Educación bajo sellos: clausuran Universidad Cuauhtémoc en Puebla
Por JosƩ Herrera
El viernes 27 de junio amaneció con un sello en la puerta y una pregunta en el aire: ¿QuĆ© estĆ” pasando dentro de la Universidad CuauhtĆ©moc de Puebla? Los emblemas de la SecretarĆa de Educación PĆŗblica (SEP) federal aparecieron sin previo aviso en la entrada del campus ubicado en la 15 Poniente, colonia Belisario DomĆnguez. Y aunque el comunicado oficial fue rĆ”pido en aparecer, las razones de fondo siguen en penumbras.
SegĆŗn la versión institucional, se trata de una “suspensión temporal” para desahogar información requerida por la SEP. Lo demĆ”s es silencio. La universidad asegura que los estudiantes no se verĆ”n afectados, que el ciclo escolar se concluirĆ”, que todo se resolverĆ” "de manera positiva". Pero el cierre de una institución privada de educación superior por parte de la autoridad federal no es, en ningĆŗn sentido, un acto menor.
La opacidad como regla
La CuauhtĆ©moc no es una universidad improvisada. Tiene presencia en varios estados del paĆs, goza de prestigio comercial —que no necesariamente acadĆ©mico— y mantiene una clientela estudiantil que paga por servicios educativos bajo la promesa de certidumbre, continuidad y validez oficial. ¿Por quĆ©, entonces, la SEP decidió cerrar sus puertas? ¿QuĆ© observaciones son tan graves como para justificar una suspensión presencial?
El rector Patricio Orea GonzĆ”lez, en tono conciliador, habla de transparencia, calidad y certeza. Pero omite los detalles esenciales. La falta de información alimenta la sospecha: ¿se trata de un tema administrativo, fiscal, acadĆ©mico? ¿Se detectaron irregularidades en planes de estudio, acreditaciones, revalidaciones? ¿QuĆ© ocurrió realmente dentro de la institución para que la SEP interviniera con sellos y no con un simple oficio?
Universidades como negocio, educación como simulación
La clausura de la Universidad CuauhtĆ©moc revela un problema estructural: la mercantilización de la educación superior privada en MĆ©xico. En muchas instituciones, los tĆtulos se venden como membresĆas de gimnasio, con pagos mensuales, servicios disfrazados de formación y planes de estudio que apenas cumplen con lo mĆnimo. Todo amparado en convenios con autoridades complacientes y procesos de supervisión escasos o simulados.
La SEP, hasta ahora, ha mantenido una polĆtica ambigua: permite operar a universidades de dudosa calidad hasta que el escĆ”ndalo es inevitable. Y cuando actĆŗa, lo hace tarde, sin informar, y dejando a los estudiantes en un limbo legal y acadĆ©mico.
¿QuiĆ©n responde por los estudiantes?
Aunque la universidad afirma que “los estudiantes no se verĆ”n afectados”, la realidad es otra. ¿QuĆ© ocurre con las clases suspendidas? ¿Con las prĆ”cticas profesionales? ¿Con los exĆ”menes finales? ¿QuĆ© garantĆa tienen los alumnos de que su ciclo escolar serĆ” reconocido, que sus documentos tendrĆ”n validez, que el servicio por el que pagaron —y no poco— serĆ” entregado Ćntegramente?
Hasta ahora, ni la SEP ni la universidad han ofrecido una ruta clara de solución. Lo que abunda son comunicados tibios, declaraciones evasivas y una comunidad académica atrapada entre la burocracia estatal y los intereses privados.
Un llamado a revisar el modelo
La clausura de la Universidad CuauhtĆ©moc no deberĆa verse como un caso aislado, sino como sĆntoma de un sistema enfermo: instituciones educativas convertidas en empresas, autoridades que supervisan con complicidad o desdĆ©n, y miles de jóvenes reducidos a clientes sin defensa.
Si la SEP quiere recuperar legitimidad, debe explicar pĆŗblicamente las razones de su intervención, sancionar a los responsables (si los hay), garantizar el derecho de los estudiantes a la educación, y —sobre todo— abrir el debate sobre la calidad, transparencia y Ć©tica de las universidades privadas en MĆ©xico.
Porque mĆ”s allĆ” del sello en la puerta, lo que estĆ” en juego no es una matrĆcula ni un rectorado: es la credibilidad del sistema educativo y el futuro de quienes aĆŗn creen que estudiar sirve para algo mĆ”s que recibir un tĆtulo.
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