El feudo de los Rivera: cacicazgo, minerĂa y despojo en la Sierra Norte
Por José Herrera
IxtacamaxtitlĂ¡n, Puebla – mayo de 2021
La Sierra Norte no vota, obedece.
En Chignahuapan, en Cuautempan, en IxtacamaxtitlĂ¡n, los hombres que mandan no son los que se eligen, sino los que se heredan. La boleta es una formalidad. El verdadero poder se firma en servilletas, se negocia en comedores cerrados, se transmite por sangre. Y en ese Ă¡rbol genealĂ³gico, una familia florece con la arrogancia de quien se sabe intocable: los Rivera.
Enrique Rivera Reyes, candidato del PRIANRD a una curul local en el Congreso de Puebla en 2021, es apenas la hoja mĂ¡s reciente de un tronco que ha hundido sus raĂces en la polĂtica, el negocio inmobiliario, el reparto de plazas y ahora, en la tierra misma: la minerĂa.
Porque Enrique no sĂ³lo aspira a legislar. Aspira a proteger lo suyo. Y lo suyo es tambiĂ©n lo que no le pertenece: el oro y la plata bajo los cerros de IxtacamaxtitlĂ¡n. Las concesiones canadienses. El agua que ya no corre. Las asambleas que no consultan. La dignidad de un pueblo al que han hecho pasar por idiota.
Fue en 2019, en el auditorio de Santa MarĂa Zotoltepec, donde se escenificĂ³ la farsa. La SEMARNAT organizĂ³ una “reuniĂ³n pĂºblica de informaciĂ³n” para escuchar a los habitantes sobre el proyecto de mina a cielo abierto promovido por Minera GorriĂ³n, filial de Almaden Minerals. Lo que llegĂ³ no fue el pueblo, sino los autobuses. Cientos. Llenos de acarreados. Camisetas blancas con logos brillantes. Banderitas. Aplausos pautados. Los organizadores jamĂ¡s imaginaron que la propaganda pudiera tener rostro humano.
Los de Chignahuapan llegaron temprano. Los de Veracruz, un poco despuĂ©s. Gritaban lo que les ordenaban gritar. AplaudĂan como les enseñaron. Algunos decĂan no saber por quĂ© estaban ahĂ. “Nos dijeron que iba a haber comida”, confesĂ³ una mujer, antes de levantar la mano en señal de aprobaciĂ³n.
Los verdaderos vecinos de IxtacamaxtitlĂ¡n, los que sĂ tienen tierra en juego, miraban en silencio. La mina –dijeron entonces, como lo repiten ahora– no solo arruinarĂa sus cultivos. TambiĂ©n les quitarĂa lo que aĂºn queda de agua en una regiĂ³n con sequĂa endĂ©mica. Pero nadie los escuchĂ³. O mĂ¡s bien, nadie quiso escuchar.
DetrĂ¡s de la escenografĂa minera, los Rivera. Abuelos, padres, hijos. Lorenzo Rivera Castillo, patriarca, fue edil de Chignahuapan. Luego SaĂºl Rivera. Luego Lorenzo Rivera Sosa. Diputados, presidentes auxiliares, funcionarios federales. Se reparten el poder como si fuera pan en una misa negra. Y como en toda misa, no faltan los favores.
Las denuncias contra Enrique Rivera Reyes no han hecho mella en su candidatura. Aunque enfrenta un juicio de amparo (321/2021) contra una orden de aprehensiĂ³n por presunto desvĂo de recursos pĂºblicos durante su gestiĂ³n como alcalde de Chignahuapan (2014-2018), el blindaje polĂtico le permite caminar con la cabeza en alto, como si la corrupciĂ³n fuese un tĂtulo nobiliario.
Vecinos de Cuautempan y Tetela de Ocampo coinciden: los Rivera no sĂ³lo colocan funcionarios. Colocan compadres. Terratenientes. Ingenieros de confianza. Hasta sacerdotes afines. Controlan obras, permisos, y ahora pretenden controlar tambiĂ©n las vetas metĂ¡licas de la Sierra. Porque en los pliegues del cacicazgo, el oro no reluce: corroe.
El actual presidente municipal de IxtacamaxtitlĂ¡n, Eleazar HernĂ¡ndez Arroyo, tampoco escapa a la telaraña. Fue colocado por el grupo Rivera, denuncian pobladores. Las plazas clave de su administraciĂ³n –Obras PĂºblicas, TesorerĂa– fueron ocupadas por hombres de Chignahuapan, leales al clan. Como si IxtacamaxtitlĂ¡n fuera una colonia administrativa, un apĂ©ndice del cacique.
Desde ahĂ, desde el Palacio Municipal, se operan otras artimañas: compra de votos, entrega de calentadores solares en plena veda electoral, manipulaciĂ³n institucional. El Partido del Trabajo denunciĂ³ que los apoyos se descargaban directamente en la alcaldĂa para beneficiar a Cipriano VĂ¡zquez Carmona, candidato a la presidencia municipal. Todo documentado. Todo ignorado.
Rafael RamĂrez, del PT, fue claro: “El cacicazgo estĂ¡ vivo y tiene nombre. La lucha del pueblo no ha sido respondida por ninguna autoridad. Ni local ni federal”.
En diciembre de 2020, la SEMARNAT rechazĂ³ la ManifestaciĂ³n de Impacto Ambiental (MIA) de Almaden Minerals. El documento era endeble, incapaz de explicar cĂ³mo una mina que exige cinco millones de litros de agua diarios se abastecerĂa solo de lluvia. El plan quedĂ³ en pausa. Pero no muerto.
Minera GorriĂ³n ya anunciĂ³ que presentarĂ¡ una nueva propuesta. Una mĂ¡s “sĂ³lida”. MĂ¡s “tĂ©cnica”. MĂ¡s “comprometida con el bienestar social”. Las mismas palabras. El mismo engaño. En el fondo, el mismo modelo de despojo.
Organizaciones como el Consejo Tiyat Tali, Fundar y el Cesder han advertido que el daño ecolĂ³gico serĂa irreversible. Pero el poder no escucha razones cuando tiene intereses. Y los intereses en la Sierra tienen apellidos. Rivera, para empezar.
En Chignahuapan, algunos aĂºn recuerdan cĂ³mo los Rivera comenzaron con tierras y ganado. CĂ³mo despuĂ©s extendieron su influencia a Cuautempan, Aquixtla, Tetela. CĂ³mo pusieron diputados como se pone a dedo un alcalde. CĂ³mo ahora buscan arrancar el corazĂ³n mineral de la montaña para convertirlo en lingotes.
Enrique Rivera no es un polĂtico, dicen en voz baja. Es un sĂntoma. Una advertencia. Una continuidad. Su candidatura representa no sĂ³lo al PRIANRD, sino a un sistema de impunidad encarnado en apellidos heredados. Mientras Ă©l sonrĂe en espectaculares, los cerros tiemblan. Y el oro sigue enterrado, como un secreto sucio que tarde o temprano serĂ¡ escarbado.
Porque en la Sierra Norte, la democracia es una excusa. El cacicazgo, una herencia. Y la resistencia, una Ăºltima semilla.
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