Roxana Luna salió a las calles a protestar contra los baches, pero el pueblo no fue con ella. Nadie llevó sus llantas ponchadas como pedÃa en su convocatoria. No hubo filas de automovilistas indignados ni neumáticos como prueba del mal gobierno. Hubo, en cambio, una torre de llantas viejas traÃdas por sus colaboradores, compradas en talacherÃas, con el esfuerzo desesperado de quien quiere armar un escándalo sin eco.
El cielo nublado le hizo segunda al vacÃo. Lloviznaba. CorrÃa aire. El mal tiempo fue el primer aliado de la indiferencia. El segundo: la desconfianza.
Protesta de familia
Allà estaban los de siempre: su hermana, su hermano, la hija de su vieja aliada, un presidente municipal del PRI, y una ex candidata auxiliar. Todos apellidados Luna, todos hablando entre ellos, todos sacando fotos a su monumento simbólico. No más de una docena de personas, si se cuentan los curiosos.
La idea no era mala. El reclamo tenÃa sustancia: las calles de Cholula tienen más cráteres que un camino rural o la superficie lunar. Pero la ejecución fue torpe, ensimismada, más forma que fondo. A nadie le gusta marchar con polÃticos que perdieron la elección, menos si no ha visto que regresen a la calle desde entonces.
En Cholula, la protesta no se prohÃbe
El gobierno de Tonantzin Fernández no se inmutó. No hubo policÃas, ni vallas, ni amenazas. Que hagan su show, parece haber sido la orden. En Cholula, dicen en la alcaldÃa, se respeta el derecho a protestar. Incluso si se trata de amontonar llantas viejas frente al palacio municipal para tomarse una foto.
Tonantzin no respondió, ni en redes, ni en rueda de prensa. Dejó que la imagen hablara sola: una montaña de hule, mojada por la llovizna, rodeada de militantes sin pueblo.
Una crÃtica real, un acto hueco
La queja de fondo es legÃtima. Nadie en su sano juicio defiende los baches. Pero cuando la protesta no convence ni al vecino que se revienta el rin cada semana, algo anda mal. No basta con tener razón: hay que tener credibilidad. Y eso, Roxana Luna no lo llevó consigo.
No hay protesta sin pueblo. Hay performance. Hay nostalgia de poder. Hay vacÃo.
Por ahora, la torre de llantas seguirá ahÃ, hasta que alguien la recoja. Quizás con suerte, pase el camión de basura. O quizá se quede como monumento a lo que fue: una protesta de familia en una ciudad que, al parecer, ya no los escucha.
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