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De 14 mil a 80 mil: Coppel y el arte de multiplicar deudas

De 14 mil a 80 mil: Coppel y el arte de multiplicar deudas

Por Rodolfo Herrera Charolet

La historia se repite con la precisión de un reloj suizo, pero con el cinismo de un prestamista de barrio vestido de empresa formal: una joven solicita un préstamo modesto —14 mil pesos— en una tienda departamental con rostro de abuelita amable y alma de cobrador inflexible. Y meses después, como por arte de magia, la deuda ha crecido hasta los 80 mil pesos. No por capricho, no por irresponsabilidad, sino por una cadena de irregularidades, cargos inflados, intereses moratorios opacos, y supuestos “errores del sistema” que, curiosamente, siempre benefician al acreedor.

La afectada es @keniliaz, una emprendedora de Guadalajara que hizo pública su tragedia financiera a través de TikTok. Ahí, en videos breves pero cargados de desesperación, relata cómo una deuda manejable se convirtió en una pesadilla matemática. Según sus palabras, la empresa ahora le exige más de 30 mil pesos mensuales solo para comenzar a “regularizarse”.

Sí, leyó bien: 30 mil pesos mensuales. El tipo de pago que un trabajador promedio en México no podría cubrir ni con aguinaldo, vacaciones y tanda de fin de año juntos.

Coppel, el nuevo Inquisidor

Con la dulzura del "te prestamos fácil", Coppel seduce. Pero cuando el usuario empieza a cuestionar los cargos, los abonos que no aparecen o los saldos que se duplican sin aviso, la respuesta es el silencio. O peor aún: la insistencia telefónica implacable que, como tortura moderna, le recuerda al deudor que debe, que se atrasa, que se calle y pague.

“Recibo constantes llamadas sobre el retraso en mis mensualidades, pero al intentar explicar mi situación, no obtengo respuestas”, dice @keniliaz en uno de sus videos. Las líneas de atención son verdaderos laberintos. Las sucursales, trincheras defensivas. Nadie sabe. Nadie resuelve. Todos remiten a otro departamento. Y mientras tanto, la deuda crece. Como hongo nuclear.

Coppel ha declarado —como quien lanza una aspirina al incendio— que “posiblemente hubo un hackeo” que afectó las cuentas de varios clientes. Pero el dinero sigue cobrándose. Los intereses siguen corriendo. Y el Buró de Crédito no borra los registros por culpa de un supuesto ciberataque que nadie explica, nadie investiga y nadie repara.

¿Qué pasa cuando la tienda es más peligrosa que el banco?

Este caso no es aislado. En los comentarios de sus publicaciones, decenas de usuarios relatan experiencias similares: deudas que se duplican, cargos no reconocidos, cuentas alteradas. Y siempre, siempre, una respuesta nula por parte de la empresa.

Lo que debería ser una tienda departamental se ha convertido en una maquinaria de endeudamiento masivo que afecta principalmente a mujeres, a trabajadoras, a estudiantes, a personas que con buena fe aceptan un crédito sin saber que están entrando a un campo minado de letras pequeñas y cláusulas abusivas.

¿Dónde está la autoridad? La CONDUSEF —esa figura institucional que actúa con la velocidad de un caracol reumático— apenas ofrece asesorías, mientras la víctima carga con recibos, estados de cuenta, pantallazos y su dignidad hecha trizas, esperando una respuesta que rara vez llega.

Lo que debemos aprender

Esta historia, como muchas otras que ocurren en el México profundo, evidencia una realidad brutal: en este país, adquirir un crédito puede convertirse en una sentencia de ruina. No por irresponsabilidad del usuario, sino por la voracidad de empresas que juegan a ser bancos sin asumir la ética bancaria.

¿Qué hacer? Además de alzar la voz, documentar todo y acudir a la CONDUSEF, el mensaje más importante es social: no basta con endeudarse “responsablemente” si del otro lado hay una empresa que opera sin transparencia.

Revisar los contratos, exigir desglose de pagos, y en caso de abuso, acudir también a Profeco y, si se justifica, iniciar procedimientos legales. Porque los recibos no mienten, pero tampoco hablan si nadie los lee con lupa.

El capitalismo de los pobres

Coppel, Elektra, Famsa (en paz descanse), todas con el mismo modelo: hacer negocio con la necesidad, ofrecer préstamos con sonrisa y cobrar con garrote. Son los templos del crédito en zonas marginadas, en comunidades rurales, en colonias donde no hay sucursales bancarias, pero sí tiendas que venden desde colchones hasta seguros de vida, con financiamiento disfrazado de solidaridad.

El caso de @keniliaz no es un escándalo viral. Es un espejo. Uno que debería incomodarnos. Porque muestra cómo, en pleno 2025, los abusos financieros siguen teniendo licencia para operar.

Y mientras el gobierno no frene estas prácticas, lo único que crece más rápido que la deuda… es el cinismo.


Rodolfo Herrera Charolet
Periodista y cronista de las deudas que no salen en la televisión.

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