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Un Mapache Histórico del PRI Quiere la Dirección Estatal en Puebla

Un Mapache Histórico del PRI Quiere la Dirección Estatal en Puebla: Héctor Laug García, el Fantasma del Pasado que Amenaza con Resucitar la CorrupciónEn el cementerio político de Puebla, donde los cadáveres del PRI yacen pudriéndose bajo capas de promesas rotas y escándalos enterrados a medias, emerge un espectro que nadie esperaba ver de nuevo: Héctor Laug García. Con 37 años de militancia en el Partido Revolucionario Institucional —una eternidad de lealtades compradas y traiciones disfrazadas de estrategia—, este operador de la vieja guardia aspira a presidir el Comité Directivo Estatal (CDE) del PRI en Puebla. 
No es un novato con ideas frescas; es un "mapache" histórico, ese término que en la jerga poblana evoca a los tramposos electorales que roban votos como si fueran caramelos en una piñata rota. Laug, con su sonrisa de tiburón y su currículum manchado de engranajes oxidados, quiere "sacudir la casa" del PRI. Pero ojo: lo que él llama renovación huele más a un intento desesperado por exhumar la maquinaria corrupta que alguna vez hizo del PRI un monstruo invencible, devorando elecciones con mordidas de fraude y sobornos.
El proceso que lo catapulta a esta aspiración es tan predecible como un guion de telenovela priista: una rueda de prensa el martes 2 de diciembre de 2025, donde Laug se pavonea como el salvador de un partido en coma inducido por sus propias metástasis.
"No soy un improvisado ni turista de ocasión; soy priista de cepa, de abolengo, de esos que se formaron en los tiempos en que el partido era una maquinaria engrasada para triunfar", declara con esa retórica empalagosa que oculta décadas de mugre. 
Habla de "hacer política con los pies empolvados", recorriendo comunidades y estructuras seccionales, pero ¿Qué comunidades? ¿Las mismas que vio desangrarse bajo gobiernos priistas donde él operaba en las sombras? 
Su trayectoria no es un camino de rosas; es un sendero de espinas forjado en los gobiernos de Manuel Bartlett —ese titán de la manipulación electoral que convirtió Puebla en su feudo personal— y Melquiades Morales, otro capítulo disfrazado de progreso. Como Encargado de Despacho de la Secretaría de Acción Electoral del CDE y coordinador de asesores, Laug no era un mero burócrata: era el engranaje que hacía girar la rueda del fraude, adjudicando cargos, coordinando "estrategias" que olían a compra de lealtades y enterrando denuncias de irregularidades como si fueran basuras radiactivas.
Lo que Laug propone no es una revolución; es un reciclaje tóxico. Quiere "conciliar experiencia con nuevas generaciones", abriendo espacios a jóvenes para "reposicionar" al PRI. Suena bonito, ¿verdad? Pero traduzcámoslo al lenguaje crudo de la realidad: pretende inyectar sangre nueva a un zombie para que siga bailando al ritmo de los viejos vicios. En un partido que ha sido arrasado en las urnas —perdiendo la gubernatura en 2021 y la mayoría en el Congreso local en 2024—, Laug ve una oportunidad para reconectar con la ciudadanía mediante "acciones de reorganización desde las bases". 
¿Reorganización? Más bien reorganización criminal: reconectar con los caciques locales que aún controlan votos a cambio de despensas y promesas vacías, mientras el PRI se ahoga en deudas y descrédito. "El partido no puede seguir siendo una anécdota de lo que se intenta hacer sin resultados concretos", dice. Ironía suprema, viniendo de un hombre cuya carrera está plagada de "resultados" que no fueron más que victorias pírricas, construidas sobre pilares de corrupción que hoy se desmoronan bajo el peso de auditorías federales y demandas ciudadanas.
Este "mapache histórico" no surge de la nada; es el producto podrido de un PRI que durante décadas convirtió Puebla en su laboratorio de experimentos sucios. Recuerden: en los 80 y 90, bajo Bartlett, el PRI no ganaba elecciones; las fabricaba. Acusaciones de "mapachería" —robo de urnas, acarreo masivo, coacción a votantes— eran el pan de cada día, y Laug, como operador en esos regímenes, estaba en el corazón de esa bestia. Hoy, con el PRI reducido a un club de nostálgicos que sueñan con revivir el "voto corporativo" de antaño, su candidatura es un insulto a la inteligencia poblana. 
Quiere un PRI "renovado, cohesionado y con visión de futuro", pero ¿Qué futuro? ¿Uno donde los jóvenes sirvan de carnada para atraer votantes mientras los viejos como él controlan las riendas del dinero y los favores? El proceso de elección interna del PRI —que debería ser democrático, pero históricamente ha sido un circo de designaciones cupulares— se convertirá, con el aspirante en la contienda, en un ring de puñaladas por la espalda, donde la "inclusión" es solo un eufemismo para diluir responsabilidades por los desfalcos pasados.
La corrupción que Laug representa no es un error del ayer; es una pandemia latente que infecta todo lo que toca. En Puebla, donde el PRI dejó un legado de desvíos millonarios —desde el "agapo" de Mario Marín hasta las plazas fantasma en la SEP bajo administraciones aliadas—, aspirantes como él son el veneno que impide la verdadera catarsis. 
Su visión de "sacudir la casa" no renovará nada; solo removerá el polvo para que el hedor de la podredumbre salga a flote de nuevo. Los poblanos merecemos un PRI que se disculpe por sus pecados, no uno que los eleve a altares con figuras como Laug, que operaron en las sombras de regímenes que convirtieron la política en un negocio familiar. Si el PRI le da alas a este mapache, no será renovación: será resurrección zombi, y Puebla pagará el precio con más años de cinismo y saqueo. Es hora de que la base priista —si es que queda algo de ella— lo rechace de plano, o mejor aún, que el partido entero se disuelva en la irrelevancia que merece. Porque un futuro con personajes de ese cuño al mando no es visión; es pesadilla reciclada.

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