El Imperio del Horror: la caída del alcalde prófugo de Cuautempan.
En el corazón quebrado de la Sierra Norte poblana, donde la selva y la bruma ocultan más que árboles, la Fiscalía General del Estado comenzó a desmontar —pieza por pieza, cuerpo por cuerpo— el emporio criminal que durante años fue orquestado por el hoy prófugo Gerardo Cortés Caballero, alcalde con licencia de Cuautempan. Un alcalde que más que gobernar, comandaba. Que más que prometer, extorsionaba. Que más que servir, torturaba.
Un nuevo cateo a la siniestra propiedad conocida como Casa Piedra, un caserón levantado sobre cimientos de miedo y dolor, reveló un botín de guerra: siete vehículos con reporte de robo —dos de ellos con blindaje—, símbolos rodantes del poder y la impunidad. Pero el hallazgo es sólo una hebra más del tejido sangriento que Cortés Caballero hiló con manos sucias, escoltado por su séquito de policías municipales leales no al estado, sino al miedo.
La investigación, encabezada por la Fiscalía de Secuestro y Extorsión, describe una red que operaba con la eficiencia de una maquinaria sin alma: cobro de piso de entre 200 y 500 pesos a comerciantes humildes, asaltos a transportistas, y el funcionamiento casi empresarial de puntos de venta de drogas. Las calles de Cuautempan, una comunidad olvidada por todos salvo por sus verdugos, eran el tablero sobre el cual este hombre jugaba a ser dios.
En un operativo conjunto del 9 de mayo —donde intervinieron SEDENA, SEMAR y la SSP estatal—, las autoridades comenzaron a cercar el cerco, no sin antes arrancar los velos del silencio. Testimonios escalofriantes comenzaron a emerger como cadáveres en río revuelto.
"Me levantaron los policías municipales y me llevaron a Casa Piedra. Ahí, el presidente me torturó y pidió rescate a mis familiares para que me dejaran vivo", relató una víctima con voz rota y mirada hueca. La casa, lejos de ser un refugio, era un centro de operaciones del terror: secuestros, tortura, extorsión. Una cárcel sin barrotes donde reinaba la impunidad.
La patrulla clonada —con los números M-143 a los costados y M-142 en el toldo— era el disfraz perfecto para cazar víctimas. Simulacro de legalidad al servicio del crimen. El mismo alcalde, aseguran fuentes internas, dirigía personalmente algunos de los 'levantones'. Lo que debía ser una figura de autoridad, se convirtió en una sombra de horror.
Hoy, Cortés Caballero se esconde. Trascendió que ha intentado promover un amparo, como último recurso, como si una firma pudiese borrar los gritos, las balas, los cuerpos. Como si el papel mojado de un amparo pudiera contener la fuerza de los muertos que lo reclaman.
En Cuautempan, el miedo aún no se ha ido. La tierra tiembla, no por sismos, sino por la memoria. Pero el imperio se resquebraja. Y piedra por piedra, coche por coche, testimonio por testimonio, la justicia parece —por fin— alzar la voz en un sitio donde por años sólo se escuchó el silencio cómplice del poder.
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