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Y al final, Manson sí cantó, y nadie se fue al infierno

Y al final, Manson sí cantó, y nadie se fue al infierno

Por Carlos Charis
11 de agosto de 2025

Marilyn Manson se presentó anoche en la FENAPO como si nada. Como si no hubiera habido 40 días de ayuno, ni plegarias comunitarias, ni amenazas de lluvia de azufre. Cantó, gritó, se desmaquilló a medias con el sudor. Y al terminar, el mundo siguió girando, aunque con menos escándalo del que algunos esperaban.

No hubo incendios espontáneos. No cayó ninguna estatua de la Virgen. Nadie se arrancó los ojos al ver la portada del “Antichrist Superstar”. Lo más grave fue que algunos asistentes llegaron tarde por culpa del tráfico. La ciudad sobrevivió. Dios también.

Cuerpos en el slam, almas en oración

Mientras Manson cantaba "Sweet Dreams" bajo luces rojas y guitarras que chillaban como almas en pena, del otro lado de la ciudad, un grupo de fieles seguía rezando. Ayuno concluido, pero con espíritu combativo. Algunos se declararon decepcionados de la sociedad, como si no llevaran décadas rodeados de cumbias lascivas y gobernadores con cola más larga que la de Lucifer.

Afuera del recinto, un pequeño grupo levantaba pancartas: “¡Fuera Manson de San Luis!” gritaban, mientras dentro el público coreaba letras que hace 20 años escandalizaban y hoy suenan a nostalgia. La generación que quemaba discos ahora hace lives en Facebook desde la fila de tacos, cruzando los dedos para que su hijo no salga en el video bailando reguetón con cuernos de plástico.

El espectáculo como redención

Y aunque muchos esperaban una provocación mayor, Manson fue... profesional. Entregó su set, saludó a un par de fans, y se fue al hotel como cualquier artista que ya aprendió que lo verdaderamente diabólico son los contratos con cláusulas chiquitas.

Lo irónico es que el único que no dio show fue el Diablo. Ni un temblor. Ni una víbora parlante. Ni una selfie con el gobernador. Nada.

Religión sin humor, rock sin escándalo

Lo que quedó en claro es que las guerras morales de hoy se pelean con hashtags, no con lanzas ni antorchas. Que el ayuno espiritual puede ser sincero, sí, pero también es parte de ese folklore religioso que convive con la pizza familiar de los viernes. Y que el rock satánico de los 90 ahora suena en playlists de Uber mientras los conductores te preguntan si quieres aire o música más fuerte.

El saldo final: churros, selfies y un par de gritos liberadores

La noche terminó en paz. Unos regresaron a casa con una camiseta negra firmada por un roadie. Otros, con una biblia bajo el brazo y el estómago medio vacío. Todos, curiosamente, con algo parecido a la fe: unos en Dios, otros en el volumen.

Y así fue como Manson vino, cantó y se fue. Los santos siguen en sus nichos. Los baches, en sus lugares. Y los demonios... en los detalles.

Nos leemos en la próxima misa o el siguiente concierto.

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