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Abraham Jauli, el hijo del agua, surca el Canal de la Mancha en un blues salado

 Abraham Jauli, el hijo del agua, surca el Canal de la Mancha en un blues salado


En las aguas frías del Canal de la Mancha, donde el Atlántico susurra secretos de hielo y sal, Abraham Jauli Aguirre, el nadador poblano de 30 años, lleva más de 14 horas braceando contra la corriente, un hombre solo contra el mar, un corazón latiendo al ritmo de una promesa. Es el 30 de julio de 2025, y Abraham, con el alma encendida y el cuerpo temblando bajo los 10 a 15 grados Celsius de las aguas francesas, nada hacia la costa de Francia, cada brazada un verso dedicado a su padre, Salomón Jauli Dávila, el hombre que una vez domó esas mismas olas.Es un viaje que trasciende el tiempo, un camino líquido que conecta a un hijo con el espíritu de su padre, muerto en 2010, cuando la depresión lo llevó a dispararse en su casa de Puebla, dos semanas después de perder a su primogénito en un accidente en Vancouver. Salomón, el exdirector del Instituto Poblano del Deporte, no era solo un burócrata del deporte; era un titán de las aguas abiertas, un hombre que cruzó el Canal de la Mancha en 1996 con un tiempo de 15 horas y 15 minutos, el noveno mexicano en lograrlo, y que en 1998 desafió al Estrecho de Gibraltar, nadando 27 kilómetros desde España hasta Marruecos en 6 horas, 58 minutos y 47 segundos. “Nadie me quita el honor de ser el primer mexicano en cruzar el Estrecho de Bering”, decía, con los dientes rotos por la aventura y el corazón hinchado de orgullo.Abraham, su hijo, lleva esa herencia en la piel, en los músculos que se tensan contra las corrientes traicioneras del canal. Desde Dover, Inglaterra, donde se lanzó al agua la noche del 29 de julio a las 8:00 p.m., hora de Puebla, bajo la mirada del barco “Rowena” que lo escolta, Abraham nada sin neopreno, como manda la tradición de los locos que desafían este Everest salado. El frío le muerde los huesos, las medusas acechan, y las corrientes lo desvían, estirando los 33 kilómetros en línea recta hasta más de 40. Pero él sigue, con luces intermitentes en la nuca y la cintura, un faro humano en la oscuridad del océano.“Es una promesa que le hice a mi padre antes de que se fuera”, dijo Abraham en una entrevista, su voz cargada de ecos de Salomón, quien organizó el primer Maratón de Puebla en 1981 y construyó pistas de tartán, campos de fútbol y una Villa Olímpica para los soñadores del deporte. Hace dos años, Abraham comenzó a prepararse en las aguas frías de Cancún, Bacalar y Vancouver, nadando hasta ocho horas diarias, enfrentando temperaturas de 10 grados, fortaleciendo su cuerpo y su mente bajo la guía de su entrenador Zenón Castillo y la nadadora Nora Toledano. “Cada brazada irá cargada con una parte de ustedes”, escribió en redes, agradeciendo a Puebla, a México, a los que lo siguen desde lejos, rastreando el “Rowena” en tiempo real a través del enlace de la Channel Swimming Association.Salomón, el padre, era un hombre de retos imposibles, un diputado federal que impulsó la ley del deporte en 1996, un nadador que enfrentó orcas y burocracias rusas sin visa en el Estrecho de Bering. Abraham, radicado en Montreal por trabajo, lleva ese fuego en el pecho, un blues que resuena en cada movimiento, un canto a la memoria de un hombre que le enseñó que los sueños se nadan, no se caminan. Su hermano Isaac, desde Puebla, comparte la hazaña en redes, pidiendo que el mundo no deje pasar desapercibido este acto de amor y resistencia.
Mientras Abraham surca las aguas francesas, cerca de Cap Gris-Nez, el viento y las olas lo desafían, pero él no se detiene. Es más que un nadador; es un poeta del agua, un hijo que escribe con su cuerpo una carta al pasado, un homenaje a Salomón, el hombre que le dio el coraje para enfrentar lo imposible. En unas horas, si el mar lo permite, tocará la costa francesa, y Puebla, desde el otro lado del mundo, lo aplaudirá como a un héroe que lleva el alma de su padre en cada gota de sudor y sal.

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