Charlatán con bisturí: el falso especialista del Ángeles
Por Carlos Charis
31 de mayo de 2025
La primera vez que lo vi en la televisión pensé: otro médico más con cara de superioridad y manos que no sanan.
Después me enteré que golpeó a su pareja, September V., y ya no me pareció médico.
Me pareció un cobarde con bata blanca, un actor frustrado en el teatro quirúrgico de los hospitales caros.
Se llama Armando S. C.
Decía que era gastroenterólogo.
Tenía consultorio en el Hospital Ángeles, ese lugar donde te cobran hasta el aire acondicionado.
Pero resulta que era mentira.
La SEP lo confirmó esta semana: no tiene cédula como especialista en gastroenterología.
Lo que tiene es el ego y la violencia de alguien que juega a ser dios con diploma prestado.
El hospital de los que pueden pagar
Los hospitales privados son como templos para los que creen que la salud es una inversión.
Ahí no importa si el médico es bueno, importa si cobra caro.
Y Armando lo hacía.
Te hablaba de intestinos como si hubiera viajado por ellos en submarino.
Nadie preguntaba por sus credenciales, porque el miedo al cáncer y al reflujo te vuelve obediente.
Pero una mujer se atrevió a hablar.
No fue por su estómago, fue por su cuerpo golpeado.
September V. lo denunció públicamente por violencia física.
Mostró el video. Se volvió viral.
Y ahí comenzó la caída.
Cédulas y mentiras
La Dirección General de Profesiones respondió la solicitud.
Tres cédulas tiene el señor: médico general por la UPAEP, cirugía general por la BUAP y una maestría en cirugía estética de una escuela que suena más a spa con título que a academia.
Pero nada de gastroenterología.
Nada.
Estuvo jugando al especialista por años.
Revisó estómagos, intestinos, cobró consultas, tal vez metió manos en lugares donde sólo debía meterlas la ciencia.
La SEP ya presentó denuncia.
Podría ser procesado por usurpación de profesión.
Aunque en este país, a los charlatanes con corbata o bata rara vez se les castiga.
La verdadera enfermedad
Lo más triste no es que haya un médico charlatán.
Lo triste es que hay muchos, y no todos golpean con los puños.
Algunos lo hacen con diagnósticos erróneos, con recetas innecesarias, con operaciones que no se necesitaban.
Y siempre bajo el amparo de un sistema que prefiere el lucro antes que la ética.
Mientras, el paciente paga.
Con su dinero, su confianza, a veces con su vida.
Y la mujer violentada, la que lo exhibió, también tuvo que cargar con los comentarios imbéciles, los defensores de profesión, los que creen que tener una bata es tener razón.
En este país se puede ser muchas cosas sin ser nada.
Puedes llamarte doctor sin serlo,
Puedes ponerle nombre griego a tu clínica y seguir siendo un salvaje.
Puedes incluso usar un bisturí sin haber pasado por la verdad.
Pero lo que no puedes evitar es que un día, alguien—una mujer, una denuncia, una cédula ausente—te arranque la máscara.
Y ahí quedas.
Solo, falso, golpeador, y ahora… desenmascarado.
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