La guerra contra la comida chatarra en Puebla: Entre amparos y una salud que se pierde
Por Carlos Charis y José Herrera
Proceso / 9 de mayo de 2025
Otro dÃa en el que el gobierno, cual gigantesco pulpo burocrático, pelea contra lo inevitable. La SecretarÃa de Educación Pública (SEP), representada por EurÃpides Flores, ha lanzado su ofensiva en defensa de la salud de los estudiantes, aunque parece que, al igual que la comida chatarra que venden en cada rincón de las universidades, esta batalla es solo otro espectáculo. La guerra es legal, claro, pero ¿realmente hay alguien pensando en la salud de los jóvenes?
La orden era clara: proponer una polÃtica nacional para evitar que las escuelas sigan siendo supermercados de productos dañinos, alimentos con el potencial de matarte lentamente, como un cáncer que no se ve, pero ahà está, esperando su turno. Una polÃtica, por supuesto, impulsada por Claudia Sheinbaum, la doctora que se ha colado en cada rincón de esta guerra moral. Pero como en toda buena historia, las sorpresas no se hicieron esperar.
De inmediato, cuatro amparos fueron promovidos. Las empresas no estaban dispuestas a ceder ante la idea de perder el jugoso negocio de vender papitas, refrescos y bolis a los jóvenes hambrientos de algo rápido, fácil y mortal. Entre los amparos, tres ya tienen suspensiones que permiten a las compañÃas seguir vendiendo en universidades locales. ¿Y por qué no? El dinero, siempre el maldito dinero, siempre en la punta de la lengua de estos jueces.
EurÃpides Flores, un hombre con cara de abogado, de esos que defienden lo indefendible, salió con su discurso bien ensayado: “Defendemos los lineamientos de vida saludable. Es una polÃtica de Estado, no solo un capricho del gobierno.” ¿Un capricho, dices? Bueno, a lo mejor la polÃtica es solo una excusa para tapar el fracaso de un sistema que prefiere seguir financiando el cáncer en lugar de buscar una verdadera solución a la epidemia de obesidad que arrastra a este paÃs hacia el abismo. La SEP no sólo está defendiendo una medida administrativa, sino una guerra moral, como si el sentido común pudiera ser una polÃtica.
Claro, la SEP no está sola. Mario Delgado apoya la causa, y Alejandro Armenta hace lo que puede para no perder la cara. Sin embargo, la realidad es otra. Las grandes marcas, esas que te venden la mierda como si fuera comida, tienen más peso que cualquier decreto. Tienen más poder que los intereses legÃtimos de padres, de estudiantes, de esos que, quizás, no tienen ni idea de lo que están comiendo, pero que saben que la pizza es mucho más barata que una ensalada.
¿Y qué nos queda? Una guerra que no se librará en los tribunales, donde los jueces venderán suspensiones como quien regala caramelos en Halloween, sino en las entrañas de las universidades, donde los jóvenes seguirán dándose el lujo de ser consumidores de su propia salud. Entre las vitrinas llenas de alimentos insanos y la hipocresÃa de los jueces que permiten que las corporaciones sigan matando poco a poco a la juventud, ¿quién será el verdadero perdedor en esta historia?
El 24 de abril, la guerra comenzó, pero al parecer, aún no hay claridad sobre quién la ganará. Pero ya sabemos cómo acaba: los estudiantes seguirán engullendo productos chatarra, y las empresas seguirán lucrando con la salud de una generación que ya no sabe qué comer sin sentirse culpable.
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