Madres al borde del abismo: denuncian tortura, falsificación y muerte en academia militarizada en Morelos
Por José Herrera | Revista EPrensa
La voz se quiebra, pero el coraje sostiene. Una a una, las madres de familia se plantan frente a los micrófonos como si fuera un pelotón enemigo. No tiemblan. Denuncian, narran, maldicen. Relatan con detalle los horrores vividos por sus hijas e hijos en la Academia Militarizada Ollin Cuauhtémoc, ubicada en Morelos. Fracturas, infecciones, quemaduras, golpizas, insultos. Niños medicados por traumas, jóvenes tratados por psiquiatras. Uno de ellos —Erick Terán, de 13 años— ya no está para contar su historia: murió tras un campamento de “adiestramiento”.
“A mi hijo lo lastimaron. El pseudo capitán Juan Carlos le dio un puñetazo en el estómago. Tengo pruebas”, dijo Trinidad Hernández, madre de un menor sobreviviente. No es la única. Erika Torbellín, madre de Erick, afirmó que a su hijo le enseñaban a manejar armas fuera del plantel. “Querían formar niños sicarios, no cadetes”.
Esta historia, que parece un mal guión de cine de narcos, es real. Aterradoramente real.
Mientras el país avanza con la simulación democrática de siempre, en las entrañas de un sistema educativo militarizado —opaco, turbio, privatizado— se incuban mecanismos de violencia institucional que recuerdan a campos de entrenamiento paramilitar. Pero con niños. Y no, no es una hipérbole. Lo dice la necropsia: Erick Terán tenía hemorragias pulmonares, golpes con objeto contundente, colapso visceral, congestión cerebral. Lo mataron.
La Fiscalía de Morelos informó este fin de semana la detención de Angélica “N” y Juan Carlos “N”, directora e instructor de la Academia, respectivamente, acusados de homicidio calificado. Pero las madres exigen más: hay al menos una decena de implicados, según sus testimonios.
Pero la tortura física no fue suficiente. El aparato también operó en las sombras con tinta y papeles falsos. Madres denuncian la expedición de documentos apócrifos por parte de la escuela. “Mis hijos no tienen matrícula, no están registrados ante la SEP, y la academia todavía exige el pago de la colegiatura de mayo”, expresó otra mamá, al borde de la indignación. Algunos menores ni siquiera han tenido clases. Otros reciben terapia por estrés postraumático.
Y mientras se acumulan las pruebas, las amenazas también llegan. A voces. Por mensaje. Con insinuaciones veladas o con nombres claros. “Nos quieren callar. Pero ya no. Ya no más”, dijo una de las madres.
Este país produce infiernos. Uno de ellos se llama Ollin Cuauhtémoc. La academia, en su sitio web, presume valores como disciplina, honor, lealtad. Las madres hablan de puños, gritos, armas y certificados que no valen nada. Las denuncias serán llevadas ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Se trata, dicen ellas, de una violación sistemática a los derechos de niñas, niños y adolescentes. Se trata también de una estructura que, con fachada militar y cuota mensual, operaba como campo de adiestramiento irregular.
Erika, madre de Erick, resumió la podredumbre:
“Espero que hagan sus investigaciones, que lleguen a todas las organizaciones que les corresponde. Porque esto ya no era una escuela. Era algo más oscuro. Más peligroso. Más cobarde”.
Los que torturaron, mintieron y encubrieron deben enfrentar a la justicia. Si no por honor, al menos por vergüenza. Pero en México —como en tantas historias— la justicia a veces llega tarde, disfrazada o ni siquiera llega.
José Herrera
Para Proceso, con la rabia de las madres que no pudieron salvar a sus hijos.
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