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las rutas del poder criminal en la Sierra Norte poblana

Huachicol, crimen y omisión institucional: las rutas del poder criminal en la Sierra Norte poblana

AQUIXTLA, PUEBLA.– La detención de presuntos huachicoleros en este municipio serrano, enclavado en el corredor criminal que conecta a Chignahuapan, Tetela de Ocampo e Ixtacamaxtitlán, volvió a encender las alarmas sobre un fenómeno que ni las cifras oficiales ni los discursos de seguridad logran contener: la consolidación de bandas dedicadas al robo de hidrocarburos, el narcomenudeo y la extorsión, bajo el amparo de un aparato institucional que, por acción u omisión, ha cedido el control territorial.

Una historia que se repite

El 21 de febrero de 2021, elementos de la Policía Estatal detuvieron a Juan Carlos M., de 46 años, y María M., de 33, mientras circulaban por una carretera rural de Aquixtla a bordo de una Nissan Pick Up con placas de Veracruz. En la caja transportaban cuatro contenedores de plástico repletos de gasolina robada. La Secretaría de Seguridad Pública (SSP) los identificó como operadores logísticos de la célula de los hermanos Juan y Guadalupe L., conocidos como “El Moco” y “Z46”, quienes mantienen presencia activa en la región.

Pero el caso no fue aislado. Dos meses antes, el 6 de diciembre de 2020, agentes estatales capturaron a Francisco F. y Fernando F., supuestos integrantes de la banda de “El Oso”, cuando circulaban en una camioneta con placas de la Ciudad de México, cargada con mil 600 litros de hidrocarburo. La captura ocurrió en inmediaciones de Tlatempa, comunidad considerada estratégica para el trasiego de combustible.

Y aún más atrás, el 6 de febrero de 2018, durante un patrullaje en la carretera Chignahuapan–Aquixtla, policías municipales detectaron una Suburban verde con placas de Veracruz que aceleró al notar su presencia. El vehículo fue encontrado minutos después, abandonado a un costado del camino. En su interior, 20 garrafones de 55 litros cada uno, llenos al 90% de gasolina. La unidad tenía reporte de robo. El patrón se repitió: nadie fue detenido.

Las coincidencias no son fortuitas. De hecho, un año antes —en 2017—, en un hecho de características similares y en la misma vía, se documentó otro aseguramiento de un cargamento de más de mil litros de gasolina, transportado en una camioneta con placas foráneas. Las rutas se repiten, las tácticas se perfeccionan y la impunidad persiste.


Una estructura con rostro y territorio

Los nombres de “El Moco”, “Z46” y “El Oso” no son desconocidos para las corporaciones de seguridad en la Sierra Norte. Se les vincula con bandas dedicadas al robo de combustible, distribución de drogas y cobro de piso en municipios como Zacatlán, Chignahuapan, Tetela y Aquixtla. Su estructura opera como un pequeño cártel local, con operadores logísticos, halcones y redes de distribución encubiertas.

Los aseguramientos revelan un patrón: vehículos con placas de Veracruz, Ciudad de México o Hidalgo; garrafones industriales de 55 litros; choferes sin documentación; rutas alternas sin vigilancia; y una narrativa oficial que concluye con el decomiso, sin escalar a las estructuras financieras ni a las redes de protección política.

En los pueblos donde operan, el silencio es regla. Habitantes de comunidades como Tlatempa o San Miguel Tenango han normalizado la presencia de camionetas cargadas de gasolina robada que circulan al amanecer, a veces escoltadas por vehículos más pequeños. Quienes alzan la voz enfrentan amenazas o presiones. Y mientras tanto, las autoridades municipales callan.

De acuerdo con fuentes reservadas, alcaldes, regidores y directores de seguridad pública de al menos tres municipios de la zona han alertado a las bandas sobre operativos en curso, filtrando rutas, horarios y posiciones de retenes. El Estado —cuando no es cómplice— es ausente.


La omisión como norma institucional

Los aseguramientos y detenciones exhiben apenas la superficie de un fenómeno profundo y articulado. La estrategia del gobierno estatal ha sido reactiva: responde a denuncias, publica boletines sobre decomisos, pero carece de una política integral de desarticulación logística y financiera.

La Fiscalía General del Estado (FGE) tampoco ha mostrado avances relevantes: las investigaciones se estancan, las denuncias se archivan, y los operadores de bajo perfil sustituidos al poco tiempo. Hasta ahora, no hay un solo proceso penal en curso contra los supuestos líderes regionales.

Mientras tanto, la SSP presume cifras y arrestos, sin confrontar las redes de protección ni intervenir las rutas económicas del negocio. La presencia de la Guardia Nacional es esporádica, y en municipios como Aquixtla, ni siquiera existe un cuartel permanente.


Huachicol: economía paralela, crimen transversal

En los márgenes del Estado, el robo de hidrocarburos no es solo un delito: es una economía alterna que financia campañas, sobornos y redes clientelares. En la Sierra Norte, donde la pobreza es estructural y el abandono oficial es cotidiano, el huachicol representa una fuente de ingresos constante.

El combustible robado se vende hasta 30% más barato que el precio de mercado, y se distribuye en comunidades sin gasolineras o con difícil acceso a insumos básicos. Su comercialización no solo alimenta la cadena criminal, sino que crea una base social dependiente y silenciada.

En los municipios más afectados, el huachicol no es una amenaza: es parte de la normalidad. Se mueve entre caminos de terracería, cruza retenes sin revisión, y llega a pueblos donde el poder del crimen ya suplió al poder del Estado.


Impunidad sobre ruedas

La reiteración de estos hechos —a lo largo de los años y en un mismo corredor geográfico— no es casual. Es la evidencia de una estructura activa, eficiente y protegida. El triángulo Chignahuapan–Tetela–Aquixtla no solo es paso de combustible robado: es un laboratorio de impunidad, donde la institucionalidad es decorativa y el crimen es gobernanza.

Y mientras las autoridades posan ante los medios con contenedores asegurados, los verdaderos operadores siguen libres. Los tambos con gasolina robada siguen rodando por las carreteras secundarias de la Sierra. Nadie los detiene. Nadie los nombra.

Pero todos saben que están ahí.

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