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Cuetzalan: Donde la niebla guarda los secretos de los antiguos totonacas

 Cuetzalan: Donde la niebla guarda los secretos de los antiguos totonacas


Por José Herrera

En las profundidades verdes de la Sierra Norte de Puebla, donde las nubes caminan a ras de suelo y los cerros hablan en lenguas antiguas, se encuentra Cuetzalan, una ciudad enclavada en la geografía abrupta y en la memoria profunda de Mesoamérica. A 183 kilómetros de la capital poblana, esta localidad de apenas 6,402 habitantes —según el censo de 2020— no sólo guarda el encanto de un Pueblo Mágico declarado como tal en 2002, sino el pulso vivo de una cosmovisión indígena que resiste, florece y habla en náhuatl y totonaco.

Un laberinto vertical de piedra y niebla

Caminar por Cuetzalan es como internarse en un anfiteatro natural de piedra, vegetación espesa y humedad perpetua. Sus calles empedradas trepan y descienden con pendientes pronunciadas, como si el propio pueblo se negara a ceder ante la gravedad. Este terreno accidentado no es obstáculo sino carácter: es parte del alma del pueblo. Aquí, el visitante no sólo se desplaza en el espacio, sino también en el tiempo.

En su centro histórico, rodeado por la Parroquia de San Francisco —una imponente estructura neogótica que emerge entre la neblina—, se levantan escalinatas, plazas empedradas y casas con tejados rojos. Todo está impregnado de humedad, de olor a tierra y copal, de murmullos que vienen del mercado y del eco de los voladores que, al ritmo de flautas y tambores, descienden girando del cielo.

Raíces que no se han secado: identidad indígena viva

Pero más allá de su arquitectura colonial y sus paisajes exuberantes, Cuetzalan es un epicentro de resistencia cultural. En este rincón del Totonacapan —fundado alrededor del 200 a.C. por los totonacos— pervive una forma de vida profundamente enraizada en el territorio. Aquí, hablar náhuatl o totonaco no es un acto de nostalgia, sino de sobrevivencia identitaria. El mercado dominical no es sólo un sitio de intercambio económico, sino un espacio ritual donde confluyen productos, conocimientos ancestrales y códigos simbólicos milenarios.

Cuetzalan fue una de las primeras localidades del país en desarrollar una radio indigenista, con programación en lenguas originarias, como herramienta de comunicación comunitaria. En un país donde la invisibilidad de los pueblos indígenas sigue siendo la norma, Cuetzalan hace del orgullo étnico una declaración de permanencia.

Historia de conquista y autonomía

La historia de Cuetzalan está marcada por dualidades: fue sometido por los españoles en 1522 y evangelizado por franciscanos, pero también fue un centro social y comercial de gran importancia desde el siglo XVI. Su nombre original, “San Francisco Cuetzalan”, nos habla de ese sincretismo donde conviven el calendario agrícola indígena y el santoral católico. En 1895, tras siglos de reorganización territorial, se convirtió oficialmente en municipio libre, y en 1986 fue reconocido como ciudad.

La zona arqueológica de Yohualichan, ubicada en su jurisdicción, es testimonio tangible de su pasado prehispánico. Con estructuras que recuerdan a El Tajín y un aura que parece suspendida en el tiempo, Yohualichan sigue siendo visitada por pobladores nahuas en fechas ceremoniales, confirmando que el pasado no ha sido olvidado, sino asimilado.

Un turismo que no llega a todos

Paradójicamente, pese a ser uno de los destinos turísticos más destacados de Puebla, Cuetzalan no ha recibido los beneficios del desarrollo económico de forma equitativa. En su territorio aún persisten deficiencias estructurales: pocas opciones gastronómicas formales, falta de cafés, espacios culturales o servicios turísticos estables. En muchos casos, las ganancias del turismo no han alcanzado a las comunidades indígenas que sostienen el atractivo del lugar con su trabajo, su tierra y sus rituales.

Cuetzalan como espejo

Cuetzalan no sólo es un pueblo mágico. Es un espejo de las contradicciones de México: belleza y marginación, tradición y olvido, resistencia y abandono institucional. Su geografía nos deslumbra, su cultura nos interpela, y su historia —que es la de muchos pueblos originarios del país— nos obliga a preguntarnos: ¿qué hemos hecho con nuestra diversidad?

Allí donde la selva se adentra en los templos y los sueños caminan entre las nubes, Cuetzalan resiste. No como una postal para el turista, sino como un corazón que late al ritmo de tambores ancestrales.

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