La verdad como molestia: silencio institucional, censura elegante y memoria disidente
El caso Julia Abdalá en el espejo de los medios y la opinión pública
Por: José Herrera
14 de julio de 2025
En México, cuando un escándalo toca a las élites del poder —y particularmente a las figuras que se mueven entre las sombras de ese poder—, los medios de comunicación enfrentan una elección incómoda: investigar o callar, confrontar o maquillar, incomodar o negociar.
Eso ha ocurrido con el caso de Julia Abdalá, la pareja de Manuel Bartlett Díaz, quien recibió millones de dólares desde cuentas ligadas a Genaro García Luna, sin que exista justificación registral, fiscal o legal para esas transferencias. Y sin que, hasta ahora, haya sido cuestionada oficialmente por autoridad alguna.
Pero el silencio no solo ha sido institucional. También ha sido mediático, editorial y político.
La cobertura limitada
Desde marzo de 2025, cuando Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) reveló la existencia de los depósitos a favor de Abdalá, solo una docena de medios retomaron el tema. Entre ellos: Reforma, LatinUs, Eje Central, Animal Político y E-Consulta. La mayoría citando a MCCI como fuente primaria.
Los medios públicos no mencionaron una sola línea.
Ni Canal Once, ni Notimex, ni La Jornada, ni las conferencias matutinas del presidente abordaron el asunto.
En paralelo, columnistas oficialistas minimizaron el tema o lo omitieron por completo. En los espacios de radio y televisión con línea gubernamental, se repitió el mismo patrón de los últimos cinco años: si el personaje aludido pertenece al círculo presidencial —como Bartlett o su pareja—, el silencio es la norma. La incomodidad no se nombra.
Censura suave, autocensura dura
El caso Abdalá–Weinberg es paradigmático de lo que los analistas han llamado “censura suave”:
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No hay prohibición expresa,
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No se reprime con fuerza,
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Pero se desincentiva cubrir,
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Se presiona discretamente a editores,
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Y se premia la omisión con contratos, exclusivas o acceso.
El resultado es efectivo:
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Los portales evitan titular con el nombre de Abdalá.
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Los noticieros no abordan el fondo del caso.
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Y la indignación se diluye entre escándalos menores o distractores de coyuntura.
Más grave aún: la autocensura, que en algunos medios incluso se normaliza como decisión editorial para “no desgastar la agenda” o “no entorpecer la transformación”.
Periodismo de frontera: quien sí habló
Frente a esa autocontención institucional, algunos periodistas independientes han mantenido viva la investigación. Entre ellos:
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Peniley Ramírez, quien en Los millonarios de la guerra ya había documentado el uso del edificio de Leibnitz 40 como centro de operaciones encubiertas.
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Carlos Loret de Mola, quien desde LatinUs ha insistido en el blindaje que protege a Bartlett y su círculo.
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Iván Alamillo, autor del reportaje original de MCCI, quien reveló las triangulaciones entre Nunvav, Roybell y las empresas de los Weinberg.
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Denisse Dresser, quien ha señalado la contradicción del régimen en sus discursos anticorrupción selectivos.
Este tipo de periodismo ha sido clave para preservar la memoria disidente frente a la narrativa oficial.
Memoria y olvido: la disputa simbólica
El silencio en torno al caso no es solo un síntoma de complicidad institucional. Es parte de una disputa más profunda: quién tiene derecho a construir la memoria colectiva.
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Si el gobierno logra que nadie investigue,
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y los medios no incomodan,
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y los fiscales no actúan,
entonces el hecho se disuelve en el olvido fabricado.
Pero el periodismo independiente, al documentar, archivar, y publicar estos hechos —aunque sea en márgenes, portales o redes— construye una memoria paralela, resistente, disponible para el día que la justicia o la política decidan responder.
La verdad no muere.
Solo se archiva... por ahora.
Epílogo: la incomodidad como oficio
Hablar del caso Abdalá–Weinberg–Bartlett no es solo hablar de un escándalo más. Es señalar que la corrupción no depende del color del partido, sino del pacto entre quienes la ejercen y quienes la encubren. Y que el periodismo, en este contexto, no puede ser neutral ni cómodo.
Porque en tiempos de control narrativo, investigar es un acto de resistencia.
Y contar lo que el poder quiere callar, una forma de justicia anticipada.
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