7 de octubre de 2025
La madrugada volvió a teñirse de miedo en San Pedro Cholula. Las sirenas llegaron cuando todo habÃa terminado, cuando el silencio ya pesaba más que los gritos. Los vecinos, asomados entre cortinas, apenas pudieron registrar las luces rojas que parpadeaban frente a la vivienda saqueada en Santa MarÃa Xixitla. Una familia entera fue sometida en cuestión de minutos por un comando armado que actuó con precisión, como si conociera cada rincón de la casa. En pocos instantes, todo lo de valor desapareció, y los agresores se esfumaron sin dejar rastro.
El eco de los robos violentos resuena con fuerza en el estado. Cada semana, un nuevo caso confirma que los comandos no solo atacan con armas, sino con la certeza de que nadie los detendrá. Las denuncias se acumulan, pero las detenciones brillan por su ausencia. La población habla de camionetas sin placas, de hombres encapuchados que entran y salen sin obstáculos, y de un miedo que ya no distingue entre colonias populares o residenciales. La violencia ha encontrado en la impunidad su mejor aliada, y Puebla parece vivir en una rutina donde el sobresalto nocturno se vuelve costumbre.
En Santa MarÃa Xixitla, la tranquilidad se ha vuelto un recuerdo. Las calles que antes se llenaban de niños jugando ahora lucen vacÃas después del anochecer. Las puertas reforzadas y las cámaras de seguridad son apenas un consuelo simbólico frente a la sensación de indefensión. Los vecinos se organizan por su cuenta, patrullan, comparten mensajes de alerta, pero el temor sigue ahÃ, latente. Lo que está en juego ya no son solo pertenencias: es la confianza en las autoridades, la seguridad del hogar y la idea de que la noche aún puede ser un espacio de descanso. En Puebla, cada asalto deja un vacÃo más grande que el botÃn.
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