HADES: El señor invisible del poder
subterráneo
Por José Herrera
La política de lo oculto
Hades, según la mitología helénica, no obtuvo su reino por ambición, sino por reparto. Tras la caída de los titanes, sus hermanos Zeus y Poseidón asumieron los dominios visibles: el cielo y el mar, respectivamente. Hades recibió lo invisible: el inframundo, la muerte, el juicio post mortem. Lejos de ser un castigo, fue un otorgamiento de poder estructural. El más profundo.
No es casual que su rol fuera temido y respetado. A diferencia de otros dioses, no buscaba pleitesía ni ofrendaba favores. El culto a Hades se realizaba en susurros, sin nombrarlo. Para muchos, incluso en su época, era el reflejo de un poder que no se ve pero que todo lo toca. Un modelo que, hoy, podría interpretarse como representación de las instituciones que administran los recursos, la justicia y los silencios.
Perséfone: la dualidad del poder y la pertenencia
La historia de Hades se entrelaza con la de Perséfone, hija de Deméter. El relato tradicional habla de un rapto, pero ciertas fuentes revelan una narrativa alterna: un pacto. Perséfone no fue víctima, sino soberana en la penumbra. Su estadía semestral en el inframundo representó, desde esta óptica, la dualidad del poder femenino entre el dominio de la vida (agricultura) y el control del más allá.
Así, el matrimonio entre Hades y Perséfone no solo configuró las estaciones del año, sino que estableció un orden simbólico: el equilibrio entre lo fértil y lo irreversible. Un binomio que hoy continúa manifestándose en políticas públicas que oscilan entre el crecimiento y la contención, entre el reparto y la muerte social.
Más allá del mito: recursos, control y legado
En términos materiales, Hades era también el dios de los bienes subterráneos: metales preciosos, riquezas minerales y reservas energéticas. Su figura, más que fantasmal, es estructural: lo que yace debajo del sistema, pero lo sostiene. En tiempos contemporáneos, los paralelismos son inquietantes: empresas transnacionales, estados profundos, tecnologías extractivas… todos operan, como él, desde las entrañas.
No sorprende entonces que su imagen haya persistido como símbolo de autoridad inamovible, de justicia sin espectáculo, de riqueza sin ostentación. En un mundo donde la visibilidad es valor supremo, el dominio de Hades es más vigente que nunca: administra lo que nadie quiere ver, pero todos temen perder.
La figura que no muere
A diferencia de los dioses solares, guerreros o románticos, Hades no desaparece con las modas. Su permanencia radica en su función: recordar que toda estructura visible reposa sobre pilares ocultos. La vida, el poder, la riqueza… y la muerte.
Y si bien el relato de su reino pertenece a un pasado mitológico, sus códigos siguen siendo utilizados para narrar la política, la economía, y las pulsiones humanas del siglo XXI.
No hay que invocarlo. Ya está aquí.
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