El pastel de Néstor
10 de agosto de 2025En Quecholac, un rincón polvoriento de Puebla donde el viento parece susurrar secretos de traiciones pasadas, el senador (aún) priista Néstor Camarillo decidió celebrar su cumpleaños. No fue el lugar lo que levantó cejas, sino el espectáculo de mal gusto que montó: su rostro proyectado en una pantalla gigante, como un dios de pueblo que se admira a sí mismo mientras los demás murmuran. Los que me contaron del fiestón lo resumieron en una frase: “Algo, digamos, ridículo”. Y no exagero, porque hasta la invitación era un poema de cursilería mal escrita: “Un soñador cumple años… y lo quiero (sic) celebrar como se debe”. Un soñador, dice. Como si los sueños se conjugaran con errores ortográficos y un ego del tamaño de un zócalo.
El festejo, convocado a las dos de la tarde del viernes 8 de agosto en el salón “El Mural” —que, dicen, es propiedad del mismísimo Camarillo—, fue un desfile de personajes que parecían sacados de una novela de intrigas baratas. Ahí estaba Eduardo Rivera, exalcalde de Puebla, con su aire de panista que nunca sabe si está en el lugar correcto. También cayeron algunos de esos panistas con olor a malandrín, como Marco Valencia, alcalde de Venustiano Carranza, y el expresidiario Inés Saturnino, que parece no cansarse de codearse con la polémica. Y no podía faltar Iván Camacho, el edil de Cuyoaco, cuya prepotencia ya le ganó una investigación y un par de titulares virales.
Entre los asistentes, también se dejaron ver la diputada local Delfina Pozos, los priistas Lorenzo Rivera (padre e hijo), la perredista Roxana Luna, la alcaldesa de Santa Rita Tlahuapan, Rosi Díaz, y hasta el presidente de Coparmex, otro Iván Camacho. Rodolfo Rivera, del BEAP, también andaba por ahí, aunque los medios de comunicación brillaron por su ausencia. A mí, la verdad, no me invitaron, y aunque lo hubieran hecho, no habría pisado Quecholac ni por error.
Pero lo jugoso no fue la lista de invitados ni el palomazo que se aventó Camarillo con la banda Perla Negra de Ramón Crisóstomo, mientras su cara de senador de corbatita rebotaba en la pantalla. No, lo que dio de qué hablar fue lo que soltó después de unas copas: que está a punto de abandonar el PRI. Sí, el (aún) priista Néstor Camarillo, con el descaro de quien cambia de camisa porque ya la sudó demasiado, confesó que anda buscando quién le haga la mejor oferta para brincar de bancada en el Senado. Su favorito, dicen, será aliado de Dante Delgado, son su afiliación pragmática hacia Movimiento Ciudadano.
Y no es la primera vez que Camarillo juega al traidor. Lleva catorce traiciones en su corta carrera política, como si coleccionara puñaladas. Las más recientes: dejó tirado a Estefan Chidiac, quien terminó huyendo del PRI por su culpa, y se agandalló la primera fórmula al Senado, traicionando a su propio partido. Ahora, con el descaro de quien ya no tiene nada que perder, planea darle la espalda a “Alito” Moreno, su supuesto amigo y padrino político de hace apenas unos meses. ¿Por qué? Porque el PRI ya no le da para más. Lo exprimió hasta la última gota, y con la renovación de la dirigencia estatal en puerta, la nómina que tanto le gustaba ya no estará a su alcance.
Así fue el cumpleaños de Néstor Camarillo: un circo de vanidad, traiciones a medio confesar y un palomazo que nadie pidió. Mientras su cara llenaba la pantalla, el senador cantaba, los tragos corrían y los murmullos de Quecholac se hacían eco: este hombre no sueña, solo calcula. Y en su mundo, la lealtad es solo una palabra que se escribe mal en las invitaciones.
El festejo, convocado a las dos de la tarde del viernes 8 de agosto en el salón “El Mural” —que, dicen, es propiedad del mismísimo Camarillo—, fue un desfile de personajes que parecían sacados de una novela de intrigas baratas. Ahí estaba Eduardo Rivera, exalcalde de Puebla, con su aire de panista que nunca sabe si está en el lugar correcto. También cayeron algunos de esos panistas con olor a malandrín, como Marco Valencia, alcalde de Venustiano Carranza, y el expresidiario Inés Saturnino, que parece no cansarse de codearse con la polémica. Y no podía faltar Iván Camacho, el edil de Cuyoaco, cuya prepotencia ya le ganó una investigación y un par de titulares virales.
Entre los asistentes, también se dejaron ver la diputada local Delfina Pozos, los priistas Lorenzo Rivera (padre e hijo), la perredista Roxana Luna, la alcaldesa de Santa Rita Tlahuapan, Rosi Díaz, y hasta el presidente de Coparmex, otro Iván Camacho. Rodolfo Rivera, del BEAP, también andaba por ahí, aunque los medios de comunicación brillaron por su ausencia. A mí, la verdad, no me invitaron, y aunque lo hubieran hecho, no habría pisado Quecholac ni por error.
Pero lo jugoso no fue la lista de invitados ni el palomazo que se aventó Camarillo con la banda Perla Negra de Ramón Crisóstomo, mientras su cara de senador de corbatita rebotaba en la pantalla. No, lo que dio de qué hablar fue lo que soltó después de unas copas: que está a punto de abandonar el PRI. Sí, el (aún) priista Néstor Camarillo, con el descaro de quien cambia de camisa porque ya la sudó demasiado, confesó que anda buscando quién le haga la mejor oferta para brincar de bancada en el Senado. Su favorito, dicen, será aliado de Dante Delgado, son su afiliación pragmática hacia Movimiento Ciudadano.
Y no es la primera vez que Camarillo juega al traidor. Lleva catorce traiciones en su corta carrera política, como si coleccionara puñaladas. Las más recientes: dejó tirado a Estefan Chidiac, quien terminó huyendo del PRI por su culpa, y se agandalló la primera fórmula al Senado, traicionando a su propio partido. Ahora, con el descaro de quien ya no tiene nada que perder, planea darle la espalda a “Alito” Moreno, su supuesto amigo y padrino político de hace apenas unos meses. ¿Por qué? Porque el PRI ya no le da para más. Lo exprimió hasta la última gota, y con la renovación de la dirigencia estatal en puerta, la nómina que tanto le gustaba ya no estará a su alcance.
Así fue el cumpleaños de Néstor Camarillo: un circo de vanidad, traiciones a medio confesar y un palomazo que nadie pidió. Mientras su cara llenaba la pantalla, el senador cantaba, los tragos corrían y los murmullos de Quecholac se hacían eco: este hombre no sueña, solo calcula. Y en su mundo, la lealtad es solo una palabra que se escribe mal en las invitaciones.
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