Ejecutado en San Lucas Nextetelco: otro joven asesinado en el silencio del Estado
El cuerpo de un joven de aproximadamente 20 años fue hallado la tarde del jueves sobre la calle Allende Poniente, en la junta auxiliar de San Lucas Nextetelco, perteneciente al municipio de Juan C. Bonilla. La víctima presentaba múltiples impactos de arma de fuego. Yacía sobre el asfalto, a plena luz del día, sin identificación y sin más testigos que la impunidad.
El hallazgo movilizó a elementos del Sistema de Urgencias Médicas Avanzadas (SUMA), quienes confirmaron en el lugar que el joven ya no contaba con signos vitales. Hasta el cierre de esta edición, ninguna autoridad había proporcionado información oficial sobre su identidad, móvil del crimen o líneas de investigación.
El silencio institucional es tan habitual como la sangre sobre el pavimento. Ni un comunicado, ni una postura pública del Ayuntamiento de Juan C. Bonilla. Mucho menos de la Fiscalía General del Estado, que mantiene una política de hermetismo cada vez que la violencia toca territorios periféricos o comunidades que, para efectos políticos, simplemente “no existen”.
San Lucas Nextetelco es una de las muchas juntas auxiliares donde la presencia del Estado se reduce a rondines esporádicos, propaganda electoral y promesas rotas. A las autoridades locales poco les interesa intervenir. Mientras tanto, las cifras negras crecen. Los homicidios dolosos en zonas rurales o semiurbanas rara vez se investigan a fondo. Menos aún cuando las víctimas son jóvenes sin apellido conocido, sin vínculos políticos, sin eco mediático.
La ejecución de este joven —porque eso fue: una ejecución— se suma a la espiral de violencia que ha ido escalando en los márgenes del Valle de Puebla-Tlaxcala. En estos territorios, cada vez más vulnerables al control de células delictivas, el narcomenudeo, la extorsión y los ajustes de cuentas ocurren sin castigo ni seguimiento.
Para los vecinos de San Lucas, no es el primero ni será el último. Las calles de tierra y concreto desgastado ya se acostumbraron a los acordonamientos y a la rutina de cerrar ventanas cuando se escuchan disparos. Lo anormal se volvió paisaje. Y eso, quizás, sea lo más alarmante.
En un país donde la juventud muere a balazos sin que nadie pregunte quién era, el crimen deja de ser noticia y se convierte en sistema. Y mientras los funcionarios reparten declaraciones, inauguran obras o lanzan operativos que no llegan a estos rincones, los muertos siguen cayendo. Uno por uno. Como fichas en un tablero que ya no tiene reglas.
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