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Hospital sin corazón: la negligencia que oxida las máquinas del IMSS

 

Hospital sin corazón: la negligencia que oxida las máquinas de

l IMSS

Por Rodolfo Herrera Charolet
16 de mayo de 2025

En los pasillos del IMSS Puebla las máquinas no respiran. Los ventiladores están muertos, las incubadoras frías, los monitores ciegos. La vida, aquí, depende de fierros oxidados por la negligencia. Y los responsables, como siempre, se escudan tras escritorios de aire acondicionado.

Los trabajadores del IMSS ya no aguantaron. Le escribieron a la presidenta, al director del Instituto, al país entero si es necesario. No piden privilegios: exigen que los equipos de soporte de vida funcionen, que no haya que rezar cada vez que una planta de emergencia no arranca o un desfibrilador decide no cumplir su última promesa.

Porque aquí la muerte no llega como un relámpago, sino como un trámite no firmado, una licitación no emitida.

La delegada que no licita, los pacientes que no respiran

La delegada Aurora Tinajero Esquivel y su jefa de Conservación, María Haideé Varela Gutiérrez, tienen nombre y rostro, pero no dan la cara. Bajo su gestión —y su silencio—, los hospitales del IMSS en Puebla se convierten en ruinas con batas blancas.

Desde noviembre de 2024 debieron haber lanzado los concursos para mantener funcionando los pulmones artificiales, los ojos radiológicos, los cerebros de las máquinas que sostienen la vida humana. Pero no lo hicieron. No hubo licitaciones. No hay contratos. Solo hay órdenes de servicio fraccionadas, adjudicaciones directas, olor a corrupción en cada pasillo.

Y entonces, pasa lo que pasó el 14 de abril en el Hospital General de Zona No. 20 “La Margarita”: un apagón, 48 horas sin luz estable, un hospital paralizado, un infierno sin nombre.

“Trabajamos con el alma en la boca”

Los empleados lo dicen con rabia y miedo: “trabajamos en riesgo permanente”. Las máquinas no solo cuidan a los pacientes. Nos cuidan a todos: a la enfermera que mete la mano en un quirófano sin saber si hay electricidad, al médico que conecta el monitor esperando que no explote, al camillero que empuja sin saber si el elevador subirá.

Este abandono institucional no es solo negligencia: es violencia disfrazada de burocracia. Es daño patrimonial, es colapso funcional, es una forma sofisticada de crimen blanco, sin sangre pero con muertos.

La pregunta que nadie responde

¿Dónde están los recursos que debieron garantizar que esos equipos funcionaran? ¿Quién gana con las adjudicaciones directas repetitivas? ¿Por qué se permite que el IMSS sea administrado como una tienda de favores y no como la columna vertebral de la salud pública nacional?

Los trabajadores del IMSS han hablado. Han entregado pruebas, han firmado documentos, han puesto su nombre donde muchos otros esconden el suyo.

Y mientras tanto, la delegada Tinajero guarda silencio, como si fuera solo espectadora de una catástrofe, como si no fuera responsable directa de cada máquina que deja de latir.

Porque lo que se rompe no son solo equipos

Lo que se quiebra es la confianza. Lo que se muere es la esperanza. Porque los hospitales ya no son refugios de vida, sino espejos de la descomposición del sistema.

Y así, entre tubos inservibles y quirófanos en pausa, los trabajadores del IMSS siguen ahí: peleando por cada gota de dignidad que aún no se ha drenado por las grietas de la negligencia.



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