celulares aún grababan. Quedó en la red la imagen de su voz entusiasta, de los aplausos, de las palabras de aliento. Después, los gritos. Cuatro muertos más. Siete heridos. Y un país que ni se inmuta.

Era candidata de Morena a la alcaldía del municipio. Pero antes de eso, fue muchas cosas más: agente municipal en Las Camelias —dos veces—, síndica de Texistepec entre 2014 y 2017, profesora en bachilleratos e institutos tecnológicos, empleada bancaria. Había aprendido inglés, enseñado civismo, y conocido lo mejor y lo peor del servicio público.

En su campaña prometía lo básico: agua potable, energía eléctrica, algo de justicia para una región olvidada por el Estado, pero muy bien vigilada por el crimen. También hablaba de energías renovables. De progreso. De que era hora de cambiar.

Pero Veracruz tiene sus propios dioses, sus propias maldiciones. La sangre aquí no se seca: fertiliza el miedo. Y el calendario electoral se mancha antes de cada elección. El suyo no es el primer cuerpo. Tampoco será el último.

A 20 días de la elección municipal del 1 de junio, el crimen la eligió a ella. Y en un país donde la política se hace con plomo y las urnas se riegan con sangre, lo de Yesenia Lara no fue un accidente. Fue un mensaje. Fue un ajuste. Fue la crónica de una muerte no solo anunciada, sino tolerada.

Mientras tanto, la Fiscalía del estado balbucea promesas. Los partidos callan. El presidente nacional de Morena aún no declara. Y los votantes de Texistepec —que ya no tienen candidata— siguen esperando que al menos alguien les diga que su dolor importa.

Pero nadie dice nada. Porque el silencio también es campaña.
Y en esta campaña, el terror lleva la delantera.

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