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Una campana nueva y 286 años de eco

Una campana nueva y 286 años de eco: Piaxtla y la memoria que resiste

Por José Herrera

 Opinión | Junio 14, 2025

Mientras en las ciudades los templos se vacían y las iglesias suenan huecas, en Piaxtla, un pequeño municipio del sur de Puebla, la campana volvió a sonar como hace más de dos siglos. No es la misma, claro. Aquella que marcó los bautizos, las bodas, los sepelios, los repiques de gloria y las llamadas al rezo, ha sido reemplazada. Pero su eco —ese sí— sigue siendo el mismo: el de una comunidad que no se rinde al olvido.

La campana original, fundida en 1739 y reemplazada en 1922, acumulaba ya 286 años de historia entre sus grietas. No es poca cosa. Cada tañido suyo, durante generaciones, fue una forma de convocar a la vida en comunidad, de anunciar que algo sagrado o urgente ocurría. No solo se trataba de un instrumento litúrgico, era la banda sonora de la existencia rural.

La nueva campana fue recibida como se reciben a los vivos que heredan a los muertos: con respeto, con emoción, con fe. Una procesión encabezada por feligreses, globos blancos y amarillos, rezos y miradas al cielo, recorrió las calles del pueblo. Viejos y niños, madres e hijas, todos acompañando ese pedazo de bronce que aún no conocía el sonido, pero ya cargaba el peso de siglos.

Más que bronce: identidad y pertenencia

El padre Alejandro Guzmán Tovar dijo algo sencillo y certero: “Es como las personas, tendrá un timbre diferente, pero su objetivo es el mismo”. Es decir, la campana cambia, pero el llamado permanece. Y ese llamado no es solo a misa, también es a la pertenencia, a la identidad de un pueblo que, como tantos otros, sobrevive entre el éxodo migrante, el abandono estatal y el desdén de las estadísticas.

Porque hay que decirlo: esta campana nueva no vino del presupuesto municipal ni de gestiones públicas, sino del esfuerzo de los paisanos que viven en Estados Unidos. A punta de rifas, kermeses y colectas, los hijos ausentes de Piaxtla enviaron el dinero para que los que se quedaron pudieran seguir escuchando ese eco que los une, incluso a la distancia.

¿Y qué es una campana en estos tiempos?

Para algunos será apenas una nota de color en medio del alud informativo. Para otros, un vestigio del pasado que poco tiene que ver con el futuro. Pero en realidad, una campana puede ser un acto de resistencia. Su repique cotidiano es una forma de decir “aquí seguimos”, de contrarrestar el silencio que muchas veces impone el abandono rural, el éxodo o la violencia.

En tiempos donde todo se transmite por streaming, resulta profundamente simbólico que esta reforma parroquial incluyera una oración, una procesión y el esfuerzo colectivo del pueblo, como si Piaxtla se negara —una vez más— a que la historia se les escape de las manos.

La campana vieja no será vendida. Quedará como reliquia en la parroquia. Será testigo silencioso de lo que ya no sonará, pero que nadie quiere olvidar.

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