La Avenida de las Tumbas: otra obra basura con etiqueta Rivera
Por José Herrera
Una ciudad se revela en sus ruinas. Puebla, alguna vez orgullo de arquitectura y cantera, hoy se asoma con vergüenza a los socavones de su modernidad simulada. Ahí está la Avenida Juárez, arteria noble de la capital, convertida en metáfora de la política: se deshace con la primera lluvia. La “super rotonda” que costó 55 millones de pesos, pagados con recursos públicos, no duró ni doce meses en pie sin mostrar grietas, baches y banquetas podridas.
El autor de esta joya del derroche: Adán Domínguez Sánchez, el alcalde sustituto que prometió “dejar huella”, y vaya que lo hizo... aunque más bien dejó cráteres. Heredero de la administración panista y aspirante a todo, su nombre queda ahora grabado en la memoria colectiva de los automovilistas que deben frenar en seco para no perder la suspensión, y de los peatones que sortean escombros como si caminaran entre tumbas.
No es una metáfora gratuita: ya le llaman la Avenida de las Tumbas. Y no por los monumentos, sino por los hundimientos. Porque así como en política se entierran verdades bajo adoquines, en esta obra se enterraron también millones, sin supervisión, sin calidad, sin vergüenza.
📉 ¿Dónde están los responsables?
El proyecto fue inaugurado en septiembre de 2024 con una inversión de 55.7 millones de pesos, recursos públicos ejercidos a través de la Secretaría de Infraestructura Municipal. Se prometió “mejorar la movilidad, el paisaje urbano y la seguridad peatonal”. Pero lo que se observa hoy —a menos de un año— es el colapso del pavimento, banquetas despostilladas y un caos vial que contradice todos los objetivos del proyecto.
¿Se revisaron los materiales? ¿Se fiscalizó el contrato? ¿Hubo penalizaciones por vicios ocultos? ¿Y las bitácoras de obra? Las respuestas, como los drenajes de la Juárez, están tapadas.
🚧 Manual de obras fantasmas
Este caso sigue el clásico manual de la obra fantasma con fachada de modernidad:
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Sobrecosto sin justificación técnica.
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Ejecución exprés en temporada electoral.
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Monumentos intervenidos para disfrazar el abandono con patrioterismo.
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Y nula rendición de cuentas.
No es nuevo. Ya lo vimos en el paso a desnivel de 11 Norte-Sur (2013), el deprimido de Las Torres, el Museo Barroco y hasta en el puente de la 31 Oriente. Puebla no está llena de obras: está llena de simulaciones.
💬 Opinión ciudadana: indignación en redes
En Twitter y Facebook se acumulan los videos de vehículos que frenan para esquivar los baches. “¿A quién le cobramos la suspensión?”, pregunta una usuaria. “Ni los baches son de calidad”, ironiza otro. Y en medio de esta indignación digital, la administración actual calla o esquiva responsabilidades.
Porque claro: Adán ya se fue. O mejor dicho, ya está en campaña.
🧾 Lo que sigue: auditoría, responsabilidad y reparación
El Congreso local y la Auditoría Superior del Estado deben intervenir. Ya no basta con declaraciones políticas: se trata de recursos públicos dilapidados. La obra debe ser auditada a fondo, con revisión técnica de materiales, contratos, bitácoras y pagos.
El contratista responsable debe ser sancionado y obligado a reparar. Y si hubo omisión o complicidad de funcionarios municipales —que firmaron, sellaron y recibieron— deben responder con nombre y cargo.
De lo contrario, la “super rotonda” será el epígrafe de una era donde se robaron hasta la dignidad del pavimento.
📍 Postdata: el culto al cemento podrido
La política poblana se acostumbró a creer que gobernar es inaugurar. Pero gobernar no es cortar listones ni subir drones a Instagram. Gobernar es garantizar que lo que se construye sirva. Que una calle no se deshaga al primer aguacero. Que una rotonda no sea una trampa mortal. Que 55 millones no terminen, otra vez, en la alcantarilla de la impunidad.
Porque si no hay consecuencias, lo que se deshace no es solo el concreto: es la fe pública.
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