La mugre en Cuautlancingo ya no se esconde debajo de la alfombra. La peste sube por las rendijas de la oficina de gobierno, se cuela en las banquetas y apesta en cada conversación de pasillo. El descontento es visible. No son pocos los que dicen —en voz baja y con mirada desconfiada— que el presidente municipal, Omar Muñoz, ha convertido el Ayuntamiento en un mercado persa donde el poder se intercambia por parentesco y la incompetencia se premia con cargos públicos.
Desde que llegó al cargo, Muñoz ha desplegado una especie de carnaval grotesco de decisiones erráticas, omisiones calculadas y desfachatez institucional. Todo huele a saqueo. No hay dirección clara, ni gestión ordenada. El ayuntamiento parece una nave a la deriva, comandada por un capitán que apenas distingue la proa de la popa. “Estamos siendo gobernados por un tipo que no conoce ni la ley ni el derecho”, dijo un vecino entre dientes, con ese tipo de miedo que ya se volvió costumbre en este país donde la crítica puede costarte el empleo, el agua o la paz.
Y es que no es paranoia. Hay miedo. Hay enojo. Y hay memoria. Porque la administración anterior, la de Lupita Daniel, con todo y sus bemoles, fue una especie de respiro: obra pública, seguridad, y al menos una voluntad visible de gobernar para algo más que su círculo cercano. Hoy, esa imagen contrasta como un fresco barroco frente a la plancha de cemento que es el actual gobierno: seco, gris, inútil.
Los rumores corren, los pasillos arden: que si el cuñado, que si la prima, que si los compadres están en los cargos de confianza; que si el dinero público se diluye en contratos opacos; que si los recursos llegan y no se ven. Que si el comité del agua que ahora impulsa el alcalde no es más que una cortina de humo para esconder la podredumbre administrativa y meterle zancadilla al posible regreso de Lupita Daniel, quien suena ya como aspirante a la alcaldía. El golpe está cantado, y Omar lo sabe. Por eso, juega a controlar el agua: porque quien controla el agua, controla la sed de un pueblo.
Cuautlancingo no está dormido, pero sí cansado. Cansado de ver cómo se juega con su dignidad como si fuera una moneda de cinco pesos. Cansado de que el poder se ejerza como si fuera herencia de rancho, y no un mandato popular. Cansado de mirar cómo las promesas se convierten en excusas, y las oficinas en bodegas de lealtades mal compradas.
Falta mucho para las próximas elecciones, pero el ambiente huele ya a revancha, a cuentas pendientes, a ese tipo de justicia que no siempre llega por la vía institucional. Las calles hablan. Y en ellas, Omar Muñoz ya no tiene el beneficio de la duda. Lo que tiene es una larga fila de preguntas, de reclamos, de dedos señalando y de voces que, pese al miedo, se atreven a decir: esto no puede seguir así.
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