Los Valientes Muertos
Un Grito Ahogado de México Bajo el
Reinado del Narco
Rodolfo Herrera Charolet
Es el atardecer del Día de Muertos en
Uruapan, Michoacán, esa ciudad que hoy huele a aguacate maduro y a muerte
fresca. Las velas parpadean, ojos de fantasmas entre pliegos de papel china y
flores de cempoalxóchitl. Es el Festival de Velas que palpita con música y
risas, familias enteras se agolpan alrededor de las ofrendas. Niños corretean
entre las catrinas, mujeres venden dulces de calabaza, y el aire vibra con
"La Llorona", esa canción que llora por los ausentes. En medio de ese
carnaval de la muerte a la que le debemos una vida, un hombre camina erguido,
con su hijo pequeño aferrado a su hombro. "Mira, papi, la Catrina",
le dice el niño, y el padre sonríe. Es Carlos Alberto Manzo, alcalde de
Uruapan, el hombre que ganó con el 66% de los votos como independiente, el que
escupió en la cara del narco y del gobierno cómplice. Minutos después, un
sicario de escasos 18 años de edad se le acerca, forcejea con él como un lobo
con una presa herida, y le vacía el cargador a quemarropa. El cuerpo de Manzo
cae boca abajo, inerte, entre las velas y los gritos. Su hijo, testigo de todo,
queda huérfano en un instante. Momentos después el asesino muere abatido por
las balas de los escoltas de “seguridad” del alcalde que yace agonizante.
¿Poético? No. Es la obscenidad pura
de un México rehén de la corrupción, impunidad y el hampa. El narco que no
espera las sombras de la noche para perpetrar sus crímenes, que lo hace a plena
luz del día para que el terror se apodere de todo y de todos.
¿Y el gobierno? Ah, el gobierno michoacano.
Ese leviatán perezoso que se rasca la panza mientras los pueblos se pudren,
mientras Carlos suplicaba “Envíe al Ejército, a la Marina, a la Guardia
Nacional. Castigue a estos hijos de puta, vivos o muertos"
El silencio del gobierno respetuoso
del "Estado de derecho", también respeta a criminales, porque en
Michoacán, con balas y fosas clandestinas lo ejercen.
Omar García Harfuch, el secretario de
Seguridad afirmó que 14 escoltas federales custodiaron a Manzo, pero fallaron.
Esos 14 guardianes, no fueron suficientes para evitar que un mozalbete disparara
hasta vaciar su cargador.Hoy se presume complicidad velada. Fuentes policiales
susurran que Harfuch ya había advertido del riesgo de que, en Michoacán, como
en Sinaloa o Sonora, el gobierno es el problema. El gobernador Alfredo Ramírez
Bedolla asumió al poder en 2021 con el óleo bendito del narco. Se afirma que su
triunfo estuvo amparado por una operación masiva de "votos comprados"
con plomo y dólares sucios. También se dice que fue documentado, probado,
ignorado.
Manzo no era un político cualquiera.
Era un insolente, un suicida cuya valentía contrasta con un país de cobardes
arrodillados. Llegó al cargo venciendo 4 a 1 al candidato del partido más
poderoso del México de nuestros días. Desde el día uno, las amenazas llovieron:
"Vamos por tu hijo", le dijeron los narcos. Él no se dobló. Denunció.
Gritó.
En entrevistas, en videos, en las
calles: "Prefiero convocar al pueblo a tomar las armas que pactar con
estos bastardos. Aquí los espero, hijos de la chingada". ¿Recuerdas esa
rabia? Es la misma que otros valientes han escupido en la cara de sus
opresores.
Ahora, sus palabras son preguntas que
cortan como machetes, acusaciones que dejan sangrando al poder. Manzo retó al
crimen: "El pleito es golpe a golpe. De frente".
Pidió a los gobiernos “superiores”
que cumplieran su jodido trabajo: seguridad. "Queremos un Uruapan mejor,
un México mejor", imploró. Pero los responsables de la seguridad, en vez
de actuar, lo tachó de loco.
Bedolla, ese bufón con sotana
morenista, se burló en su último encuentro y bajando de su camioneta entre
risas preguntó a Carlos: "¿A cuántos has abatido?".
Luego, en el funeral de Manzo, el
pueblo lo corrió a gritos: "¡Asesino! ¡Fuera!". Bedolla huyó como el
canguro que guarda algo en la panza, pero el daño estaba hecho. Su menosprecio
y falta de actuación oportuna le costó la vida a un valiente.
Se sabe o al menos el pueblo denuncia
que la Guardia Civil del Estado, esa pandilla uniformada, extorsiona a
aguacateros y limoneros junto al narco. "Saca a tu policía corrupta que
nos está matando y secuestrando", le espetó Manzo al gobernador.
"Estamos rodeados de fosas, de desapariciones de mujeres y niñas, mientras
tú vas a la Fórmula Uno".
El asesinato de Carlos no es un
asesinato aislado; es el capítulo final de una novela de horror que México
escribe con sangre. En el gobierno del Estado, que en el 2027 concluye su
mandato. Son ya diez municipios michoacanos a los seis de 2022 que el crimen
organizado ha arrodillado con las balas: Contepec, Aguililla, Churumuco,
Cotija, Tacámbaro, Tepalcatepec.
Ayuntamientos convertidos en
panteones, donde el alcalde es un títere o un cadáver. Antes de Manzo, mataron
a Bernardo Bravo, líder limonero, padre de familia, por denunciar las mismas
extorsiones: cuotas al narco por cada árbol de limón, cada hectárea de
aguacate. Bravo cayó hace 15 días, acribillado como un perro. ¿Coincidencia?
No. Es patrón. El crimen organizado no solo cobra "impuestos";
gobierna. Controla precios en el campo, la construcción, el transporte. Impone
candidatos, corrompe a los sumisos, liquida a los rebeldes.
En Uruapan, una de las ciudades más
violentas de México, las autoridades locales pactan o mueren. Manzo eligió
denunciar: "No estamos hablando de pandillas, sino de cárteles. Toda la
información está en la fiscalía; ¡actúen de una puta vez!" dijo.
Y los valientes, ¿dónde están? Solos.
Absolutamente solos. Como las madres buscadoras que excavan fosas con las uñas,
solo para encontrar huesos de sus hijos y balas envueltas en el silencio del
Estado. Como los periodistas que firman su sentencia de muerte con cada
columna. Como los defensores de derechos humanos, líderes sociales, sacerdotes
que bendicen a los vivos y entierran a los masacrados.
En México, alzar la voz es pintarte
una diana en la nuca. Recordemos a Guillermo Prieto en 1858, gritando
"¡Los valientes no asesinan!" para salvar a Juárez de los
conservadores. Hoy, la frase se invierte: "A los valientes, los asesinan".
Porque aún existen gobiernos como elefantes dormidos, aceptan el reinado del
terror. Presume "estrategias de inteligencia" y "cifras",
mientras el crimen filma ejecuciones en TikTok y cobra "derecho de
piso" en pueblos enteros.
Tras perpetrarse el asesinato, en
Michoacán, ciudadanos irrumpieron en el Palacio de Gobierno en Morelia,
vandalizando con rabia pura. Productores de limón en Apatzingán murmuran
autodefensas armadas, como en 2014. El hartazgo hierve: no falta mucho para que
el pueblo tome las armas, y entonces, adiós autoridad y el gobierno será un
epitafio más en el panteón de fracasos.
Puebla es también cuna de valientes
Aquí en Puebla tenemos a uno de esos
valientes, Alejandro Armenta, enfrenta al crimen organizado con fuerza. A mí me
preocupa, porque aún existe un pueblo dormido, apático, que soporta injusticias
de alcaldes corruptos. Pero limpiar un Estado de esas viejas mañas es una tarea
de riesgos.
Sabemos ahora que en Puebla no
llegaron al año en el cargo, los tres funcionarios recientemente destituidos
por Idamís Pastor, la Fiscal de Hierro, envía un mensaje claro; tolerancia cero
a la complicidad y a la corrupción. Los funcionarios hoy saben que la limpia es
en serio. Fueron anunciados los primeros, pero no los últimos.
Pero mientras los valientes se
enfrentan a esas poderosas mafias, hay voceros del oportunismo que llevan agua
a su molino. Pero "no es momento de politizar". ¡Al diablo con eso!
Es el momento de exigir resultados,
es política en su forma más pura: el poder al servicio del pueblo, no al revés.
Hoy se necesitan operativos masivos, como los realizados por Lula en Brasil, al
desmantelar las favelas de Río con policía élite.
¿Pagando el costo político por la
paz? ¿Miedo a los "derechos humanos" de los criminales?
A manera de conclusión anticipada
Hoy el lector atendo, debe pensar en
el hijo de Manzo, abrazándolo minutos antes de la tragedia. Ese niño, con ojos
de inocencia rota, crecerá sabiendo que su padre murió por no arrodillarse.
¿Cuántos más? ¿Cuántas viudas,
cuántos huérfanos, antes de que el Estado despierte?
Mientras se promete "no
impunidad". Está bien. Pero la impunidad ya reina: detienen sicarios y
ladronzuelos de a pie, nunca a los capos ni a los políticos que les untan la
mano.
Hoy México no pide piedad; pide
justicia con colmillos. La muerte de los valientes mancha las velas que
alumbran altares. Como en Uruapan, en donde un asesinato ilumina un camino, en
donde denunciar no es actitud carroñera, es resistencia, cuya batalla se ganará
cuando el gobierno actúe. Mientras tanto el pueblo se levanta en un México que
grita… o muere en silencio.
¿O no lo cree usted?
1 de Noviembre de 2025



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