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La narrativa alarmista tras la elección judicial

 


Democracia en blanco y negro

La narrativa alarmista tras la elección judicial

Por Rodolfo Herrera Charolet

La elección de jueces del Poder Judicial, lejos de convertirse en un ejercicio de análisis sereno, ha sido utilizada como pretexto para encender alarmas en redes sociales y medios de comunicación. Entre el 1 y el 3 de junio, seis medios impresos de alcance nacional publicaron más de 50 artículos y columnas que descalificaban el proceso, centrando sus críticas en un solo dato: la baja participación ciudadana.

Según esta narrativa, que ha ganado terreno en cadenas de WhatsApp y tribunas de opinión, los comicios judiciales fracasaron por contar con “solo” 13 millones de votos. La afirmación, sin embargo, ignora una realidad contundente: esa cifra supera la obtenida por varios partidos en la reciente elección presidencial. El PAN logró 9.6 millones, el PRI 5.6 y Movimiento Ciudadano 6.2 millones de votos. Si aplicáramos la misma lógica de invalidez, esos partidos quedarían automáticamente fuera del mapa político. Evidentemente, no es así.

En democracia, la legalidad del proceso es más importante que el número absoluto de participantes. La Constitución no exige un mínimo de votantes para validar una elección de esta naturaleza. Usar la abstención como argumento para declarar la ilegitimidad del resultado es una salida fácil, emocional y jurídicamente insostenible.

El tono apocalíptico se ha impuesto. Mensajes que sentencian que “ya no hay salud, educación, seguridad ni cultura” se repiten con soltura, como si México fuera un país en ruinas. Son diagnósticos construidos desde la angustia o la frustración, pero que desprecian los matices. México no puede ser reducido a un estado de ánimo colectivo. Tampoco puede explicarse desde una lógica binaria donde solo existen “chairos o fifís”, “patriotas o traidores”, “gobierno o caos”.

Criticar es legítimo; descalificar sistemáticamente, no. La democracia exige argumentos, no slogans.

En esa misma línea, algunas voces acusan al Instituto Nacional Electoral de “convalidar un fraude”. Una afirmación grave, pero sin sustento. El INE no diseñó las reglas del proceso, operó con recursos recortados y bajo presión política constante. Exigirle que boicotee normas aprobadas por el Congreso es pedirle que viole la ley que está obligado a cumplir. Querer que actúe como oposición política y no como árbitro electoral es, además de inconstitucional, profundamente contradictorio.

También resulta preocupante el desprecio hacia la participación ciudadana. Convertir el 13% de votación en una prueba del fracaso colectivo, sin analizar las causas reales de la abstención —como la apatía, el desconocimiento del proceso o la desinformación— es una muestra más del reduccionismo dominante. En lugar de promover una reflexión sobre cómo mejorar la participación, se prefiere deslegitimar la voluntad de quienes sí votaron.

Las críticas dirigidas a la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, y a la reforma judicial que propone, asumen de entrada que cualquier cambio institucional representa un atentado contra la democracia. Esa postura, que confunde estabilidad con inmovilismo, parte de un miedo a transformar estructuras que, no lo olvidemos, han sido durante décadas opacas, elitistas y resistentes a la rendición de cuentas.

Hablar de una “tiranía inminente” y de la “destrucción irreversible del Poder Judicial” no es un análisis, sino una profecía autocumplida. No hay argumento, solo temor. En esa narrativa catastrófica solo hay espacio para los héroes que “todo lo denuncian” y los villanos que “todo lo arruinan”. La pluralidad democrática queda fuera.

Lo que está en crisis no es el país, ni sus instituciones, sino la capacidad de algunos sectores para aceptar que existen otras visiones legítimas del mundo. Creer que la democracia solo vale cuando se gana, o cuando todo permanece igual, es negarla de raíz.

México no se define por un sexenio ni se reduce a un partido. Es una nación plural que exige más razonamiento y menos consignas. Y sobre todo, menos blanco y negro, y más matices.

¿O no lo cree usted?

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