El terrible Dr. Tocino nunca se fue, solo se agazapó un rato a curarse la soberbia. Le dieron un jalón de orejas institucional y musitó disculpas con cara de vómito amargo, pero en el fondo, todos sabÃamos que ese tipo no se redime: se repliega.
Ahora vuelve, más agrio que nunca, ya no con el chip del tlacoyo sino con el hÃgado bien sazonado en bilis y rencores viejos. No aprendió, porque no quiso. Porque el ego cuando huele el micrófono, babea.
Y claro, el rosario que colgaba del retrovisor ya ni brilla. Lo usó de pantalla, no de fe. Redención de cartón mojado. Ya ni para limpiarse las manos le sirve.
¿Actúa solo? DifÃcil creerlo. Hay quienes lo ceban, le sirven plato, le abren micrófono y le aplauden la vÃscera. A veces el odio no se cocina solo. Alguien le pone la lumbre.
Tic tac…
El reloj no marca el juicio. Marca el próximo exabrupto.
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