Las Manitas del tiempo: el hallazgo rupestre que Tehuacán intenta proteger del olvido… y del saqueo
En lo alto de una ladera escondida entre mezquites y rocas rojizas, dormÃan desde hace milenios las huellas de otros mundos. No eran petroglifos monumentales ni murales rituales, sino algo más Ãntimo y ancestral: manos humanas estampadas directamente sobre la piedra, diminutas y rojas, como susurros detenidos en el tiempo.
El hallazgo ocurrió en Santa MarÃa Coapan, comunidad subalterna de Tehuacán, Puebla. AhÃ, más de 30 figuras rupestres —entre siluetas de manos, trazos circulares y marcas indescifrables— fueron descubiertas por pobladores y notificadas a la Dirección de Patrimonio Histórico Municipal, que ahora busca con urgencia al Instituto Nacional de AntropologÃa e Historia (INAH) para verificar su autenticidad y antigüedad.
Porque si los cálculos preliminares no mienten, esas manos tendrÃan más de 10 mil años de historia, lo que las colocarÃa en la misma lÃnea temporal que los vestigios paleolÃticos de Baja California, Coahuila o la AmazonÃa brasileña. Es decir: una de las manifestaciones rupestres más antiguas del continente.
Una cueva sin coordenadas
Por seguridad, el gobierno municipal decidió no revelar la ubicación exacta del sitio. Y no es paranoia. En visitas previas ya se detectaron señales preocupantes: restos de velas, manchas de hollÃn, impactos en la roca y pequeños saqueos improvisados. Las “manitas” corren el mismo riesgo que tantos otros sitios arqueológicos del paÃs: el olvido oficial por un lado y el vandalismo espontáneo por el otro.
“Son figuras de contacto, no pintadas superficialmente”, explicó Adriana Estrada, directora de Patrimonio Histórico de Tehuacán. En otras palabras, no fueron brochazos modernos ni grafitis imitativos, sino impresiones hechas con pigmento natural, probablemente sangre, óxido de hierro o grasa animal. Y eso es algo que no se puede falsificar tan fácilmente.
Según Estrada, el municipio ya inició el procedimiento para el resguardo oficial del área, lo que incluye cercado discreto, señalética preventiva y posibles rondas comunitarias. Pero sin la certificación del INAH, todo queda en el limbo entre lo histórico y lo invisible.
Patrimonio sin presupuesto
El hallazgo llega en un momento tenso para la gestión cultural en Puebla. En años recientes, el INAH ha sido golpeado por recortes presupuestales, falta de personal y abandono sistemático, mientras los gobiernos locales hacen lo que pueden con oficinas mÃnimas, trámites lentos y arqueólogos voluntarios. En ese contexto, cada descubrimiento patrimonial se convierte en un dilema: ¿cómo proteger lo que no está oficialmente reconocido?
Tehuacán —territorio con vestigios prehistóricos, paleontológicos y coloniales— se ha convertido en un mapa de sitios vulnerables. Desde las cuevas de Coxcatlán hasta las huellas de dinosaurios en Teloxtoc, muchos espacios permanecen sin catalogar, sin vigilancia y sin recursos. Y aun asÃ, algunos sobreviven gracias a la memoria oral, la resistencia comunitaria y el empeño de servidores públicos que no esperan cámaras ni aplausos.
“Las Manitas” podrÃan convertirse en una pieza clave del patrimonio mesoamericano, pero sólo si no desaparecen antes.
¿Turismo cultural o extractivismo visual?
El municipio ya promueve recorridos guiados por otras zonas arqueológicas, como parte de una estrategia de identidad local y turismo cultural. Pero el caso de “Las Manitas” impone una contradicción fundamental: mostrar sin exponer, proteger sin ocultar demasiado, preservar sin comercializar.
Porque no se trata sólo de atraer visitantes, sino de generar consciencia patrimonial real. Y eso implica capacitar guÃas, integrar a las comunidades, promover investigación cientÃfica y —sobre todo— evitar que las piedras hablen sólo cuando alguien las destruye.
Como en tantas partes del paÃs, la historia rupestre de Tehuacán no se cuenta en museos ni escuelas, sino en barrancas, laderas y paredes erosionadas. Y cada hallazgo como este representa no solo un registro arqueológico, sino un espejo de nuestra incapacidad para cuidar el pasado.
Las huellas del origen
En esas manos pintadas —pequeñas, deformes, múltiples— se adivina una comunidad arcaica que quiso dejar algo suyo antes de partir. ¿Fueron rituales? ¿Juego? ¿Luto? ¿Resistencia? Nadie lo sabe aún.
Lo que sà es seguro es que esas huellas nos miran desde antes de la escritura, antes del calendario, antes del Estado. Y que si hoy aparecen de nuevo, es para hacernos una última pregunta:
¿Seremos capaces de no borrarlas, otra vez?
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