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Dos cadáveres extranjeros en el escaparate de Angelópolis

“Gringos Go Home”: Dos cadáveres extranjeros en el escaparate de Angelópolis

Por José Herrera
Crónica desde la ciudad de los centros comerciales y los fantasmas de turistas
5 de julio de 2025

Stanley Ho duró con vida cuatro horas, las mismas que tarda el glamour de Angelópolis en volverse una escena de crimen. El “gringo” baleado en el estacionamiento de Plaza Solesta la noche del viernes 4 de julio, murió en el Hospital Puebla durante la madrugada de este sábado. Lo atacaron a tiros para robarle —o quién sabe qué— a escasos metros de un elevador con música ambiental, entre torres residenciales, restaurantes que venden “experiencias” y guardias privados que no ven nada.

Paramédicos de la Cruz Roja lograron estabilizarlo tras varios minutos de maniobras, pero Stanley ya cargaba dos impactos de bala, uno en el brazo y otro en la espalda. Murió cerca de las 4 de la mañana. Su esposa recibió la noticia en una sala de espera donde la vida se administra con respiradores, protocolos y notas ministeriales.

La noticia estremecería a cualquier ciudad. Pero Puebla hace tiempo se anestesió.

Y es que el caso de Stanley no es el único crimen contra extranjeros en esta misma zona de la ciudad. A finales de junio, Laura M., una maestra de origen argentino, fue asesinada en su propio departamento en un fraccionamiento de Angelópolis. El presunto responsable: su alumno, un menor de edad dejó al descubierto otra capa de violencia: la doméstica, la silenciosa, la que no se grita en redes sociales ni genera comunicados oficiales con cinta roja.

¿Casualidad que ambos casos hayan ocurrido en el mismo entorno geográfico? ¿Coincidencia que ambos involucren a extranjeros que vinieron a trabajar, a vivir, a confiar en una ciudad que ofrece residencias con seguridad, centros comerciales con valet parking, y un modelo de vida aspiracional importado de Texas o Buenos Aires?

En Puebla, Angelópolis es la escenografía del éxito. Pero detrás de sus vitrales y sus torres hay una violencia que ya no distingue pasaportes. Que ya no se contiene con cámaras, casetas ni promesas. Una violencia que devora al turista, al migrante, al profesor, al residente y al que pasaba por ahí.

Las autoridades —Fiscalía, Seguridad Pública municipal y estatal— aseguran estar investigando. Dicen tener pistas, líneas, operativos. Pero los asesinos del estadounidense huyeron en una motocicleta y hasta el momento no hay un solo detenido.

Y así, la ciudad de los “pueblos mágicos”, la de los festivales de mole y los corredores gastronómicos, se va ganando otra fama: la de devorar extranjeros sin previo aviso.

“Gringos Go Home”, decían los muros en otro tiempo, con rebeldía nacionalista. Hoy la consigna ya no es pintada: se escribe con sangre y se firma con balas.

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