Tatuaje de Orquídea


La orquídea (del Griego "orchis", "testículo") es uno de los símbolos naturales de la sexualidad y procreación para aquellos que eligen a esta flor, como diseño para un tatuaje. Las asociaciones más comunes con el símbolo de la flor de la orquídea son el amor, el lujo, la belleza y la fuerza.

La familia de las "orquidáceas" es muy prolífica, con mas de 25000 especies diferentes, presente en todos los continentes salvo el antártico, desde el nivel del mar hasta especies que crecen a más de 4500 metros. Durante mucho tiempo se creía que las orquídeas eran en realidad plantas "parásitas" que vivían a expensas de otras plantas, lo que se desmitificó al estudiarlas a detalle, encontrándose que en realidad son "epífitas", porque crecen "sobre otras plantas", es decir no se alimentan de ellas.

Las semillas de las orquídeas, para germinar deben ser penetradas por una especie concreta de hongo. No es de extrañar que esta planta sea difícil de cultivar y por ello alcanzar un precio muy elevado, y también que sus peculiaridades le otorguen muchas asociaciones simbólicas.
Al contrario que otras especies de flores que han servido a la humanidad con usos prácticos, la orquídea parece ser una planta cuya reputación depende completamente de su simbolismo. Con sus formas extrañas y la pureza de sus colores, ha representado la perfección durante cientos de años.

Durante siglos la orquídea ha sido un símbolo de estatus, de riqueza, e incluso de avaricia. En el siglo XIX las orquídeas eran tan codiciadas que los coleccionistas llegaban a financiar expediciones a los confines de la tierra con el fin de conseguir los más excepcionales especímenes salvajes. Mientras que la belleza de esta flor inspiraba una emoción cercana a la obsesión, quizá era el estatus que la orquídea otorgaba a su dueño lo que en realidad era adictivo.

Los antiguos Griegos asociaron a la orquídea con la virilidad y la fuerza. Creían que el sexo de los niños podía influenciarse ingiriendo raíces de orquídea. Si el padre comía raíces grandes, el hijo sería varón, si la madre consumía tubérculos de orquídea.

Orquídea Mitología
Un joven llamado Orchis, hijo de una ninfa y un sátiro, estando un día en el bosque, vio pasar al cortejo de Dionisios y se enamoró de una sacerdotisa de las que pertenecían a él. 

Durante las festividades en honor del dios Baco, bebió en exceso y, en estado de ebriedad desbordó su pasión en la mujer, desonrándola. Esa acción le valió el castigo de los dioses y la muerte. Llenos de dolor, sus padres suplicaron a los dioses que le devolvieran la vida a su hijo; éstos accedieron a condición de que Orchis en su vida  futura proporcionara satisfacción a los hombres. Así fue como Orchis terminó transformado en orquídea

Orquídea Leyenda China
A Hoan Lan todos conocían y admiraban su hermosura, ella era muy presumida, vanidosa y carecía absolutamente de sentimientos; por ello, disfrutaba haciendo sufrir y padecer a sus enamorados. 

Kien Fu era un joven artesano quien, con infinita paciencia y amor, talló el jade y modeló el oro, engarzando delicadas y preciosas joyas que regaló a Hoan Lan. Ella, después de adornarse y engalanarse con todas las joyas, se mofó del artesano y lo despreció. Kien Fu, desesperado, acabó con su triste vida ahogándose en el río Amarillo.

Nguyen Ba, pintor, obtuvo colores llenos de vivacidad, dulzura, cariño y pasión, totalmente desconocidos hasta entonces, para pintar a su amada. Ella, después de exhibir con orgullo el magnífico retrato, despreció al artista que desapareció para siempre jamás en el interior de la inexpugnable selva. Mai Da, alquimista, quiso demostrar su amor a la voluble joven, inventando un delicioso perfume de fragancia singular, digno de reinas. Ella, tras perfumarse mandó a su adorador calle abajo, el alquimista sintió que su vida ya no tenía sentido y se envenenó.

Cung Le, llevó su perseverancia a incrustar nácar en una pulsera de ébano, la ingrata aceptó la pulsera y él finalmente enloqueció de amor. Pero los dioses enfurecieron ante tanta maldad y decidieron que había llegado el momento de escarmentar a la joven con un castigo: "Hoan Lan quedó extasiada ante los encantos del famoso Mun Cay, enamorándose perdidamente de él". Desde ese momento, la chica soñaba en su lecho de finas sedas, adornada con su pulsera de nácar, con su adorado, cuyo nombre repetía entre sus labios cual mariposa revolotea sobre una rosa. Al levantarse se bañaba en la piscina y se adornaba con sus joyas más preciadas para ver pasar a su querido Mun Cay, quien apenas se dignaba a elevar sus ojos para verla. Nunca él había mostrado el más mínimo interés por la fama y la hermosura de la joven.

Los días pasaban lentamente y Mun Cay no cejaba en su cruel indiferencia. Un día, la joven decidió abordar al joven y declararle su pasión. "No me interesas, eres como todas las demás, para mí no vales nada. Si fueses como aquella a la que amo... Esa sí es una diosa. Tú, mísera Hoan Lan, con toda tu vanidad, no sirves ni para atar las cintas de sus sandalias". Y con una sonrisa desdeñosa se apartó. En medio de su desesperación, Hoan Lan se acordó del dios que vivía en la montaña de Tan-Vien. Tal vez él pudiera ayudarla. A pesar de la noche oscura y lluviosa, la joven se dirigió al monte sagrado, donde residía su última esperanza. La entrada al templo subterráneo permanecía guardada por un terrible dragón.

Le suplicó le permitiera entrar y tras mucho insistir consiguió acceder a un extenso corredor, caminando por entre horrorosas serpientes que le mordían sus desnudos pies. Cuando, finalmente, alcanzó las proximidades del trono, se postró de rodillas y comenzó a implorar desesperadamente: "Cúrame, sufro horrorosamente. Amo a Mun Cay y él me desprecia". El dios le respondió: "Es justo castigo, porque lo mismo hiciste tú a tus apasionados". "Oh, todo poderoso, ten piedad de mí. Concede para mí el amor de mi querido Mun Cay. Sabes bien que no puedo vivir sin él". "Vete de aquí", rugió el dios, "nada conseguirás con tus lamentos, el castigo que pesa sobre ti fue impuesto por Kama, quien todo lo sabe. Es justo que sufras. Sal ahora mismo de mi templo".

Al salir, Hoan Lan se encontró con una bruja de pies de cabra. "Famosa joven", le dijo la bruja, "sé que eres muy desgraciada. ¿Quieres vengarte de Mun Cay? Si me vendes tu alma, juro que si Mun Cay no te ama, nunca amará a otra mujer". Hoan Lan volvió a su casa, que le parecía una cárcel. Salía a los bosques para distraer sus penas, pero siempre en vano. Un buen día, viendo a lo lejos a su adorado Mun Cay, corrió hacia él y, cuando se disponía a abrazarlo, el joven fue transformado en un árbol de ébano. Inmediatamente, apareció la bruja que, con una gran carcajada, le dijo: "De esta manera tu amado no podrá ser nunca de otra mujer". "¡Bruja infame!", exclamó llorando, la pobre Hoan Lan, "¿Que le hiciste a mi adorado? Devuélvelo a su normalidad o mátame". "Contratos son contratos", replicó la bruja, riendo satánicamente. "Cumplí lo que prometí. Mun Cay, aunque nunca te ame, no amará a otra mujer. Prometí y cumplí. Tu alma me pertenece".

Hoan Lan, abrazada al pie del árbol, clamaba desesperadamente a su tronco inmóvil: "Perdóname, Mun Cay. Ten para mí una sola palabra de amor, de indulgencia y compasión. ¿No ves cómo me arrastro a tus pies, cómo te abrazo, cómo sufro?". Mas el árbol nada respondía y la joven permaneció allí por largo tiempo. Cierta mañana acertó a pasar por allí un genio que se compadeció de su dolor. 

Acercándose a ella, le puso un dedo sobre su cabeza y le dijo: "Mujer, procediste muy mal. Fuiste voluble hasta la crueldad e ingrata hasta la maldad. Procediste muy mal. Mas tu dolor purificó tu alma. Estás perdonada y vas a dejar de sufrir. Antes que la bruja venga a buscar tu alma, voy a transformarte en una flor. Seguirás siendo, sin embargo, una flor exquisita y refinada, que dé la impresión de lo que fue tu malvada vida. Quien viere tus pétalos fácilmente adivinará lo que fue tu espíritu, caprichoso, voluble, cruel y tu constante preocupación por la elegancia. 

Te concedo un bien, nunca te separarás del bien que adoras y vivirás parásita de la savia de tu amado". Así, habló el poderoso genio. Y mientras hablaba, la túnica rosa de Hoan Lan iba palideciendo y tornándose en un delicadísimo color lila. Los ojos de la joven brillaban como puntos de oro y sus carnes adoptaban tonalidades de nácar. Sus hermosos brazos se enrollaban en el tronco, con desgarradora súplica.



















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