En contra del cierre de calles públicas para eventos privados: una costumbre retrógrada
El cierre de calles públicas para la realización de eventos privados constituye una práctica que, lejos de fomentar la convivencia o el desarrollo comunitario, refleja costumbres anacrónicas y profundamente nocivas. Es una expresión de privilegio disfrazado de tradición, que atenta contra el derecho de libre tránsito, el orden urbano y la vida cotidiana de miles de ciudadanos.
Estas acciones suelen justificarse como parte del “uso y costumbre” de ciertos pueblos, colonias o comunidades, pero en realidad encubren una actitud autoritaria y excluyente. No hay cultura en obstaculizar el paso, interrumpir servicios o provocar caos vehicular bajo el pretexto del aniversario luctuoso de un ser querido, una boda, un jaripeo o una fiesta patronal organizada por particulares. Muy al contrario, perpetuar este tipo de conductas es síntoma de una falta de cultura cívica y de respeto por lo común, por lo público, por lo que pertenece a todos.
Los pueblos y barrios que insisten en estas prácticas parecen atrapados en una lógica atávica, donde la celebración individual o grupal se impone sobre el interés general. Esa visión tribal, que desprecia el principio de convivencia urbana, contrasta con cualquier noción moderna de civilidad. Las calles no son extensiones del patio trasero de nadie. Son infraestructuras esenciales para el funcionamiento colectivo, no salones de baile ni ruedos improvisados.
Además, este fenómeno suele estar acompañado de corrupción y clientelismo. Quien quiere cerrar una calle consigue el permiso a cambio de favores, conexiones políticas o una "mordida". Se normaliza entonces la idea de que la ley es flexible para quien tiene poder local o recursos. Se profundiza la desigualdad y se deteriora la confianza en las instituciones.
Quienes defienden estas costumbres como parte del "folklore" o la "identidad comunitaria" deben preguntarse: ¿de qué identidad hablamos cuando se pisotea el derecho ajeno? ¿Qué clase de comunidad se construye a partir del caos, la imposición y el desdén por la legalidad? Es hora de dejar atrás esas prácticas nefastas, propias de un tiempo en que el cacique mandaba más que el reglamento.
La verdadera cultura se manifiesta en el respeto mutuo, en la empatía con el prójimo, en el compromiso con la armonía social. Cerrar calles para eventos privados no es una muestra de orgullo cultural, sino una rémora del pasado que urge superar.
0 Comentarios