La crónica de una niña que tejió sus
lágrimas en tierra extraña
Rodolfo Herrera Charolet
La chiquilla venezolana ascendió al
puente de la VÃa Atlixcáyotl con la gracia de una hoja mecida por un viento
invisible, cada paso un susurro contra el hormigón que se pierde en el rumor
distante de una ciudad cambiante, con sus contrastes de progreso y olvido.
Decida con el corazón palpitando avanzó con sus pies, ligeros y cargados de
memorias ajenas. Buscó el borde del puente, como si se adentrara a un sueño
demasiado frágil, sus manos tocaron sin aferrarse. Su silueta aún delineada por
la luz mortecina del atardecer, se fundió con las sombras alargadas de las
vigas, moviéndose con la misma lentitud que evoca el fluir de un rÃo
subterráneo, profundo y sin retorno.
En su ascenso nunca miró hacia atrás,
quizás porque abandonando el pasado, podrÃa aferrarse al mismo dolor de
siempre. Tampoco miró hacia los transeúntes que, como figuras borrosas en una
acuarela en dÃa de lluvia, se habÃan percatado de su presencia y ya adivinaban de
lo que estaba a punto de hacer. Su silencio era un velo mortuorio, de un
sentimiento que ya era cadáver y que habÃa tejido soledades adheridas a ella,
polvo de un camino lejano olvidado.
En su ascenso, su determinación la
aferró a un deseo, el mismo que habÃa deprimido durante años, aquel que nació
cuando fue violada por su propio hermano y el abandono de su madre. Ahora,
firme en su propósito, era un grito de lucha que no permitirÃa que se
desvaneciera en una niebla del amanecer.
Llegado el momento un silencio antes
del vuelo, lista para el salto ya en el filo del puente, se detuvo con la misma
gracia que una bailarina en una danza macabra, en el umbral de su última
reverencia. Con su vista hacia el horizonte, hacia el paisaje adornado por los
edificios altos y las avenidas serpenteantes iluminadas por faros nerviosos que
titilaban. Un paisaje que se disolvÃa en tonos de Ãndigo y ceniza, a media que
la noche anunciaba su arribo. Ella con su tristeza serena, muñequita de Lladró,
sus ojos perdidos entre el sueño que termina y lo nuevo intangible, contemplaron
el reflejo de un mar inexistente en aguas quietas de su alma.
El murmullo del viento se mezcló con
los ecos lejanos de voces de transeúntes que pretendieron dar aliento de
aferrarse a la vida, al mismo dolor de siempre. Pero ella permaneció inmóvil,
las manos posadas en la barandilla con una delicadeza efÃmera, dedos que se
curvaron como pétalos a punto de soltarse, con gotas de sangre entre las
espinas. Un momento suspendido, quizás dudó en cuanto a la forma, pero no al
deseo, parpadeó un poco, más por el reflejo de un destello que por
arrepentimiento. La palma de su mano dejó escapar el mundo que la acogió
durante 21 años y sus dedos se soltaron de la vida, para dejar caer una flor
marchita. Su cuerpo se entregó al vacÃo por un instante, una pluma en el
aliento de un ocaso de otoño.
La reacción fue inmediata. El salto
rasgó el telón de hilos de seda antigua y en el piso se reflejaron las sombras
agitadas de transeúntes que avanzaron hacia ella con pasos torpes. AtraÃdos por
un imán invisible, morbosidad o necedad de auxilio. Otros petrificados por el
asombro. Los jóvenes de la generación x, y o z, sacaron sus celulares e
inmortalizaron la escena dantesca.
¿Quién serÃa el primero en publicar
la desdicha?
¿Quién tendrÃa el video completo?
Ahora se preguntaban por la
existencia de un testimonio, pero nadie se preguntó por los motivos de terminar
otra.
Algunas manos temblorosas
pretendieron atender el infortunio, confundidos entre tocar los restos o llamar
a las autoridades. En esa quietud absoluta, un silencio que se propagó al igual
que las ondas que se hacen por una pedrada en un lago sereno.
El ulular lejano anunció la llegada
de paramédicos, envueltos en su acostumbrado ajetreo, quienes más tarde
confirmaron el triste deceso. Esas nuevas sombras, colocaron un cordón de cinta
que flotaba al igual que lo hacen los lazos desvaÃdos.
La chiquilla, quieta con su rostro en
su pálida eternidad, dormÃa eternamente. HabÃa dejado atrás el dolor, los
recuerdos y a quienes ya la habÃan olvidado.
En puebla en al año 2023 fueron 376
almas que se desprendieron voluntariamente del hilo de la vida, un número que
susurra un récord en los anales de los datos públicos. Superando a los 345 de
2019 y a los 336 del 2020. Pero si deseamos mayor precisión 354 en 2024, para
los coleccionistas de guarismos de la muerte, en donde las historias poco
importan.
¿Cuántas o cuantos más para 2025?
Poco importan estas competencias
numéricas de flores marchitas del jardÃn invisible.
En este paisaje de conventos y
nieblas matutinas, quitarse la vida no es un trueno, sino un suspiro
prolongado, un descenso gradual hacia el vacÃo que las campañas como
"Contigo vivir tiene sentido" intentan disipar, aunque el vacÃo
persista, sutil como el aroma de jazmines marchitos. Una sociedad que está
interesada en selfies, narrativas del momento o testimonios de infortunio.
Cuando lo necesario no se hace, el de aferrarse a la vida a pesar de los
problemas y de … los polÃticos.
¿O no lo cree usted?
Octubre 22 de 2025
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