Homicidio


“La Ogresa” de La Roma

1940 | Ciudad de México.- La señora Felícitas Sánchez Aguillón, algunos decían que su segundo apellido era “Neyra”, nacida durante la década de los 1900´s, estudió enfermería y comenzó a trabajar de partera en su natal Veracruz. Desde su infancia mantuvo una relación tormentosa con su madre, quien la rechazaba y le provocó en su pequeña hija un desprecio hacia la maternidad y todo lo relacionado con ella y alimentó en ella un sentimiento perverso, megalómano que se expresó con crueldad hacia los animales, envenenando perros y gatos callejeros. 

Una personalidad neurótica que alimentó su actividad que le resultó atractiva y disfrutaba hacerlo. Luego manteniendo una relación amorosa con Carlos Conde un hombre de poco carácter, dependiente y sumiso –un patrón que repetiría en sus futuras parejas.

Felícitas era una mujer obesa, de malos modales, misántropa y de carácter muy fuerte, sus ojos de mirada astuta y perversa, le daban una presencia impositiva y siniestra. No tenía un pelo de tonta; muy al contrario, era una partera de gran prestigio, su actividad era solicitada por innumerables “clientas” de todas las clases sociales.

En el año de 1910 Felícitas, tras su separación de su esposo, se trasladó a la Ciudad de México en donde rentó una habitación a una mujer que ocupaba un departamento en calle Salamanca No. 9, en aquella época ocupado por un edificio de departamentos. Su casera y compañera de departamento laboraba todo el día y solo iba utilizaba el departamento para pernoctar, lo cual dejaba a Felícitas el tiempo y el espacio para darle riendas sueltas a su aberrante oficio.


Felícitas estableció así su negocio en el lugar "atendiendo partos", a la casera no le molestaba mientras el sitio estuviera limpio. El negocio comenzó a destacar y en especial cuando mujeres adineradas acudían a consulta con la mujer. Evento por lo más extraño, porque era extraño que una mujer con alta capacidad adquisitiva atender su embarazo con una partera en un barrio marginal.



Pronto el negocio prosperó, Felícitas siguió practicando abortos clandestinos, incluso realizó visitas a domicilio. La mujer frecuentó los más selectos barrios de la ciudad. Atendió a las mujeres practicando su oficio sin importar la edad gestacional del embarazo, inclusive en plena labor de parto. Antes de comenzar con su faceta como asesina serial, la partera se dedicó al tráfico de menores: 

Empezó a vender a los niños recién nacidos que sobrevivían o le encargaban, pronto empezó a traficar también con niños que adquiría de madres que por alguna razón le entregaban a sus hijos, bajo la promesa de que los colocaría en una "buena" casa. Durante la década de 1910's, todavía en el período del México porfirista, la partera fue detenida en por lo menos en dos ocasiones por tratar de vender a un bebé; la mujer salió libre tras pagar una simple multa.





















Los vecinos pronto empezaron a percatarse de eventos extraños: El drenaje del edificio se tapaba con frecuencia, sin embargo para arreglar este contratiempo Felícitas contaba con la complicidad de su plomero “de confianza”, Salvador Martínez Nieves. En otras los vecinos podían percatarse de un extraño humo negro y pestilente que salía del departamento.
No pasó mucho tiempo para que Felícitas evolucionara de la práctica de abortos al asesinato; los niños que no lograba vender terminaban muertos sin mencionar que muchos infantes murieron bajo su cuidado. La macabra asesina pronto recaudó dinero suficiente para montar un negocio, abrió una tienda de abarrotes que también fungió como clínica clandestina, ubicada en la calle Guadalajara No. 69, en la Ciudad de México, a la cual llamó "La Quebrada".
El 8 de abril de 1941, la alcantarilla del edificio de Salamanca donde vivía la partera se tapó, se encontraba congestionada desde la toma domiciliaria. En el primer piso del edificio se disponía una tienda de abarrotes, el dueño, llamado Francisco Páez, mandó a llamar a un plomero y a un par de albañiles. Los albañiles levantaron el piso del negocio para poder acceder a la cloaca, cuando llegaron a ella la sorpresa y las náuseas fueron generales. El drenaje se encontraba atascado por un enorme tapón de carne putrefacta, gasas y algodones ensangrentados, que despedían un olor nauseabundo. Indagando en la repugnante masa se encontraron con algo que despejó todas las dudas, entre ellos un pequeño cráneo humano.
Rápidamente, la prensa y la policía se hicieron presentes. Las autoridades llamaron a la puerta de la la casera que no sabía nada y compartía su departamento con la siniestra mujer. Los dejó pasar hasta la habitación de su inquilina, a la cual ella nunca había entrado. Lo primero que resaltó a vista dentro del cuarto, fue un altar con velas, agujas, ropa de bebé, un cráneo humano y una gran cantidad de fotografías de niños a manera de trofeos, que según los expertos, determinaron que era un comportamiento típico de los asesinos seriales, puesto que coleccionan fetiches que se relacionan con su víctima. Tras ese hallazgo, las autoridades determinaron catear "La Quebrada", sin la presencia de Felicitas que tras el escándalo se había dado a la fuga.
Aunque en esa época no existía la noción del asesino en serie, el infanticidio ya era considerado un crimen altamente condenado. La investigación cayó en manos del detective José Acosta Suárez.

El señor Acosta era un hombre práctico y poco impresionable, dedicado a su trabajo, quien en breve tiempo logró recopilar la información con ayuda de un niño de 14 años que había fungido como ayudante de Felícitas, lo que permitió su detención.

–Sí, sí, sí –dijo. Había ejercido su oficio como partera durante los últimos 15 años, siendo su especialidad los alumbramientos prematuros, unas veces por métodos abortivos y otras estrangulando a las criaturas tan pronto nacían. 

La prensa pronto dio rienda suelta a infinidad de historias de terror, en su mayoría basadas en hechos reales que involucraba a la siniestra mujer, a la que llamaron de diversas formas; "La Ogresa de la Roma", "la Trituradora de angelitos”, “la Descuartizadora de la Colonia Roma" o "la Espanta-cigüeñas" y habría sido responsable de infinidad de abortos y al menos medio centenar de infanticidios durante la década de 1930's en su mayoría para encubrir la honra de mujeres de “buena reputación”. Las notas periodísticas colocaron especial énfasis en su fealdad y basándose en el retrato que tenía de ella sus vecinos, influenciados en forma negativa por sus arteros crímenes afirmaban; "Parece bruja, con los ojos saltones, gorda, fea, más bien repugnante..." 
El marido de “La Ogresa”, Carlos Conde, de quien se había separado, confirmó que había procreado varios hijos, entre ellos; dos niñas gemelas que tan pronto nacieron fueron vendidas, pero otros alumbramientos varones no corrieron la misma suerte, porque fueron asesinados por su propia madre tan pronto nacieron. Carlos que ya no vivía junto a la diabólica mujer, llegó a conocer el oficio de su esposa y jamás la denunció. 
Los cómplices de "la Ogresa" relataron la terrible tortura a la que sometía a los bebés y niños: Solía parodiar los cuidados maternales de una manera sádica: Bañaba a las criaturas con agua helada, no les daba de comer durante largos períodos de tiempo, los dormía en el piso y a veces los alimentaba con carne o leche podrida.

Sus métodos de ejecución fueron variados: Asfixia, envenenamiento, apuñalamiento y hasta inmolación. Generalmente los estrangulaba o asfixiaba, repitiendo sus diversiones de su juventud. Tras ocurrir la muerte del infante procedía a descuartizarlo. Los testigos afirmaron que en ciertas ocasiones los llegó a descuartizar vivos; los restos, generalmente, los tiraba a las alcantarillas, a veces los desechaba en depósitos de basura y otras veces para deshacerse del indeseable producto los colocaba en el cómodo, los rociaba de gasolina y les prendía fuego para luego arrojar los restos carbonizados al boiler y finalmente las cenizas a la basura. Se dijo que la mujer habría quemado bebes aún vivos.
El 11 de abril de 1941 fue detenido Roberto Sánchez Salazar un cómplice. Que relató que en efecto sabía lo que estaba pasando, pero por miedo a ser condenado por complicidad no denunció el hecho a las autoridades. Ese mismo día Felícitas fue atrapada junto con su amante, Roberto o Alberto Covarrubias, alías "el Beto" o "el Güero" quien también fue su cómplice, Felícitas había procreado una hija, nacida en 1939, con quien trataban de huir de la ciudad.

La siniestra mujer confesó:
–Efectivamente, atendí muchas veces a mujeres que llegaban a mi casa... Me encargaba de las personas que requerían mis servicios y una vez que cumplía con mis trabajos de obstetricia, arrojaba los fetos al WC.
Pero el frágil estado mental de Felícitas iba más allá, tenía ideas delirantes en donde creía realmente que hacia un bien con sus atroces crímenes, esto la acercaba más al perfil de un asesino misionero, pero lo cierto es que su principal motivación siempre había sido monetaria, por lo que entraba más bien en la categoría de asesina hedonista, incluso les asignaba una cualidad mística, ejemplo de esto es el altar que fue encontrado en su habitación, conducta relacionada con los asesinos visionarios, como ella misma afirmó:
–Una mujer me dijo que había soñado que su hijo iba a nacer muy feo, que por favor le hiciera una operación para arrojarlo. En efecto, aquella criatura era un monstruo: tenía cara de animal, en lugar de ojos unas cuencas espantosas y en la cabeza una especie de cucurucho. A la hora de nacer, el niño no lloraba, sino bufaba. Le pedí al señor Roberto que lo echara al canal, y él le amarró un alambre al cuello.

Sus declaraciones reflejaron el terrible grado de cosificación que la homicida mantenía hacia sus víctimas, las repudiaba a tal grado que las visualizaba de esta manera.

El abogado defensor de Felícitas, tenía experiencia en asuntos difíciles, pero la mujer con sus declaraciones y la de los testigos, parecía hundirla cada día más, entonces debería encontrar una mejor línea de defensa, buscando entre otras estrategias la de locura.

"La Descuartizadora de la Roma" desde su detención hasta junio de 1941, alrededor de tres meses, fue recluida en prisión y aislada a causa del peligro que representaba para ella el contacto con la población general del reclusorio, tras el embate de la prensa. Durante todo ese tiempo vivió, irónicamente, una regresión, se comportaba como una niña pequeña, lloraba todo el día, sólo pronunciaba monosílabos y una repetitiva frase que en ocasiones llegaba a gritar: "Quiero irme de aquí.", incluso como típico berrinche infantil se tiraba al piso, pataleaba, gritaba y era necesario arrastrarla para trasladarla de un lugar a otro. Totalmente vestida de negro, con señales de gran agotamiento físico, en un estado cercano a la inconsciencia. Se le vio temblar, saltar, luchar con seres imaginarios, rodar agotada en el lecho. Los médicos de la Inspección prefirieron sedarla. Pasó varios días casi sin comer. Sólo quería dormir.
Las más fuertes pruebas de la fiscalía que conectaban a Felícitas con los cargos de asesinato eran los restos encontrados en la cañería de Salamanca No. 9, entre los que se encontraban un cráneo y un par de piernas que correspondían a un niño de por lo menos un año de edad. 

El abogado continuó la defensa y la búsqueda de algún artilugio legal, la mujer en semejante posición sería sentencia a 20 años de cárcel, la máxima pena que se aplicaba en aquella época. Sin embargo, el resultado de la sentencia fue distinto. El abogado había encontrado la mejor defensa y era el ataque.

Inexplicablemente los restos encontrados en la cañería y que eran la principal prueba, habían desaparecido y la partera asesina fue sentenciada el 26 de abril de 1941, por los cargos de aborto, inhumación ilegal de restos humanos, delitos contra la salud pública y responsabilidad clínica y médica; ninguno de estos crímenes era considerado como grave por lo que la mujer alcanzó fianza para recobrar su libertad.

Aunque la fiscalía aún contaba con los testimonios del plomero que estaba completamente dispuesto a declarar y del amante, quien bajo la presión adecuada terminó por dar a conocer lo que sabía, desafortunadamente el juez tercero de la Primera Corte Penal, licenciado Clemente Castellanos, abdicó, se cree que fue amenazado o sobornado para hacerlo, lo cual facilitó la salida de Felícitas antes de que la fiscalía pudiera apelar el fallo.

El mayor problema del escándalo no eran los infantes asesinados ni los abortos clandestinos practicados, sino que el abogado defensor había amenazado con publicar una larga lista de “clientas” que involucraba presumiblemente a poderosos políticos y funcionarios públicos.

Los periódicos publicaron una nota que causó revuelo: “'La Ogresa de la Colonia Roma' denunciará a todas las señoras que fueron a solicitarla”. Felícitas ingresó en prisión el 26 de abril de 1941 por los delitos de asociación delictuosa, aborto, violación a las leyes de inhumación y responsabilidad clínica y médica.

En el expediente aparece un trozo de hoja papel bond, escrito a mano con tinta sepia, y fechado el 26 de abril, en el que sólo alcanza a leerse: “Puede quedarse la niña de la reclusa Felícitas Sánchez para remitirla al kínder el lunes próximo”. En un oficio fechado el 1º de mayo de 1941, se asienta, sorprendentemente, que el Juez Tercero de la Primera Sala Penal se declara incompetente para seguir llevando el proceso. En el documento siguiente, fechado el 10 de mayo, el juez octavo determina dejar a la partera en libertad bajo fianza, mediante el pago de $600.00 pesos. “¡La descuartizadora saldrá en libertad!”, clamaron los medios al conocer la resolución.

Los abogados de Felícitas se habían aprovechado de vacíos legales “para exigir que se comprobara el cuerpo de sus delitos”. Pero el cuerpo de sus delitos no estaba en ningún lado: habían desaparecido “las piernitas de niño”, no había acusaciones, todo se fundaba en dichos.
El exesposo, Carlos Conde, a pesar de todo, incluso a pesar de que Felícitas ya mantuviera otra relación sentimental, fue quien pagó dicha fianza, lo que evidenciaba una relación enfermiza entre ambos. El monto de la fianza fue fijada en $600.00 pesos y en junio de 1941 la asesina quedó libre.

No obstante que la homicida recobró su libertad y había burlado la ley, su vida se convirtió en un infierno, puesto que la opinión pública se había encargado de señalarla y finalmente la prensa informó que el 16 de junio de 1941, Felícitas se suicidó con una sobredosis de Nembutal, durante la madrugada en la casa que ahora compartía con su concubino mientras éste dormía. La homicida habría dejado tres cartas póstumas: una dirigida a su ex-abogado, otra a su actual abogado y una última a su pareja. En ellas no había ninguna expresión sentimental, sin culpa, sin dolor, sin tristeza y sin lazos afectivos de ningún tipo, en ningún momento menciona a su hija. Al final de cuentas parecía haberse cosificado a sí misma, su propia muerte no pareció producirle ningún sentimiento.

Su hija pasó a la tutela del Estado, fue llevada a un hospicio, creció hasta convertirse, hasta donde se sabe, en un miembro "funcional" de la sociedad.

La homicida fue una mujer organizada, hedonista y sedentaria que según su profesión se considera un ángel de la muerte, se graduó como enfermera y ejerció como partera, aunque su hábito asesino causó tanto daño, las mujeres que abortaron sintieron aligerada su carga.

Se dijo que con la muerte de “La Ogresa” fue un asesinato premeditado y mandado a ejecutar por quien se sintió chantajeado durante el proceso legal. Sí así fue, un homicidio más quedó impune.

Palabra referida:
Ogresa.- En francés el término fue originalmente usado por Charles Perrault (1628-1703) en su compendio de cuentos Histoires ou Contes du temps Passé, más conocido por su subtítulo Contes de ma mère l'Oye. En este libro de Perrault, publicado en 1697, aparece el primer ejemplo de ogro hembra (como «ogresa») en uno de los cuentos del libro: La Bella Durmiente, que Perrault había escrito basándose en un cuento del napolitano Basile. En 1698, un año después de la publicación del libro de Perrault, la Condesa de Aulnoy, Marie-Catherine Jumelle de Berneville (1650-1705), retomó el término ogre en su cuento L'Oranger et l'Abeille. A partir de la publicación de los cuentos de Perrault y de Madame de Aulnoy, el personaje del ogro se fue popularizando progresivamente, apareciendo cada vez más en otros cuentos de hadas.

Fuentes consultadas:
Lazo, Norma (2007) (en español). Sin clemencia. Inglés (1ª edición). México: Random House. ISBN 0-307-39173-6 / 978-0-307-39173-5.
Información y recopilación de Rodolfo Herrera Charolet, publicada en el periódico electrónico Eprensa.Info, el 21 de diciembre de 2012.
Con información publicada en La Prensa; 9 y 29 de abril, 17 de junio de 1941.