La revolución del chantaje: cuando protestar se vuelve negocio
Por JosƩ Herrera
En Puebla, hay lĆderes sociales que pelean por causas justas, y otros que convirtieron la protesta en su negocio familiar. RubĆ©n Sarabia Reyna, mejor conocido como Simitrio, encarna desde hace dĆ©cadas ese hĆbrido incómodo entre el activismo y la extorsión disfrazada de lucha popular. Fundador de la UPVA 28 de Octubre, se presenta como defensor de los pobres, pero ha gobernado el mercado Hidalgo como si fuera su feudo, donde lo que se vende no es sólo fayuca, sino obediencia.
Esta semana volvió al ojo pĆŗblico tras una cartulina con amenazas que usó su nombre. Pero mĆ”s allĆ” de los mĆ©todos criminales reprobables de sus adversarios, es necesario mirar tambiĆ©n hacia dentro: ¿CuĆ”nto ha hecho daƱo a la sociedad poblana el liderazgo de Sarabia y su organización? ¿CuĆ”ntas veces la protesta ha sido pretexto para secuestrar calles, impedir el trĆ”nsito, chantajear autoridades y manipular causas legĆtimas?
Los dueƱos de la banqueta
La historia de la UPVA no es un cuento de lucha contra la marginación, sino una crónica de apropiación progresiva del espacio pĆŗblico. A lo largo de 50 aƱos, la organización ha operado con mĆ©todos de coacción, blindada por un discurso de resistencia que le permite apropiarse de banquetas, bloquear calles, paralizar el zócalo y establecer cobros “solidarios” a sus afiliados, que mĆ”s bien son cuotas disfrazadas de cooperación voluntaria.
Quien no se alinea, se va. O peor: lo acusan de traidor.
Simitrio no dirige una organización horizontal. Lo suyo es un esquema vertical y fĆ©rreo, en el que su familia ocupa los principales cargos, y desde el que se controlan plazas comerciales enteras. ¿Lucha popular o cacicazgo con retórica de izquierda?
Protestar a costa de todos
Las marchas convocadas por la UPVA tienen una constante: el daño sistemÔtico a terceros. Bloqueos en horas pico, tomas de edificios públicos, parÔlisis del Centro Histórico, basura regada como acto simbólico, quema de propaganda, destrozos a mobiliario urbano. Y cuando alguien se atreve a cuestionarlos, la respuesta es siempre la misma: represión del Estado, criminalización de la protesta.
Pero esa coartada ya huele a rancia. La legĆtima defensa de derechos no puede justificarse a travĆ©s del atropello a los demĆ”s. ¿QuiĆ©n defiende a los ciudadanos que pierden citas mĆ©dicas por un plantón? ¿QuiĆ©n repara los vidrios rotos por una marcha “pacĆfica”? ¿QuiĆ©n indemniza a los comerciantes formales cuando el ambulantaje se impone como ley?
Simitrio ha hecho de esto una estrategia: provocar para negociar, desestabilizar para obtener concesiones. No es lucha social, es presión calculada.
Herencia y conveniencia
Aunque Simitrio ha estado preso en múltiples ocasiones, su legado sigue intacto. Hoy, hijos y nietos controlan la UPVA. Hablan de democracia, pero practican el centralismo mÔs ortodoxo. La organización elige a sus voceros entre incondicionales, y mantiene el control de espacios públicos bajo un acuerdo tÔcito con gobiernos temerosos de enfrentarlos frontalmente.
Cada manifestación viene con una advertencia: si no se cumple el pliego petitorio, vendrÔ el caos. Y asà ha sido durante años.
¿Protesta o monopolio disfrazado?
Muchos vendedores que hoy estĆ”n bajo el cobijo de la UPVA ya no creen en la causa, pero tampoco pueden salirse. Temen represalias. “AquĆ no hay libertad, sólo obediencia”, dicen algunos en voz baja. Y es que, ademĆ”s de cuotas, deben acatar alineamientos polĆticos, participar en manifestaciones y sostener a un liderazgo que usa la representación popular como escudo ante cualquier crĆtica.
Cuando alguien intenta organizarse por fuera, lo tachan de infiltrado, divisionista, provocador. Y si un gobierno se atreve a regular el ambulantaje, lo acusan de represor. Todo estƔ diseƱado para que la UPVA nunca pierda control: ni del territorio, ni del discurso.
El espejo incómodo de la izquierda
La izquierda poblana ha mirado hacia otro lado durante aƱos. Muchos lĆderes simpatizan con la causa de la UPVA, pero callan ante sus abusos. Prefieren a Simitrio dentro del juego polĆtico que fuera de Ć©l. Por eso, cuando sus seguidores bloquean avenidas o cercan el Congreso, nadie desde el poder progresista se atreve a ponerle freno.
La historia reciente muestra que quienes se escudan en el discurso de la lucha social, a veces terminan replicando lo que juraron combatir: el autoritarismo, el clientelismo, el uso del miedo como herramienta polĆtica.
¿QuiĆ©n se atreverĆ” a decir basta?
Hoy, mientras la cartulina con amenazas circula en redes y la organización denuncia una nueva ola de represión, vale preguntarse: ¿QuiĆ©n se atreverĆ” a romper el ciclo? Porque la violencia no se combate con mĆ”s violencia, pero tampoco se puede permitir que lĆderes eternizados mantengan a la ciudad como rehĆ©n en nombre del pueblo.
Simitrio no es el mĆ”rtir que sus seguidores retratan, ni el demonio que sus adversarios pintan. Es, simplemente, un producto de un sistema que ha permitido que unos cuantos se apropien de causas legĆtimas para perpetuar sus propios privilegios.
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