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Quiero ser el chofer

Cuando la televisión irrumpió en mi casa, algo se apagó en mí: olvidé el placer lento de pasar las páginas de un libro, de habitar mundos que se construían letra a letra en la imaginación. El auto llegó después, cómodo y veloz, y con él se borró el recuerdo de caminar sin prisa, de sentir el suelo bajo los pies y el aire golpeando el rostro. El móvil, siempre en la palma, me robó el arte de escribir cartas a mano, de trazar cada letra con cuidado, como quien deja una huella indeleble. La computadora prometió eficiencia y me quitó el gusto por la caligrafía, por el trazo imperfecto que revela el pulso humano.
Llegó el aire acondicionado y dejé de buscar refugio bajo los árboles, de esperar esa brisa fresca que llegaba sin pedir permiso. Me quedé en la ciudad, entre concreto y ruido, y perdí el olor profundo de la tierra recién removida después de la lluvia. El perfume caro reemplazó la fragancia natural de las flores del campo. La comida rápida, siempre lista, me alejó de las ollas lentas donde se cocinaban los platos de la abuela, esos que llevaban horas y amor. Corriendo de un lado a otro, olvidé el valor sagrado del descanso, del silencio que permite escuchar el propio corazón.Y finalmente, con WhatsApp y sus mensajes instantáneos, olvidé cómo hablar de verdad: mirarse a los ojos, pausar, dejar que el silencio diga lo que las palabras no alcanzan. Al enredarme en bancos, tarjetas y transferencias, perdí el tacto del dinero en efectivo, el peso real de lo ganado.
Cuando morimos, el dinero queda intacto en el banco. Queda mucho, casi todo. Durante la vida nos parece que nunca es suficiente, que siempre falta para gastar, para comprar, para asegurar. Pero al partir, ahí está: inmóvil, sin dueño. Un magnate chino dejó 1.9 millones de dólares; su viuda se casó con el chofer, quien, con amarga ironía, comprendió tarde que él había sido el verdadero jefe: el magnate trabajó toda la vida para él.
La lección es brutal en su simplicidad: importa más vivir largo que acumular mucho. Un cuerpo fuerte, una mente serena, valen más que cuentas abultadas que se heredan a desconocidos o a quienes menos imaginamos. En un teléfono de gama alta, el 70% de sus funciones duermen eternamente. En un auto lujoso, el 70% de su potencia nunca se usa. En una mansión, el 70% de los cuartos permanecen vacíos. En el armario, el 70% de la ropa espera en vano. Toda una existencia acumulando, y al final el 70% lo disfrutan otros.
Por eso, cuidemos el 30% que sí es nuestro: el tiempo, la salud, las relaciones. Vayamos al médico aunque nos sintamos invencibles. Bebamos agua, aunque no tengamos sed. Aprendamos a soltar aunque el agravio queme. Cedamos aunque tengamos la razón. Mantengamos la humildad aunque el poder nos envuelva. 
Contentémonos aunque la cuenta no sea abultada. Movamos el cuerpo y la mente aunque el día nos aplaste. Reservemos tiempo para quienes realmente importan, porque al final, solo eso viaja con nosotros.Buenos días. Y que este día sirva para recordar lo que verdaderamente vale la pena.
Recopilado por RHC

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