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CRISTIAN MONTERROSAS: SALIÓ POR UNAS CERVEZAS Y LO HALLARON UN MES DESPUÉS EN UNA FOSA

 CRISTIAN MONTERROSAS: SALIÓ POR UNAS CERVEZAS Y LO HALLARON UN MES DESPUÉS EN UNA FOSA


Por José Herrera | 12 de mayo de 2025

Salió una tarde cualquiera, con el sol deslizándose sobre las tejas calientes de Palmar de Bravo. Le dijo a su esposa que iba por unas cervezas. Ni siquiera tomó su gorra. Solo el celular. No regresó.

Casi un mes después, lo encontraron enterrado en una fosa clandestina. Su nombre era Cristian Monterrosas Navarro. Tenía 26 años, dos hijos pequeños que aún preguntan por él, y una familia que hoy se desmorona tratando de entender cómo la muerte le llegó tan de repente, tan cruel, tan muda.

Fue el pasado 5 de mayo cuando la Fiscalía de Puebla informó que, en un paraje entre Rancho Verde y Santa Ana, policías municipales localizaron restos humanos ocultos bajo la tierra, en una entrada a terrenos de cultivo del Rancho San Javier. La poca visibilidad impidió continuar las labores de exhumación. Al día siguiente confirmaron: había un cadáver. El suyo.

La identificación no vino por parte de la justicia, sino por los recuerdos de los vivos. Los tatuajes: uno en el brazo con un bosque, rosas y cruces. Otro en el hombro, redondo. Más en el pecho y en el brazo izquierdo, con hojas, con un reloj. Cada uno contaba una historia, y ahora, todos juntos contaban su final.

Cristian no era un criminal. Era campesino. Trabajaba por encargo en terrenos de cultivo, cuando había, cuando lo llamaban. En los días sin jornal, cuidaba a sus hijos de tres y nueve años. Salía poco, aunque sí le gustaba el alcohol, la fiesta ocasional, visitar a conocidos en Tecamachalco, Palmarito o Nazareno. Pero no tenía enemigos conocidos. Tampoco antecedentes penales. Lo único que tuvo fue mala suerte. Y eso, en esta parte del país, es suficiente para acabar en una fosa.

Su madre y su esposa iniciaron la búsqueda sin apoyo oficial, como tantas otras familias. Pegaron fotos, preguntaron, soñaron con hallarlo dormido en una banqueta, borracho quizás, pero vivo. Cuando supieron la verdad, fue porque los tatuajes hablaron desde la morgue.

El cuerpo fue entregado tres días después. Velado en silencio. Enterrado entre lágrimas y preguntas. ¿Quién lo mató? ¿Por qué? ¿Por qué así?

La Fiscalía General del Estado ha abierto una investigación. Eso dicen. Pero ni una sola línea ha sido revelada. Ni una pista. Ni un nombre. Como si la tierra se lo hubiera tragado por voluntad propia. Como si su muerte no doliera. Como si su vida no valiera nada.

En Palmar de Bravo, donde abundan las desapariciones, las fosas y el miedo, la historia de Cristian Monterrosas no es única. Es una más. Y por eso, duele más.

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