En la fría hoja del reporte anual 2025 de la DEA, donde se habla de amenazas y guerra sin tregua, aparece un nombre que pocas veces se había leído junto a la palabra “narco”: Ómnibus de México. La línea de autobuses que lleva pasajeros, ilusiones y sudor desde la Sierra Norte de Puebla hacia el resto del país, también lleva otra carga mucho más tóxica: drogas con destino a Estados Unidos, tráfico controlado por el Cártel del Noreste (CDN).
Fundada en 1948, Ómnibus no es un simple autobús, sino un túnel oscuro entre ciudades. Desde Huauchinango, municipio poblano atrapado entre montañas y abandono, salen unidades hacia Guadalajara, Tijuana y más allá, un circuito donde se mezclan turistas, trabajadores y la mercancía que desangra al país: fentanilo ilícito, metanfetamina cristal y cocaína.
Según la DEA, el CDN explota esta red pública para introducir su veneno en el mercado norteamericano, con una alianza turbia y sangrienta con ‘Los Mayos’, otro grupo que provee las sustancias. El tráfico no es improvisado: usan mulas, vehículos personales, tractores y hasta tráileres de carga. Es un sistema aceitado que, mientras los gobiernos se pelean por cuotas y discursos, crece sin freno.
El dato que nadie dice alto es que Ómnibus tiene presencia en 22 entidades, con un punto clave en Puebla, tierra que paga caro el olvido institucional. Y aquí, mientras los pasajeros esperan el autobús, la droga cruza fronteras, las vidas se pudren y la violencia se convierte en el pasaje obligatorio.
La Evaluación Anual 2025 confirma lo que se ve en las calles: el narco no solo manda en las sombras, sino que se ha infiltrado en lo cotidiano, en lo público, en las rutas que todos tomamos sin saber qué se esconde bajo la carrocería.
Y mientras tanto, ¿qué hacen las autoridades? Mirar para otro lado, sellar pactos invisibles y permitir que la muerte viaje de incógnito entre asientos y ventanillas.
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