El hombre que ayunó contra Manson y ahora riega sus plantas
Don Joaquín tiene 63 años, un chaleco con cierre flojo, una voz gruesa como de locutor de AM, y una costumbre peligrosa: cree en todo lo que dice su fe.
—Yo no lo odio a ese señor… ¿cómo se llama? ¿Mazón? —dice, mientras riega con calma un rosal escuálido en el patio de su casa en la colonia Satélite, al oriente de San Luis—. Yo nomás ayuné por respeto. Uno ve cosas en internet que… pues no son de Dios.
Fue uno de los 36 fieles que se sumaron al ayuno espiritual de 40 días contra el concierto de Marilyn Manson en la FENAPO 2025. Cuarenta días sin carne, sin pan, sin cerveza. Cuarenta días con oración diaria, lectura de la Biblia y actos de caridad, como llevarle un litro de leche a Doña Teófila o leerle los salmos a un niño con fiebre.
No había pancartas. No hacían escándalo. Sólo rezaban en grupo, algunos en la parroquia, otros por WhatsApp. Una resistencia silenciosa contra lo que llamaban “la cultura del anticristo”.
—Y luego resulta que vino, cantó y se fue —dice Joaquín—. Ni tembló, ni llovió sangre, ni nada. Hasta salió en las noticias que no se llenó. Mire nomás.
Se ríe. Pero no de burla. De decepción dulce, como cuando esperas un milagro que no llega y decides seguir creyendo de todos modos.
El hijo que fue al concierto
Joaquín no fue al concierto, pero su hijo sí.
—No me dijo nada. Lo vi por las fotos en el Facebook de un primo. Hasta con cuernos salió, esos de diablito. Luego llegó en la madrugada, con la camiseta toda sudada. Yo no dije nada. Ni me enojé.
Pausa.
—Lo que pasa es que uno ya no sabe qué está bien. Lo que antes era pecado, ahora es show. Y lo que antes era silencio, ahora lo suben al TikTok. Pero igual se le quiere. A los hijos. A la música no tanto.
Lo que quedó del ayuno
Pasaron los 40 días. No hubo exorcismo. Manson se fue. Y Joaquín sigue en su casa, con sus plantas, sus oraciones, y un montón de preguntas que no se atreve a gritar.
—El padre nos dijo que hicimos bien. Que Dios ve el esfuerzo, aunque no cambie el mundo. Que sembramos semillas. Yo no sé. Yo más bien siento que nomás fue una pelea con la sombra. Una guerra contra algo que ni nos vio.
Le ofrezco un café. Lo toma con pan de la tienda, rompiendo el voto con una sonrisa de derrota asumida.
—No me arrepiento. Pero tampoco sé si sirvió. A veces uno confunde la fe con el miedo, ¿no cree? Y se agarra de lo primero que le enseñaron.
Joaquín se despide con un apretón de manos sincero y una última frase que me deja pensando toda la tarde:
—Nos faltan demonios de verdad para dejar de inventar otros.
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